Por Eduardo Garcia Aguilar
Pierda o gane, Segolène Royal ha pasado a la historia contemporánea de Francia. Nacida hace 53 años en Dakar, en Senegal, hija de un militar y crecida en una numerosa familia provinciana y modesta de clase media, esta mujer es ejemplo típico del ascenso por méritos propios a las altas esferas de la política francesa. De joven cuidó niños en Inglaterra y fue tan buena estudiante que escaló todos los puestos hasta graduarse en Ciencias Políticas e ingresar a la Escuela Nacional de Administración. Allí conoció a su cómplice y compañero de vida Francois Hollande, actual secretario general del Partido Socialista, con quien tuvo cuatro hijos.
Pero su estrella comenzó muy pronto cuando fueron cooptados como jóvenes promesas por importantes asesores del presidente François Mittterand, que gran donjuan y amante desbordado de faldas, sin duda quedó maravillado por la belleza y el sex appeal de esta joven y severa funcionaria. Primero fue joven ministra de Ecología y a medida que nacían sus hijos, tuvo cargos en educación y asuntos de la familia, que desempeñó a veces embarazada. Ya desde entonces abrió con tino político las puertas de la clínica de maternidad a las revistas del corazón para que vieran a su ministra amamantando a sus bebés o extendida después de dar a luz. En el verano pasado fue sorprendida en bikini azul nadando en las playas del sur, mostrando su bello cuerpo ante la sorpresa de todos. Para sus 53 abriles se observaba muy bien, coincidía toda la prensa. Segolène es todo un encanto, comparada al muy feo Sarkozy. Se comprende que el ya muy anciano presidente Mitterrand exigiera y ordenara, autoritario como era, que su bella asesora lo acompañara en algunas de sus giras, aunque no fuera necesario.
Claro que hace unos meses, cuando la vieron nadando como sirena con su bikini azul, nadie imaginaba ni podía siquiera calibrar en el sueño más delirante que algún día llegaría a ser la candidata presidencial de su partido, en un país muy machista donde los candidatos surgen después de décadas de dura batalla entre un vasto sanederín de hombres ambiciosos rodeados de mujeres de adorno. Como en los buenos tiempos del Antiguo Régimen monárquico, la Revolución, los años napoleónicos, la Restauración o las viejas repúblicas, para acceder a una candidatura con posibilidades habrá sido necesario descabezar antes a centenares de rivales. Los presidentes franceses fueron siempre viejos zorros de colmillos afilados como Pompidou o Chirac o leyendas como el general De Gaulle o Mitterrand, no menos astutos y expertos en las luchas palaciegas.
Segolène Royal logró pasar inadvertida como la mujer bonita de un poco agraciado líder del partido, algo chistoso y barrigón. Ninguno de los prohombres de ese movimiento lleno de talentos como Bernard Kouchner, Laurent Fabius o Dominique Strauss-Kahn, entre otros muchos, pudo pensar alguna vez que mientras impedían el ascenso del simpático François Hollande, éste preparara en secreto la carta de su mujer y en una jugada maestra, manipulando muy bien a la opinión, logró obtener para ella en 2006 la candidatura presidencial en los comicios internos del partido.
Pero su estrella comenzó muy pronto cuando fueron cooptados como jóvenes promesas por importantes asesores del presidente François Mittterand, que gran donjuan y amante desbordado de faldas, sin duda quedó maravillado por la belleza y el sex appeal de esta joven y severa funcionaria. Primero fue joven ministra de Ecología y a medida que nacían sus hijos, tuvo cargos en educación y asuntos de la familia, que desempeñó a veces embarazada. Ya desde entonces abrió con tino político las puertas de la clínica de maternidad a las revistas del corazón para que vieran a su ministra amamantando a sus bebés o extendida después de dar a luz. En el verano pasado fue sorprendida en bikini azul nadando en las playas del sur, mostrando su bello cuerpo ante la sorpresa de todos. Para sus 53 abriles se observaba muy bien, coincidía toda la prensa. Segolène es todo un encanto, comparada al muy feo Sarkozy. Se comprende que el ya muy anciano presidente Mitterrand exigiera y ordenara, autoritario como era, que su bella asesora lo acompañara en algunas de sus giras, aunque no fuera necesario.
Claro que hace unos meses, cuando la vieron nadando como sirena con su bikini azul, nadie imaginaba ni podía siquiera calibrar en el sueño más delirante que algún día llegaría a ser la candidata presidencial de su partido, en un país muy machista donde los candidatos surgen después de décadas de dura batalla entre un vasto sanederín de hombres ambiciosos rodeados de mujeres de adorno. Como en los buenos tiempos del Antiguo Régimen monárquico, la Revolución, los años napoleónicos, la Restauración o las viejas repúblicas, para acceder a una candidatura con posibilidades habrá sido necesario descabezar antes a centenares de rivales. Los presidentes franceses fueron siempre viejos zorros de colmillos afilados como Pompidou o Chirac o leyendas como el general De Gaulle o Mitterrand, no menos astutos y expertos en las luchas palaciegas.
Segolène Royal logró pasar inadvertida como la mujer bonita de un poco agraciado líder del partido, algo chistoso y barrigón. Ninguno de los prohombres de ese movimiento lleno de talentos como Bernard Kouchner, Laurent Fabius o Dominique Strauss-Kahn, entre otros muchos, pudo pensar alguna vez que mientras impedían el ascenso del simpático François Hollande, éste preparara en secreto la carta de su mujer y en una jugada maestra, manipulando muy bien a la opinión, logró obtener para ella en 2006 la candidatura presidencial en los comicios internos del partido.
Pero incluso así, la campaña fue dura para ella: los compañeros socialistas se burlaban en secreto por sus supuestos errores e incompetencia, en lo que eran seguidos por los políticos de derecha, que no le perdonaron la más mínima inexactitud o torpe declaración. Se la consideraba autoritaria, dura, superficial, ambiciosa, altiva, desleal, oportunista. Hace poco se decía incluso que ni siquiera pasaría a la segunda vuelta y se preparaba en el partido la noche de los cuchillos largos.
Royal aprendió en la dura lucha y poco a poco fue luciéndose hasta lograr a su favor una votacion que redujo a migajas a los otros cinco candidatos de las izquierdas, desde el comunismo al ecologismo, y la acercó al candidato de la derecha Sarkozy. Esta semana, después de las elecciones del 22 de abril, en el lapso que la llevará a la segunda vuelta, ha resultado tan astuta que logró el sábado imponer un debate público con el derrotado centrista Bayrou, en el que ambos coquetearon prometiendo un cambio en la polarización estricta derecha-izquierda, hasta ahora reinante en la política francesa. Sarkozy, que siempre despreció a Bayrou, quiso impedir con sus poderosas relaciones con el alto poder mediático ese debate que se hizo contra viento y marea, abriendo a Royal la posibilidad de rescatar millones de votos hacia el centro.
A una semana de la vuelta definitiva el panorama opone a una derecha fuerte, imponente y severa en el poder, que cuenta con la enjundia desesperada de Sarkozy y los votos de la extrema derecha, contra un socialismo dulcificado con aires de centro, cobijado por los encantos de la bella cincuentona Segolène, la del bikini azul. Gane quien gane, Francia ha dado un gran ejemplo al llevar a las urnas a casi todo el pueblo y reducir a muy poco el abstencionismo. Sea Sarkozy o Segolène, el ganador entra al poder con toda la legitimidad de las urnas para aplicar sus programas, que son tan opuestos como la luz y las tinieblas.
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Royal aprendió en la dura lucha y poco a poco fue luciéndose hasta lograr a su favor una votacion que redujo a migajas a los otros cinco candidatos de las izquierdas, desde el comunismo al ecologismo, y la acercó al candidato de la derecha Sarkozy. Esta semana, después de las elecciones del 22 de abril, en el lapso que la llevará a la segunda vuelta, ha resultado tan astuta que logró el sábado imponer un debate público con el derrotado centrista Bayrou, en el que ambos coquetearon prometiendo un cambio en la polarización estricta derecha-izquierda, hasta ahora reinante en la política francesa. Sarkozy, que siempre despreció a Bayrou, quiso impedir con sus poderosas relaciones con el alto poder mediático ese debate que se hizo contra viento y marea, abriendo a Royal la posibilidad de rescatar millones de votos hacia el centro.
A una semana de la vuelta definitiva el panorama opone a una derecha fuerte, imponente y severa en el poder, que cuenta con la enjundia desesperada de Sarkozy y los votos de la extrema derecha, contra un socialismo dulcificado con aires de centro, cobijado por los encantos de la bella cincuentona Segolène, la del bikini azul. Gane quien gane, Francia ha dado un gran ejemplo al llevar a las urnas a casi todo el pueblo y reducir a muy poco el abstencionismo. Sea Sarkozy o Segolène, el ganador entra al poder con toda la legitimidad de las urnas para aplicar sus programas, que son tan opuestos como la luz y las tinieblas.
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