Por Eduardo García Aguilar
La muerte de Michelangelo Antonioni a los 94 años, el mismo día que su colega genial Ingmar Bergman, ha sacudido no sólo a los críticos expertos en estos dos artistas irreductibles, sino a toda una generación que vio cambiada su visión de las cosas al observar en los cienclubes la vasta obra de estos gigantes del siglo XX. Y a mí me sacude porque, en una carambola milagrosa a tres bandas, una de sus películas, "Blow Up", reúne en un instante el lejano recuerdo de mi católica abuela, el descubrimiento del arte moderno, la revelación del erotismo cinematográfico y el contacto con la obra de Julio Cortázar.
Nadie cuestiona hoy que en los años 50 y 60 del siglo pasado ocurrió un giro en diversas expresiones artísticas que siguen vigentes hoy como si fueran rastros de un espectacular big-bang estético. La vigencia del rock en todas su formas, el arte pop, la moda, la arquitectura, la nueva dramaturgia y el cambio de las actitudes de vida, especialmente sexuales, por la liberación del cuerpo y el orgasmo estético que significó para hombres y mujeres de esa generación, estaban ya insinuándose en la obra de este italiano nacido en Ferrara en 1912.
La muerte de Michelangelo Antonioni a los 94 años, el mismo día que su colega genial Ingmar Bergman, ha sacudido no sólo a los críticos expertos en estos dos artistas irreductibles, sino a toda una generación que vio cambiada su visión de las cosas al observar en los cienclubes la vasta obra de estos gigantes del siglo XX. Y a mí me sacude porque, en una carambola milagrosa a tres bandas, una de sus películas, "Blow Up", reúne en un instante el lejano recuerdo de mi católica abuela, el descubrimiento del arte moderno, la revelación del erotismo cinematográfico y el contacto con la obra de Julio Cortázar.
Nadie cuestiona hoy que en los años 50 y 60 del siglo pasado ocurrió un giro en diversas expresiones artísticas que siguen vigentes hoy como si fueran rastros de un espectacular big-bang estético. La vigencia del rock en todas su formas, el arte pop, la moda, la arquitectura, la nueva dramaturgia y el cambio de las actitudes de vida, especialmente sexuales, por la liberación del cuerpo y el orgasmo estético que significó para hombres y mujeres de esa generación, estaban ya insinuándose en la obra de este italiano nacido en Ferrara en 1912.
Me ocupo ahora del italiano y no del sueco, porque sin lugar a dudas la visión de su film "Blow Up" a los 14 años en el Teatro Cumanday de mi ciudad natal Manizales transformó mi vida para siempre y me abrió el horizonte del arte considerado como un camino inquietante de liberación y revelación en el sentido fotográfico del término, lo que sería ratificado después al ver en otras partes "Desierto Rojo", "Zabriskie Point", "La aventura", "La noche", "El eclipse", "Profesión: Reporter" y, el año pasado apenas, en el cine Escorial de París, su última pequeña joya, uno de los tres cortometrajes de la trilogía "Eros", al lado de Steven Soderberg y Wong Kar-Wai.
Hacía tiempo, desde 1885, Antonioni se había sumido en el mutismo a causa de un accidente cerebral, pero con ayuda de colegas o discípulos logró en una o dos ocasiones comunicarse y dar instrucciones para realizar alguna cinta. Por eso me sorprendí cuando supe que proyectaban ese corto y corrí a la sala después de tanto tiempo de no saber nada de él. Volví a percibir de inmediato esa magia misteriosa de sus colores, atmósferas y ángulos envueltos en el silencio de la poesía. El nonagenario y enamoradizo Antonioni se preocupó allí tanto por todos los detalles, que detuvo la filmación muchas veces porque la textura y el color exacto de la nieve azulada que caía sobre la piscina azul no era la que él deseaba.
Antonioni, calificado de cineasta que dio voz al silencio, decía que "no tenía facilidad de palabra sino de imagen" y de ahí el impacto causado por esas cintas que a la vez eran cuadros de un extraño colorido irreal al que se agregaba el sonido y el mutismo. Las grandes obras de arte son fenomenales actos de rebelión como ocurrió en la literatura del siglo XX con "En busca del tiempo perdido" Marcel Proust, "Ulyses" de James Joyce, "Bajo el volcán" de Malcolm Lowry, "Ferdydurke" de Witold Gombrowicz o "Pedro Páramo" de Juan Rulfo, para mencionar sólo algunas. Para llegar a esos niveles es necesario subvertir el sentido y lo que se ve, se lee, se escucha o se palpa, produce reacciones en cadena que pueden ser deflagraciones fenomenales de significados infinitos.
Ese misterio inolvidable lo sentí esa tarde en ese cine Cumanday, al ver "Blow Up", la película que recién había ganado la Palma de Oro en Cannes 1967 y a la que llegué de manera subrepticia y azarosa con una pequeña trampa adolescente. Después de ver los afiches en las carteleras corrí desesperado a conseguir el dinero para el boleto donde mi muy católica abuela Mercedes Ramírez Cardona, pero como no podía decirle ni a ella ni a mis papás que iba a ver una película "porno" donde aparecían mujeres desnudas, le dije que quería comprar la última encíclica del papa en la librería de las Ediciones Paulinas. Ella creyó que su adorado nieto iba por buen camino y me dio gustosa dinero para comprar a la vez la obra papal justificativa y el boleto con que entré a ver la película pese a ser un menor de edad, para sumirme en ese baño de siluetas y cuerpos erotizados en medio del secreto de un asesinato.
Años antes había visto con mi madre en el destruido Teatro Olympia otra película misteriosa que recibió idéntico premio en 1959 y el Óscar a la película extranjera 1960, "Orfeu negro", de Marcel Camus, pero ese había sido un contacto onírico que permanecía como un vago rastro infantil de emoción y de contacto con algo maravilloso. Sin saberlo allí había asistido a la creación del bossa-nova con Antonio Carlos Jobim y Luis Bonfa. Pero ahora con esta extraña investigación fotográfica de un secreto a través de negativos y revelaciones entré sin saberlo en el mundo de quien sería mi escritor latinoamericano preferido del "boom", Julio Cortázar. "Blow Up" está basada de manera libre en el cuento "Las babas del diablo" del argentino y fue interpretada por David Hemmings, Vanessa Redgrave y, en un pequeño papel, la bella Jane Birkin, que sigue siendo un ícono de modernidad. Aunque era una version libre de su cuento, Cortázar vio la película en Amsterdan y gracias a su éxito mundial y la fama colateral que le otorgó, pudo aumentar sus lectores para "Rayuela" y su obra, tan moderna como la de Antonioni.
O sea que debo a mi adorada abuela Mercedes la alegría un poco tramposa por lo de la encíclica papal sobrevaluada, de encontrarme a Antonioni y a Cortázar de un solo golpe en mi ciudad natal y con ellos toda una idea del arte moderno y una sensibilidad que siguen vigentes y caracterizan a una época que pasará a la historia como una licuadora generadora de revelaciones y explosiones interminables de palabras, imágenes, músicas y sentidos.
1 comentario:
Hola Eduardo, recibe un saludo cordial desde Manizales, su ciudad. Había olvidado que igual tenías un blog. Es bueno saber que en medio de todo este despelote de las comunicaciones y de la famosa sociedad de la información, el globo, sí es efectivamente una aldea, una vereda planetaria. Igual que a tí, a mi también me apasiona el cine: Bergman, quizás lo recuerde por aquella famosa pelñicula "Escenas de la vida conyugal" -si no estoy mal. Me gustaría, después de todo, volver a tener la posibilidad de ver, por ejemplo, El Siete Bellezas, del cine italiano. Un saludo.
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