Por Eduardo García Aguilar
De manera cíclica cada lustro los nuevos escritores latinoamericanos tratan de plantear una discusión absurda, al oponer el realismo sucio que practican al realismo mágico del buen Gabriel García Márquez y negar con acrimonia a este último toda posibilidad de vigencia presente o futura. Influidos por la literatura norteamericana que leen en pésimas traducciones españolas, los « nuevos » e ingenuos autores, algunos de ellos ya calvos y barrigones, salen a la palestra con sus pastiches de Bukowski y Mailer para decirnos que no hay más tema que la delincuencia, las bandas, los sicarios, el horror, la guerra y la sangre que reinan en calles y campos latinoamericanos, como si eso fuera especificidad única de nuestro continente y novedad humana.
Olvidan que la violencia y las atrocidades del hombre contra el hombre son algo inherente a este animal desde tiempos inmemoriales y que traficantes, pistoleros, ejércitos privados, masacres, genocidios, guerras, secuestros, pirateos y persecuciones han sido una historia repetitiva de nunca acabar desde que hay registros de las acciones del llamado homo sapiens.
Basta hacer una visita al museo del Louvre por los salones de la historia antigua para ve r en imágenes el relato claro de la sanguinolenta saga de guerras sin fin que opone a los pueblos del mundo desde siempre en una lucha sin tregua por poder, dominio territorial, riquezas y supervivencia. Edipo, Electra, Yocasta, Ulises, Penélope, Agamenón, Ajax, Medea, Helena, Ifigenia y otros personajes pueden encontrarlos esos calvos y barrigones « jóvenes autores » de McOndo, denostadores del realismo mágico, en sus propias familias y en su banal tragicomedia personal.
De manera cíclica cada lustro los nuevos escritores latinoamericanos tratan de plantear una discusión absurda, al oponer el realismo sucio que practican al realismo mágico del buen Gabriel García Márquez y negar con acrimonia a este último toda posibilidad de vigencia presente o futura. Influidos por la literatura norteamericana que leen en pésimas traducciones españolas, los « nuevos » e ingenuos autores, algunos de ellos ya calvos y barrigones, salen a la palestra con sus pastiches de Bukowski y Mailer para decirnos que no hay más tema que la delincuencia, las bandas, los sicarios, el horror, la guerra y la sangre que reinan en calles y campos latinoamericanos, como si eso fuera especificidad única de nuestro continente y novedad humana.
Olvidan que la violencia y las atrocidades del hombre contra el hombre son algo inherente a este animal desde tiempos inmemoriales y que traficantes, pistoleros, ejércitos privados, masacres, genocidios, guerras, secuestros, pirateos y persecuciones han sido una historia repetitiva de nunca acabar desde que hay registros de las acciones del llamado homo sapiens.
Basta hacer una visita al museo del Louvre por los salones de la historia antigua para ve r en imágenes el relato claro de la sanguinolenta saga de guerras sin fin que opone a los pueblos del mundo desde siempre en una lucha sin tregua por poder, dominio territorial, riquezas y supervivencia. Edipo, Electra, Yocasta, Ulises, Penélope, Agamenón, Ajax, Medea, Helena, Ifigenia y otros personajes pueden encontrarlos esos calvos y barrigones « jóvenes autores » de McOndo, denostadores del realismo mágico, en sus propias familias y en su banal tragicomedia personal.
En las salas dedicadas a China, India, Nínive, Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, en vasos, frescos, esculturas, murales, columnas, frisos y mausoleos se cuenta la historia de los hombres y vemos cómo la historia mágica de dioses y semidioses es reflejo de sucias realidades concretas. Las grandes tragedias griegas fueron el relato de hechos sangrientos incesantes entre pueblos, tribus y familias, que desde la ley común se transformaron en mitos y leyendas, como ocurrió después en nuestro continente con Tupac Amaru, Bolívar, Zapata, Pancho Villa, Sandino, Che Guevara, Tirofijo y Pablo Escobar, que poco a poco se van convirtiendo en santos y semidioses.
No saben estos « noveles » escritores pre-senectos descubridores cada año del agua tibia, que los grandes libros sagrados indios, mediorientales, nórdicos, europeos, latinoamericanos, son el relato de la violencia, el éxodo, la persecución, la esclavitud, la destrucción bélica y que así como en aquellos tiempos se peleaban por sus dioses, hoy en los tiempos de la supuesta novedosa modernidad sucia que creen defender frente al anacrónico realismo mágico, el mundo vive una guerra atroz entre cristianos, musulmanes, hebreos, hinduistas, budistas, ortodoxos y demás sectas, lo que francamente no nos hace muy distintos a los personajes bíblicos, de las Mil y una Noches, las tragedias y comedias d e Shakespeare y Cien años de Soledad. Si Moisés, Abraham, Cristo y Herodes resucitaran y vieran lo que ocurre en Irak, Israel, Palestina, Afganistán, Colombia, México, Bolivia, Perú, en la ex Yugoslavia y en las fronteras del Cáucaso, simplemente se morirían de risa y sabrían que sus historias mágicas son pan corriente en el siglo XXI.
A todos los congresos a donde los editores llevan en manada a estos pobres « nuevos narradores» ---como ocurrió con los de McOndo y los patéticos 39 menores de 39 que llevaron con lazo cual escolares de primaria o gozques famélicos por Bogotá y Madrid, guiados juiciosamente de la mano de monjas corintelladescas---, los ingenuos despotrican en coro contra el realismo mágico y García Márquez, mientras esgrimen su haburguesa McDonalds chorreada de mayonesa y ketchup barato o la mala traducción de turno de cierto autor gringo, al que muestran como su nueva biblia.
La literatura y la imaginación en general son tan amplias que hay lugar para todo el mundo. A fines del siglo XIX convivían las proclamas y los libros realistas de Emile Zola y Jules Vallès con las historias misteriosas y abracadabrantes de Barbey D‘Aurevilly, Joris Karl Huysmans, Villiers de L’Isle Adam y los demás simbolistas. Ambose Bierce y H. P. Lovecraft compartieron época con John Reed y Marcel Proust y Stephane Mallarmé podían escribir en sus torres de marfil al mismo tiempo que decenas de escritores proletarios lo hacían en infectas buhardillas. En América Latina todo es posible : Jorge Luis Borges y Roberto Artl, Octavio Paz y Juan Rulfo, Lezama Lima y Reynaldo Arenas, Alvaro Mutis, Manuel Zapata Olivella y García Márquez.
Cada autor vive su vida y sus fantasmas. En su gabinete privado decide lo que cuenta. No por nacer en Colombia todos los escritores colombianos estamos obligados por ley a escribir de narcos, paras y sicarios y no por ser argentinos los gauchos tendrán que hablar obligatoriamente y para siempre de Carlos Gardel, Evita Perón y Maradona. La libertad es el espacio de la literatura y ni los « noveles » autores calvos y barrigones del movimiento McOndo o los 39 que van en manada atados al cabestro de sus editores, van a hacernos creer con sus rebuznos desafinados que los únicos temas posibles son los que les ordenan en las ofi cinas de sus editoriales.
La literatura latinoamericana es y ha sido lenguaje, imaginación, rebelión, delirio, poesía y la urbe más concreta es también el espacio lúdico que nos abre con sus invitaciones azarosas el personaje de La Maga, aparecida en la Rayuela de Julio Cortázar, quien como semidiosa griega descubre los laberintos del jazz y el deseo, tal y como antes el movimiento surrealista apareció de la mano de Nadja de André Breton para liberar a la literatura de cabestros y cencerros asnales. El realismo mágico sigue vivo en el mundo de Alá, Cristo, Buda y Jehová, como sigue viva la literatura vital de La Maga cortazariana perdida en las callejuelas terribles y fascinantes de la urbe moderna.
No saben estos « noveles » escritores pre-senectos descubridores cada año del agua tibia, que los grandes libros sagrados indios, mediorientales, nórdicos, europeos, latinoamericanos, son el relato de la violencia, el éxodo, la persecución, la esclavitud, la destrucción bélica y que así como en aquellos tiempos se peleaban por sus dioses, hoy en los tiempos de la supuesta novedosa modernidad sucia que creen defender frente al anacrónico realismo mágico, el mundo vive una guerra atroz entre cristianos, musulmanes, hebreos, hinduistas, budistas, ortodoxos y demás sectas, lo que francamente no nos hace muy distintos a los personajes bíblicos, de las Mil y una Noches, las tragedias y comedias d e Shakespeare y Cien años de Soledad. Si Moisés, Abraham, Cristo y Herodes resucitaran y vieran lo que ocurre en Irak, Israel, Palestina, Afganistán, Colombia, México, Bolivia, Perú, en la ex Yugoslavia y en las fronteras del Cáucaso, simplemente se morirían de risa y sabrían que sus historias mágicas son pan corriente en el siglo XXI.
A todos los congresos a donde los editores llevan en manada a estos pobres « nuevos narradores» ---como ocurrió con los de McOndo y los patéticos 39 menores de 39 que llevaron con lazo cual escolares de primaria o gozques famélicos por Bogotá y Madrid, guiados juiciosamente de la mano de monjas corintelladescas---, los ingenuos despotrican en coro contra el realismo mágico y García Márquez, mientras esgrimen su haburguesa McDonalds chorreada de mayonesa y ketchup barato o la mala traducción de turno de cierto autor gringo, al que muestran como su nueva biblia.
La literatura y la imaginación en general son tan amplias que hay lugar para todo el mundo. A fines del siglo XIX convivían las proclamas y los libros realistas de Emile Zola y Jules Vallès con las historias misteriosas y abracadabrantes de Barbey D‘Aurevilly, Joris Karl Huysmans, Villiers de L’Isle Adam y los demás simbolistas. Ambose Bierce y H. P. Lovecraft compartieron época con John Reed y Marcel Proust y Stephane Mallarmé podían escribir en sus torres de marfil al mismo tiempo que decenas de escritores proletarios lo hacían en infectas buhardillas. En América Latina todo es posible : Jorge Luis Borges y Roberto Artl, Octavio Paz y Juan Rulfo, Lezama Lima y Reynaldo Arenas, Alvaro Mutis, Manuel Zapata Olivella y García Márquez.
Cada autor vive su vida y sus fantasmas. En su gabinete privado decide lo que cuenta. No por nacer en Colombia todos los escritores colombianos estamos obligados por ley a escribir de narcos, paras y sicarios y no por ser argentinos los gauchos tendrán que hablar obligatoriamente y para siempre de Carlos Gardel, Evita Perón y Maradona. La libertad es el espacio de la literatura y ni los « noveles » autores calvos y barrigones del movimiento McOndo o los 39 que van en manada atados al cabestro de sus editores, van a hacernos creer con sus rebuznos desafinados que los únicos temas posibles son los que les ordenan en las ofi cinas de sus editoriales.
La literatura latinoamericana es y ha sido lenguaje, imaginación, rebelión, delirio, poesía y la urbe más concreta es también el espacio lúdico que nos abre con sus invitaciones azarosas el personaje de La Maga, aparecida en la Rayuela de Julio Cortázar, quien como semidiosa griega descubre los laberintos del jazz y el deseo, tal y como antes el movimiento surrealista apareció de la mano de Nadja de André Breton para liberar a la literatura de cabestros y cencerros asnales. El realismo mágico sigue vivo en el mundo de Alá, Cristo, Buda y Jehová, como sigue viva la literatura vital de La Maga cortazariana perdida en las callejuelas terribles y fascinantes de la urbe moderna.
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