Por Eduardo García Aguilar
Algunos sectores de la derecha francesa decidieron de nuevo levantar en año electoral los demonios de la intolerancia al plantear un debate caduco, el de la identidad nacional. Al despertar el miedo al extranjero y enfrentar a los supuestos « franceses cristianos y blancos puros » frente a los impuros extranjeros africanos, asiáticos o árabes, esos partidos logran pescar votos a la ultraderecha y ganarán curules, pero despiertan a su vez los terribles fantasmas que afectaron a Francia en los años 30 cuando se dio el auge del pensamiento ultranacionalista de la Acción Francesa mientras en Alemania, Italia y España crecían el nazismo, el fascismo y el falangismo que condujeron al holocausto, a genocidios y absurdas guerras civiles fratricidas.
Si los pensadores de la Ilustración y del Siglo de las Luces se levantaran de sus tumbas hoy, se asombrarían de la violencia y el sectarismo que se percibe en los debates televisivos o escritos, agenciados por políticos de segundo orden, e intelectuales iluminados conversos, quienes aseguran que los blancos cristianos franceses están en peligro ante la arremetida de la barbarie extranjera islamista. Y utilizan epifenómenos de sociedad para levantar esos fantasmas, como que jóvenes de origen árabe de los suburbios silben la Marsellesa en los partidos de fútbol, quemen esporádicamente la bandera francesa o que algunas jóvenes árabes se pongan el chador y la burka para asustar a sus vecinos y hacen de eso verdadera amenaza para la nación. Cualquier observador descubre que los pocos centenares de chicas que se cubren con el chador y las decenas en todo el país que se ponen la burka lo hacen como una forma de protesta en estos tiempos revueltos y de histeria guerrera, porque debajo de esas prendas se observan sus jeans de moda, las uñas pintadas y sus sensuales formas perfumadas. Que lo hagan, ahí no pasa nada, no hay ningún peligro, de la misma forma que un chico o una chica se deja crecer las rastas, se tatúa el cuerpo, se pone piercings o se viste de gótico o de emo para llamar la atención de los mayores.
El gran escritor argelino Yasmina Kadra respondió con inteligencia en un debate a una agitada intelectual al decirle que ante esos fenomenos periféricos y no esenciales hay que responder con tolerancia y comprensión antes que con la represión y la histeria que incendian y amplían el problema, de la misma forma que sería absurdo penalizar a jóvenes góticos, emos, rastas, y de otras tendencias que se visten de forma estrafalaria. Cualquier persona tolerante comprende que eso expresa una rebelión interior, una llamada de atención y que de esas excentricidades no hay que hacer un absurdo grito de guerra como ahora cierta derecha intolerante lo hace a riesgo de volver a incendiar los suburbios como hace cuatro años.
Y además, en estos tiempos de globalización cosmopolita, una República es el compuesto simultáneo de personas de muchos orígenes y tendencias diversas que conviven en paz bajo el respeto de ciertos principios básicos como la solución democrática de los conflictos, el respeto a los derechos humanos y la tolerancia del otro. Bajo una República los judíos irán a sus sinagogas y celebrarán sus fiestas ancestrales, los árabes irán a la mezquita, ayunarán en el Ramadán y degustarán luego el cous-cous, los hinduístas adorarán a su dios elefante Ganesha, los católicos irán a misa y comulgarán, los protestantes clamarán sus aleluyas mientras nosotros los ateos, que somos muchos, seguimos en paz nuestras vidas sin asustarnos por el fervor religioso de los otros. Y no veo donde está el problema : un país puede vivir en paz en esas condiciones.
Después del fin de la guerrra fría la amenaza del comunismo se acabó para las grandes potencias y el capital internacional y entonces los poderes occidentales se han inventado una nueva amenaza que es el mundo musulmán, como en los tiempos de las cruzadas. Nadie duda que una importante minoría islamista fanática y violenta ha surgido en el amplio y vasto mundo musulmán, pero también es necesario buscar las razones de esa radicalización que se remontan a las guerras coloniales y a la explotación violenta de los grandes recursos petroleros y minerales que subyacen en los desiertos del Oriente Medio y en los continentes africano y asiático.
Tanto Rusia, como el imperio estadounidense y las grandes potencias europeas han actuado siempre como depredadores en esas regiones para extraer las riquezas sin dar nada a cambio. En el caso particular de Francia, cualquier historiador reconoce la terrible colonización violenta que este país hizo junto con los ingleses y holandeses, desde siempre en los lejanos países asiáticos, en Oriente Medio y en Africa. Los occidentales fueron odiosos. La memoria de sus guerras, violaciones, genocidios está escrita y todavía es tabú abordar las guerras coloniales de mediados del siglo XX, cuando los países del Magreb y el Africa subsahariana lograron su independencia.
Los « cristianos blancos » que hoy se sienten amenazados fueron hienas racistas que humillaron y sembraron el terror en todas esas poblaciones del desierto o más lejos aun en Vietnam, Laos y Camboya y en los enclaves comerciales y portuarios de China e India como Calcuta, Shangai, Macao y Pondichery, desde donde salían barcos llenos con las riquezas del saqueo en tiempos de las guerras del opio. Que no olviden los « cristianos blancos » europeos los siglos de esclavismo cuando se dedicaban a la trata de negros en el Nuevo Mundo y a los horrores sin fin que aplicaron a los pueblos negros africanos que hoy hacen parte del amplio orbe musulmán. Si a Francia llegó una inmigración árabe o africana de sus ex colonias fue porque esos países pertenecieron a Francia en la epoca colonial y su gente contribuyó con su sangre en las guerras, como fue el caso de los famosos soldados senegaleses, o con su sudor a la construcción del progreso y la riqueza de los grandes países europeos. Negros y árabes construyeron con sus manos autopistas, edificios, acueductos, centrales nucleares, renovaron ciudades enteras y trabajaron como servicio doméstico y recolectores de la basura de los supuestos « blancos cristianos » impolutos. Si están aquí fue porque los trajeron a trabajar y al estar aquí tuvieron hijos y crearon comunidades donde subsisten las viejas tradiciones ancestrales religiosas, culinarias, musicales. Ellos también son miembros de la República francesa.
Como el caso de árabes y negros en el siglo XIX y XX hubo también amplias inmigraciones de trabajadores italianos, españoles, portugueses, polacos, rusos y judíos pobres que trabajaron en este país y contribuyeron a forjarlo como una nación moderna. Los franceses de hoy son el fruto de un centenario mestizaje y es absurdo plantear que hay una « raza pura francesa blanca y cristiana » amenazada por el otro, cuando todos descienden, quiéranlo o no, de algún extranjero miserable que llegó aquí a trabajar desde los tiempos de la construcción de las catedrales góticas.
Algunos sectores de la derecha francesa decidieron de nuevo levantar en año electoral los demonios de la intolerancia al plantear un debate caduco, el de la identidad nacional. Al despertar el miedo al extranjero y enfrentar a los supuestos « franceses cristianos y blancos puros » frente a los impuros extranjeros africanos, asiáticos o árabes, esos partidos logran pescar votos a la ultraderecha y ganarán curules, pero despiertan a su vez los terribles fantasmas que afectaron a Francia en los años 30 cuando se dio el auge del pensamiento ultranacionalista de la Acción Francesa mientras en Alemania, Italia y España crecían el nazismo, el fascismo y el falangismo que condujeron al holocausto, a genocidios y absurdas guerras civiles fratricidas.
Si los pensadores de la Ilustración y del Siglo de las Luces se levantaran de sus tumbas hoy, se asombrarían de la violencia y el sectarismo que se percibe en los debates televisivos o escritos, agenciados por políticos de segundo orden, e intelectuales iluminados conversos, quienes aseguran que los blancos cristianos franceses están en peligro ante la arremetida de la barbarie extranjera islamista. Y utilizan epifenómenos de sociedad para levantar esos fantasmas, como que jóvenes de origen árabe de los suburbios silben la Marsellesa en los partidos de fútbol, quemen esporádicamente la bandera francesa o que algunas jóvenes árabes se pongan el chador y la burka para asustar a sus vecinos y hacen de eso verdadera amenaza para la nación. Cualquier observador descubre que los pocos centenares de chicas que se cubren con el chador y las decenas en todo el país que se ponen la burka lo hacen como una forma de protesta en estos tiempos revueltos y de histeria guerrera, porque debajo de esas prendas se observan sus jeans de moda, las uñas pintadas y sus sensuales formas perfumadas. Que lo hagan, ahí no pasa nada, no hay ningún peligro, de la misma forma que un chico o una chica se deja crecer las rastas, se tatúa el cuerpo, se pone piercings o se viste de gótico o de emo para llamar la atención de los mayores.
El gran escritor argelino Yasmina Kadra respondió con inteligencia en un debate a una agitada intelectual al decirle que ante esos fenomenos periféricos y no esenciales hay que responder con tolerancia y comprensión antes que con la represión y la histeria que incendian y amplían el problema, de la misma forma que sería absurdo penalizar a jóvenes góticos, emos, rastas, y de otras tendencias que se visten de forma estrafalaria. Cualquier persona tolerante comprende que eso expresa una rebelión interior, una llamada de atención y que de esas excentricidades no hay que hacer un absurdo grito de guerra como ahora cierta derecha intolerante lo hace a riesgo de volver a incendiar los suburbios como hace cuatro años.
Y además, en estos tiempos de globalización cosmopolita, una República es el compuesto simultáneo de personas de muchos orígenes y tendencias diversas que conviven en paz bajo el respeto de ciertos principios básicos como la solución democrática de los conflictos, el respeto a los derechos humanos y la tolerancia del otro. Bajo una República los judíos irán a sus sinagogas y celebrarán sus fiestas ancestrales, los árabes irán a la mezquita, ayunarán en el Ramadán y degustarán luego el cous-cous, los hinduístas adorarán a su dios elefante Ganesha, los católicos irán a misa y comulgarán, los protestantes clamarán sus aleluyas mientras nosotros los ateos, que somos muchos, seguimos en paz nuestras vidas sin asustarnos por el fervor religioso de los otros. Y no veo donde está el problema : un país puede vivir en paz en esas condiciones.
Después del fin de la guerrra fría la amenaza del comunismo se acabó para las grandes potencias y el capital internacional y entonces los poderes occidentales se han inventado una nueva amenaza que es el mundo musulmán, como en los tiempos de las cruzadas. Nadie duda que una importante minoría islamista fanática y violenta ha surgido en el amplio y vasto mundo musulmán, pero también es necesario buscar las razones de esa radicalización que se remontan a las guerras coloniales y a la explotación violenta de los grandes recursos petroleros y minerales que subyacen en los desiertos del Oriente Medio y en los continentes africano y asiático.
Tanto Rusia, como el imperio estadounidense y las grandes potencias europeas han actuado siempre como depredadores en esas regiones para extraer las riquezas sin dar nada a cambio. En el caso particular de Francia, cualquier historiador reconoce la terrible colonización violenta que este país hizo junto con los ingleses y holandeses, desde siempre en los lejanos países asiáticos, en Oriente Medio y en Africa. Los occidentales fueron odiosos. La memoria de sus guerras, violaciones, genocidios está escrita y todavía es tabú abordar las guerras coloniales de mediados del siglo XX, cuando los países del Magreb y el Africa subsahariana lograron su independencia.
Los « cristianos blancos » que hoy se sienten amenazados fueron hienas racistas que humillaron y sembraron el terror en todas esas poblaciones del desierto o más lejos aun en Vietnam, Laos y Camboya y en los enclaves comerciales y portuarios de China e India como Calcuta, Shangai, Macao y Pondichery, desde donde salían barcos llenos con las riquezas del saqueo en tiempos de las guerras del opio. Que no olviden los « cristianos blancos » europeos los siglos de esclavismo cuando se dedicaban a la trata de negros en el Nuevo Mundo y a los horrores sin fin que aplicaron a los pueblos negros africanos que hoy hacen parte del amplio orbe musulmán. Si a Francia llegó una inmigración árabe o africana de sus ex colonias fue porque esos países pertenecieron a Francia en la epoca colonial y su gente contribuyó con su sangre en las guerras, como fue el caso de los famosos soldados senegaleses, o con su sudor a la construcción del progreso y la riqueza de los grandes países europeos. Negros y árabes construyeron con sus manos autopistas, edificios, acueductos, centrales nucleares, renovaron ciudades enteras y trabajaron como servicio doméstico y recolectores de la basura de los supuestos « blancos cristianos » impolutos. Si están aquí fue porque los trajeron a trabajar y al estar aquí tuvieron hijos y crearon comunidades donde subsisten las viejas tradiciones ancestrales religiosas, culinarias, musicales. Ellos también son miembros de la República francesa.
Como el caso de árabes y negros en el siglo XIX y XX hubo también amplias inmigraciones de trabajadores italianos, españoles, portugueses, polacos, rusos y judíos pobres que trabajaron en este país y contribuyeron a forjarlo como una nación moderna. Los franceses de hoy son el fruto de un centenario mestizaje y es absurdo plantear que hay una « raza pura francesa blanca y cristiana » amenazada por el otro, cuando todos descienden, quiéranlo o no, de algún extranjero miserable que llegó aquí a trabajar desde los tiempos de la construcción de las catedrales góticas.
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