Por Eduardo García Aguilar
Francia vive desde hace unas semanas una tormenta familiar, económica y política en torno a la millonaria dueña de la famosa marca de cosméticos L’Oreal, la más rica del país, que de repente reveló todos los podridos lazos ocultos existentes entre potentados y funcionarios gubernamentales. A un lado una elegente anciana de 87 años, que brilló en su juventud por su belleza y ser la heredera del negocio más rentable de Francia y el mundo, el de los cosméticos, que a lo largo del siglo XX se convirtieron en una costosa necesidad para las mujeres pobres y ricas del planeta y luego para los hombres, que poco a poco pasaron de su proverbial rudeza a las caricias hedonistas de la metrosexualidad. Y al otro un fotógrafo arribista y un ministro.
La señora Lilianne Bettencourt, hija única del fundador de la empresa, se casó con un turbio político que fue siete veces ministro de los gobiernos de derecha y en los tiempos de auge económico del país reinó en todos los salones y acontecimientos mundanos como reina discreta, elegante, amante del arte, los viajes y la buena vida. Fue a lo largo de siete décadas de mujer adulta una vida perfecta, que gracias a las profundas redes de influencias al interior de los sucesivos gobiernos y a las múltiples donaciones y favores, figuró como la historia impecable y glamurosa de una afortunada mujer.
Pero como en las telenovelas, semanas después de la muerte del viejo marido en medio de la reciente crisis financiera mundial, la hija única de la señora Bettencourt decidió destapar la olla podrida de sus progenitores escondida tras una inmensa montaña de perfumes y cremas para la belleza, islas de sueño, balnearios, jets privados, yates, autos y mansiones de serie americana en la lujosa localidad para millonarios de Neuilly sur Seine, que nada por azar fue gobernada durante décadas y desde muy joven por el actual presidente de la República.
La hija demandó al fotógrafo y escritor multisexual François-Marie Banier, de 63 años, un arribista típico que desde una infancia infeliz marcada por un padre agresivo y una madre indiferente se izó desde muy joven por su belleza de modelo a los lechos de los famosos y millonarios que como Salvador Dalí y Louis Aragon y otras figuras lo adoraban, lo colmaban de regalos y quedaban atrapadas en sus sensuales redes de placer y alegría mundana. Al parecer a lo largo de varias décadas irrumpió en la vida de la pareja de millonarios, seduciendo a un anciano marido declinante y a la millonaria alegre que se resistía con toda razón a vivir encerrada entre los añejos muros de las mansiones de Neuilly sur Seine y se desbocó a compartir con los pebleyos del arte y la fiesta los enviadiables placeres de la sensual Pompeya.
Todo no hubiera sido más que un mal vaudeville, si no fuera porque el fotógrafo empezó a insistir y a recibir regalos de la dama que ascienden a mil millones de euros y comprenden dinero, cuadros y al parecer hasta una isla paradisiaca en las Seycheles. Y además se especula que incluso había logrado que la dama lo declarara heredero universal de una parte de la fortuna. Razón por la cual la hija única sacó los floretes y con ayuda del mejor abogado del país pidió solucionar el problema e impedir que un grupo de vividores se aprovechara de la anciana casi sorda y olvidadiza, capaz de hacer cheques con muchos ceros como si se tratara de servilletas usadas.
En medio de la historia el fiel mayordomo de la anciana pareja decidió grabar tras la muerte de su amo, las conversaciones secretas de quienes rodeaban a la viuda crepuscular y medraban para obtener favores y regalos. Y en esas grabaciones estalló un escándalo aún mayor en medio de la grave crisis económica, cuando el gobierno pide sacrificios interminables al pueblo. Se descubre que la millonaria contrató para manejar su fortuna a la esposa del ministro de presupuesto Eric Woerth, encargado de la fiscalidad y quien se había convertido en la estrella del gobierno como un incorruptible que exigía a todos pagar estrictamente sus impuestos, salvo a la millonaria, poseedora de cuentas ocultas en Suiza y otros paraísos fiscales. El ministro devolvió el favor condecorando con la Legión de Honor al administrador principal de la millonaria y acudió presto a cenar con la magnate sin pensar que podía haber conflicto de intereses.
El caso apenas comienza y lo que era sólo la historia de un fotógrafo arribista se convirtió en uno de los más espetaculares escándalos de Estado que enreda al actual gobierno y deja a la luz pública las relaciones secretas entre poder y dinero. Y es además un golpe a una joya nacional del glamour y el mecenazgo artistico, pues el perfumado cuento de hadas termina manchado por las cámaras de los paparazzis, las grabaciones de los mayordomos y la difusión de la vida secreta de la millonaria y el fotógrafo que llegó a su vida para su diversión y desgracia.
Francia vive desde hace unas semanas una tormenta familiar, económica y política en torno a la millonaria dueña de la famosa marca de cosméticos L’Oreal, la más rica del país, que de repente reveló todos los podridos lazos ocultos existentes entre potentados y funcionarios gubernamentales. A un lado una elegente anciana de 87 años, que brilló en su juventud por su belleza y ser la heredera del negocio más rentable de Francia y el mundo, el de los cosméticos, que a lo largo del siglo XX se convirtieron en una costosa necesidad para las mujeres pobres y ricas del planeta y luego para los hombres, que poco a poco pasaron de su proverbial rudeza a las caricias hedonistas de la metrosexualidad. Y al otro un fotógrafo arribista y un ministro.
La señora Lilianne Bettencourt, hija única del fundador de la empresa, se casó con un turbio político que fue siete veces ministro de los gobiernos de derecha y en los tiempos de auge económico del país reinó en todos los salones y acontecimientos mundanos como reina discreta, elegante, amante del arte, los viajes y la buena vida. Fue a lo largo de siete décadas de mujer adulta una vida perfecta, que gracias a las profundas redes de influencias al interior de los sucesivos gobiernos y a las múltiples donaciones y favores, figuró como la historia impecable y glamurosa de una afortunada mujer.
Pero como en las telenovelas, semanas después de la muerte del viejo marido en medio de la reciente crisis financiera mundial, la hija única de la señora Bettencourt decidió destapar la olla podrida de sus progenitores escondida tras una inmensa montaña de perfumes y cremas para la belleza, islas de sueño, balnearios, jets privados, yates, autos y mansiones de serie americana en la lujosa localidad para millonarios de Neuilly sur Seine, que nada por azar fue gobernada durante décadas y desde muy joven por el actual presidente de la República.
La hija demandó al fotógrafo y escritor multisexual François-Marie Banier, de 63 años, un arribista típico que desde una infancia infeliz marcada por un padre agresivo y una madre indiferente se izó desde muy joven por su belleza de modelo a los lechos de los famosos y millonarios que como Salvador Dalí y Louis Aragon y otras figuras lo adoraban, lo colmaban de regalos y quedaban atrapadas en sus sensuales redes de placer y alegría mundana. Al parecer a lo largo de varias décadas irrumpió en la vida de la pareja de millonarios, seduciendo a un anciano marido declinante y a la millonaria alegre que se resistía con toda razón a vivir encerrada entre los añejos muros de las mansiones de Neuilly sur Seine y se desbocó a compartir con los pebleyos del arte y la fiesta los enviadiables placeres de la sensual Pompeya.
Todo no hubiera sido más que un mal vaudeville, si no fuera porque el fotógrafo empezó a insistir y a recibir regalos de la dama que ascienden a mil millones de euros y comprenden dinero, cuadros y al parecer hasta una isla paradisiaca en las Seycheles. Y además se especula que incluso había logrado que la dama lo declarara heredero universal de una parte de la fortuna. Razón por la cual la hija única sacó los floretes y con ayuda del mejor abogado del país pidió solucionar el problema e impedir que un grupo de vividores se aprovechara de la anciana casi sorda y olvidadiza, capaz de hacer cheques con muchos ceros como si se tratara de servilletas usadas.
En medio de la historia el fiel mayordomo de la anciana pareja decidió grabar tras la muerte de su amo, las conversaciones secretas de quienes rodeaban a la viuda crepuscular y medraban para obtener favores y regalos. Y en esas grabaciones estalló un escándalo aún mayor en medio de la grave crisis económica, cuando el gobierno pide sacrificios interminables al pueblo. Se descubre que la millonaria contrató para manejar su fortuna a la esposa del ministro de presupuesto Eric Woerth, encargado de la fiscalidad y quien se había convertido en la estrella del gobierno como un incorruptible que exigía a todos pagar estrictamente sus impuestos, salvo a la millonaria, poseedora de cuentas ocultas en Suiza y otros paraísos fiscales. El ministro devolvió el favor condecorando con la Legión de Honor al administrador principal de la millonaria y acudió presto a cenar con la magnate sin pensar que podía haber conflicto de intereses.
El caso apenas comienza y lo que era sólo la historia de un fotógrafo arribista se convirtió en uno de los más espetaculares escándalos de Estado que enreda al actual gobierno y deja a la luz pública las relaciones secretas entre poder y dinero. Y es además un golpe a una joya nacional del glamour y el mecenazgo artistico, pues el perfumado cuento de hadas termina manchado por las cámaras de los paparazzis, las grabaciones de los mayordomos y la difusión de la vida secreta de la millonaria y el fotógrafo que llegó a su vida para su diversión y desgracia.
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