Por Eduardo García Aguilar
Patrick Poivre d‘Arvor es una institución nacional en Francia, pues durante un cuarto de siglo fue el presentador del más poderoso noticiero de la mayor cadena televisiva TF1. A lo largo de buena parte de la historia contemporánea su imagen llegó cada noche sin falta a los hogares para dar buenas o malas noticias. Presidentes, ministros, artistas, empresarios, religiosos, delincuentes, deportistas, actrices y todos los habitantes del país, poderosos o miserables, se rendían a sus pies como el Papa mediático que fue desde los tiempos de antes del cable e internet, en los lejanos años setenta.
Hasta esta semana, cuando se comprobó que su nueva biografía de Ernest Hemingway, impecablemente editada y lanzada por una gran editorial como el best seller de la temporada invernal, era un plagio de otra escrita por un autor anglosajón ya muerto, esta vez un investigador serio que sí paso años quemándose las pestañas. Lo triste de todo es que lo acusan de plagio, pero él ni había visto el manucrito que le escribió como siempre uno de sus fieles colaboradores, o para ser más directos, uno de sus ghost writers, escritores « negros », o como quiera llamárseles a quienes escriben en secreto los libros a estrellas, políticos o escritores famosos y cansados.
Sin duda hombre inteligente, culto y amable, su figura daba seguridad y parecía inmune hasta hace tres años, el día en que osó burlarse en una entrevista del nuevo presidente, al sugerir que se comportaba como un hombre inmaduro e infantil con el cargo y parecía jugar con él como un niño lo hace con sus juguetes, en lo que casi todos los observadores coinciden.
La desgracia no tardó en caer. Desde el palacio del Elíseo salió la furiosa orden y Poivre d'Arvor fue destituido de su cargo, del que parecía inamovible, y lo peor es que nadie se lo dijo antes y se enteró de la terrible noticia por la prensa, mientras asistía a un partido de tenis en el estadio de Roland Garros, acompañado de una dama.
Esta ha sido una de las más escalofriantes defenestraciones shakespeareanas del universo mediático local y sus verdugos, los dueños de la cadena TF1, millonarios muy amigos del play boy presidente, cumplieron la orden y pusieron en su lugar a una bella admirada por el mandatario. Ahora, con este escándalo, los amigos de Sarkozy le darán sin duda la estocada final a este ídolo de barro que cayó en su propia trampa.
Después de meses depresivos lejos de la antena, siguió su carrera con dignidad y retornó a la escena televisiva poco a poco en cadenas menores, ejerciendo la crítica, reivindicando su honor y dedicándose a su debilidad personal, el amor por la literatura. Pero ahora Poivre d'Arvor ha recibido el tiro de gracia víctima de sus debilidades y esa terrible sensación de impunidad en que viven las estrellas mediáticas, rodeadas de corte y gente que les hace el trabajo. Toda la prensa le ha caído encima a causa del fraude que significa su biografía de Hemingway y que fue revelado con lujo de detalles por la revista L’Express.
Probabalemente haya escrito con pasión alguno de sus primeros libros y tal vez pueda escribir todavía, pero el éxito es tentador y en pleno apogeo como el hombre más famoso del país publicaba cada año tres, cuatro o cinco libros suyos que salían al mercado, uno tras otro, novelas, ensayos, testimonios, biografías, que se vendían en un instante como pan caliente, comprados por millones de amas de casa enamoradas y admiradores del país entero. Llegó incluso a ser mencionado como finalista para los grandes premios literarios del año, el Goncourt y el Renaudot. Con 63 libros en su activo, se había convertido en una verdadera mina de oro editorial.
Y aunque vivía en la mentira de que todas esas 63 obras eran suyas, la verdad es que la mayoría, sino todas, eran elaboradas por los ghost writers, escritores fantasmas o "negros" profesionales de las editorales, mientras él pasaba el día en las redacciones y los estudios de televisión, en las recepciones y los viajes de trabajo o paseando con sus múltiples novias, una de las cuales al parecer fue la mismísima Lady Di. Poivre d’Arvor terminó por creer que era un escritor, e incluso un gran escritor. Al fin y al cabo cuando salía una obra suya todo el mundo lo elogiaba y los diarios y revistas se esmeraban por hacer las mejores críticas.Y como él siguen y seguirán haciendo trampa decenas de escritores famosos.
El escándalo revela las bambalinas corruptas del mundo editorial, que ha engañado a los pobres lectores en la segunda mitad el siglo XX y lo sigue haciendo con mayor descaro en el siglo XXI. Salvo excepciones honrosas, los autores de hoy son marcas, incluso los sacrosantos Premios Nobel que, como el español Camilo José Cela, plagió la novela con que ganó el muy corrupto premio Planeta. Se puede llegar a ser escritor famoso y multipremiado y Premio Nobel sin escribir los libros. Sólo basta ser una figura mediática. Esa es la cruel realidad que ignoran los inocentes lectores.
1 comentario:
Qué pena que los talentos anónimos, esos escritores fantasma detrás del famoso, no salgan a la luz por falta de imagen, relaciones e influencias.
Dicho plagio se observa también en la música. Se ha rumorado mucho que Agustín Lara no componía sus canciones, como no lo ha hecho Juan Gabriel en México. Hasta ahora no hay evidencia, pero la probabilidad existe y la duda está sembrada.
Un abrazo,
Tere
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