Una década después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas, la humareda que ondeaba sobre Nueva York parece todavía cercana y la era de George W. Bush y sus graves errores estratégicos son episodios aún no superados de la historia contemporánea de Estados Unidos.
Este domingo, el presidente Barack Obama y su antecesor se presentarán juntos en la herida abierta del Ground Zero, en pleno Manhattan histórico, para conmemorar la fatídica fecha que suscita todo tipo de reflexiones sobre la primera década del siglo XXI, marcada por una absurda guerra religiosa entre el bien y el mal, entre el Islam y el Cristianismo, mientras crecía soterrada la grave crisis financiera mundial.
Nadie podía creer lo que veía y mucho menos la noticia de que el Pentágono había sido atacado y que la Casa Blanca se salvó de milagro luego de que pasajeros desviaron heróicamente el avión antes de estrellarse. Todos sabemos donde estábamos en ese instante, qué nos disponíamos a hacer y qué palabras pronunciamos sumidos en el estupor.
Como en los tiempos de los ataques suicidas japoneses que precedieron el estallido de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki en 1945 para terminar la guerra, los televidentes del mundo temblábamos ese día ante la posibilidad del estallido de una conflagración mundial. El presidente estadounidense fue puesto a salvo en un lugar secreto y el vicepresidente y los más altos dignatarios se refugiaron en búnkeres subterráneos mientras pasaba el peligro.
Golpeada en su centro y en sus símbolos por el grupo fanático privado Al Qaida y no por un Estado enemigo, la potencia norteamericana se tambaleó ese día, y luego se plantearon las nuevas alternativas de retaliación, iniciadas con una guerra de Afganistán que se ha convertido en un Vietnam moderno.
Los estrategas de la guerra y los expertos de la diplomacia saben que vale menos la retaliación ciega y caótica de un poderoso monstruo herido que la secreta planificación de las respuestas con cabeza fría, buscando verdaderos efectos y beneficios a futuro. Y que no tenía sentido lanzar al mundo en una tensa guerra indiscriminada de palabras entre el bien y el mal, tal y como lo plantearon los gobernantes de turno, pues ese tipo de acontecimientos se enracinan en fenómenos más complejos con causas profundas que requieren análisis, cartografías, diplomacia y cirugías rigurosas.
Al lanzar una guerra entre el bien y el mal, en este caso el "terrorismo", que es una palabra ambigua que se refiere a un método y donde cabe todo, la potencia engrandeció y diplomó a los fanáticos y les dio el rango del que carecían. Pero lo peor fue que bajo ese gobierno los más radicales halcones de la derecha estadounidense, los grandes lobbys de la industria armamentista y los herederos del sectarismo ideológico se adueñaron de la Casa Blanca e hicieron marchar al mundo a su ritmo, provocando una inútil guerra en Irak, que no tenía nada que ver con los atentados.
Para muchos expertos, como Joseph S. Nye, ex vice secretario de Defensa de Bill Clinton y el excanciller francés socialista Hubert Vedrine, fue un error declarar una "guerra mundial contra el terrorismo". Nye dice que "el precio real del 11 de septiembre para Estados Unidos es tal vez el de un error estratégico", pues durante la primera década del siglo XXI, cuando "el centro de gravedad económico mundial se inclinaba para Asia , ellos se preocupaban por una guerra inepta en Oriente Medio". La crisis financiera mundial iniciada en 2008 reveló por demás que ahora se están repartiendo las cartas del poder mundial y las viejas potencias tienen ahora que negociar en serio con los países emergentes del antiguo Tercer Mundo, gestándose nuevas alianzas y consensos inéditos.
Francia, que en ese entonces no estaba alineada como ahora, tuvo el honor de rebelarse en las Naciones Unidas en la voz del ministro de Relaciones exteriores Dominique de Villepin, el 14 de febrero de 2003, para advertir el error que significaba esa sangrienta guerra de Irak, que causó un millón de muertos, devastó el país y contribuyó a radicalizar con mayor fuerza a los grupos fanáticos del islamismo radical, que se volvieron franquicias de un Mc Donald's del terror y causaron baños de sangre desde la periferia asiática, medioriental y africana hasta el centro de las capitales occidentales como Madrid, en 2004, y Londres, en 2005.
Ahora la verdad es que hay otras Torres Gemelas económicas que amenzan con caerse y devastar muchos países ricos que ahora giran hacia el estancamiento, víctimas de su soberbia, los derroches en guerras inútiles y la tolerancia con los bandidos de cuello blanco de las finanzas mundiales. Mientras se hablaba del bien y el mal, los terroristas del dinero construían pirámides de especulación abusivas que aunadas al gasto delirante en guerras hacen temblar ahora los cimientos económicos del planeta, dejando una nueva humareda de recesión y pobreza.
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