Por Eduardo García Aguilar
Desde adentro del bar de Tony, sale la música flamenca experimental del grupo Vaca Sacra. Como siempre Bastilla arde todas las noches. Acuden ahí desde hace un siglo estudiantes y jóvenes fiesteros que se dan cita frente al monumento coronado por un ángel alado. En la amplia plaza donde circulan sin cesar los vehículos se encontraba hace más de 200 años la prisión de la Bastilla y estuvieron ahí recluidos todos los presos ilustres, como el Marqués de Sade e incluso Voltaire.
La toma de la cárcel fue el acontecimiento histórico, la chispa, que desencadenó la revolución que tumbó el Antiguo Régimen aristocrático y creó la República tras un proceso sangriento en que la guillotina funcionó todos los días para cortar cabezas de rebeldes, líderes en desgracia, diputados, ideólogos equivocados, traidores, soplones, nobles, poetas, soldados, tenderos, prostitutas, curas, ladrones y terminó por decapitar al rey bonachón Luis XVI y a su esposa Maria Antonieta en una fecha memorable que todavía duele y nadie olvida. Pero ahora Bastille es sitio estatégico de la fiesta.
De la histórica rotonda salen calles ilustres como el Faubourg Saint-Antoine, que era un suburbio popular famoso por las barricadas de la Comuna de París, y hoy es lugar de comercios de marca y grandes bares como el Barrio Latino. Hacia otro lado surge la rue de la Roquette, antigua callejuela estrecha y torcida llena de tiendas y cafés que siempre es un hormiguero de gente. Librerías, galerías, tiendas de todo tipo alternan con los bares de la calle de Lappe, que desde los años 20 de siglo pasado alberga el bailadero de tango Balajó y decenas de pequeños antros de fiesta y comida de todos los orígenes. Mas allá sale el Bulevard Beaumarchais, de edificaciones decimonónicas hermosas que aún perviven y donde alguna vez vivió el novelista Flaubert.
Hacia otro lado sale hacia el río un canal, que es a la vez puerto citadino y arteria donde se estancionan los barquitos que salen luego a recorrer el Sena hasta su desembocadura. Y más allá está una arteria que va por la calle Rivoli hacia el centro de París. O sea que Bastille es uno de los corazones palpitantes de la ciudad, donde está la moderna Opera, que es el lugar donde la gente se sa cita para planear sus rumbas.
He llegado por la noche a este bar de la esquina de la calle de la Roquette y el Faubourg Saint Antoine, cuyo patrón Tony es un simpático personaje que anima y bromea con los clientes imponiéndole al sitio un aire irreverente que recuerda los tiempos de la revolución de Mayo del 68 y los agites filosóficos y políticos de los años 70 y 80. Ahora ahí tocan Pierre y Frank, que acaban de crear el grupo Vaca Sacra y experimentan con la música flamenca española interpretando el primero la guitarra y el segundo el saxofón tenor y la flauta.
Como siempre ha ocurrido en la ciudad desde los tiempos de la bohemia de Murguer, Baudelaire, Verlaine y Picasso, en los bares se han creado las más extraordinarias carreras de la música popular francesa. Edith Piaf cantó primero por unas monedas como lo hizo su joven amante Charles Aznavour, que todavía da conciertos en el Olympia al borde de los 90 años y es una institución nacional, tan importante como la Torre Eiffel o la propia Bastilla. En los bares comenzó también Georges Brassens, que fue pobrísimo hasta los 40 años y de repente se convirtió en una leyenda, mito sabio, asombrado que pasar de paria a estrella.
La música como la poesía son artes que se practican por vocación. Son expersiones de lo más profundo del ser y exigen generosidad. Frank el saxofonista, cuando juega con las notas y entra al quite de Pierre el guitarrista flamenco, se agita y se mueve poseído al buscar las notas que saca mientras los parroquianos degustan la alegría de esa música andaluza. A veces con las manos extrae el sonido de las palmas. De repente Pierre cierra los ojos y se introduce a su vez por los meandros de una melodía gitana que eleva a los pocos clientes que acuden al bar esta noche de frío y lluvia, en plena navidad. Es la segunda vez que tocan aquí y los he encontrado por sorpresa.
No ganaron mucho esta noche, pero han tocado en esta esquina desde donde se ve el monumento de la Bastilla y el cruce de miles de muchachas hermosas cuyo perfume ingresa con el viento de las nuevas tormentas. Algunos clientes les dieron unas cuantas monedas, pero ellos han recibido los aplausos, que es lo más importante. Así se crean los grupos y las aventuras musicales.
Ocurre lo mismo en centenares de cafés citadinos, donde la música acompaña las noches de los solitarios o los enamorados. Vaca Sacra ha terminado su presentación y la medianoche llega con más llovizna. Tal vez se conviertan en grupo o no, acompañados con un percusionista. Pero por un instante han sido excelentes y con su entrega han dado vida al flamenco y al bar de Tony, y se han iluminado ellos mismos como lo hacen poetas, músicos, pintores, bailarinas y mimos como Pierrot, cuyo epitafio fue: « Aquí yace el que lo dijo todo sin hablar nunca ».
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