lunes, 29 de julio de 2013

SEIS DÉCADAS DEL HOTEL TEQUENDAMA

Por Eduardo García Aguilar
El hotel Tequendama es una verdadera institución de Bogotá y del país y uno de los pocos lugares que la modernidad no ha arrasado todavía y guarda en sus amplios corredores y habitaciones la patina de 60 años bien vividos y bien conservados como protagonista de la historia contemporánea del país y de América Latina.
Allí se han celebrado convenciones políticas trascendentales, encuentros culturales, empresariales o de moda y en sus suites se han hospedado las más grandes figuras de la farándula o el poder que durante décadas visitaron al país en tiempos ya tan lejanos que parecen de siglos idos: cantantes, actrices, toreros, escritores, prelados, diplomáticos, espías, mafiosos, humoristas, ciclistas, futbolistas, bandidos, estafadores, personalidades del jet set, políticos nacionales e internacionales.
Bogotá en esos años 50 dejaba de manera acelerada atrás el pueblo que fue y aunque ya desde los años 30 y 40 habían surgido muchas edificaciones contemporáneas de tipo Art Deco como la Biblioteca Nacional y muchas residencias y edificios del centro bogotano no colonial, el Tequendama irrumpió como una conexión de la ciudad con el lujo hotelero de las grandes capitales.
Todo allí es sólido y eso se siente en muros, elevadores, el lustre de sus bronces y lampadarios, los pesados uniformes de los botones, el confort de sus habitaciones, el discreto esplendor de sus restaurantes, tiendas de lujo o salones donde los llamados prohombres de la patria, presidentes de levita y frac nuestros pronunciaban discursos acalorados en convenciones de los partidos del Frente Nacional.
En su enorme lobby de amplios sillones se han congregado los periodistas en espera de la salida de algún hombre de actualidad y como me lo contó una vez el embolador con título del sitio, un señor que ha trabajado allí desde siempre con su pulcro uniforme y educó a sus hijos con su labor, la figura más importante que pidió sus servicios allí en medio siglo fue el cómico mexicano Mario Moreno Cantinflas.
He tenido la fortuna de hospedarme allí muchas veces con motivo de participaciones mías en ferias del libro, coloquios, encuentros u otras actividades a lo largo de más de 30 años y cada vez tengo la sensación de ingresar a un aspecto muy especial de Bogotá, ante los cerros y las edificaciones cercanas como la Plaza de Toros, las Torres de Salmona y el Planetario.
Las veces que he estado allí he coincidido con otros invitados como Alfredo di Stéfano, Quino, Carlos Monsivais, Sergio Pitol, Jose Emilio Pacheco, Óscar Collazos, Carlos Germán Belli, Ida Vitale, y decenas y decenas de poetas, escritores y editores extranjeros y colombianos que han recalado ahí con motivo de esas fiestas del libro o encuentros universitarios.
En las habitaciones amplias uno se siente a salvo del caos citadino y con mucha mayor razón en aquellos años terribles de dominio del narcotráfico o cuando las fuerzas extremas asesinaban a diestra y siniestra opositores con sus escuadrones de la muerte. En ese hotel estaba hospedado cuando mataron al director de El Espectador Guillermo Cano y en muchas estadías regresaba a la habitación como si fuera un sobreviviente, después de temblar en el taxi por un posible atraco o la probable coincidencia con el estallido de una bomba puesta por Pablo Escobar.
El hotel posee la patina del tiempo y un olor peculiar que solo tienen aquellos sitios hoteleros de leyenda como el Hotel Crillon de París o el Hotel Ancira de Monterrey, la capital del rico estado mexicano de Nuevo León, donde me hospedé por fortuna durante la visita a México del papa Juan Pablo II hace dos décadas.
Pero para mí el hotel Tequendama es aun más íntimo porque me trae los recuerdos de algunas visitas a Bogotá de niño con mi padre y los tiempos de estudiante en la Universidad Nacional, cuando nos la pasábamos en las exposiciones o los festivales de cine del Planetario o en fiestas en las famosas torres del Parque de Salmona.
Y desde diversos ángulos, en silencio, en la soledad de las habitaciones, en esos momentos de espera, uno mira con ojo de águila la Bogotá profunda, las avenidas que van hacia el norte y el sur, y la bruma, las nubes y la lluvia que surgen de los cerros de la capital colombiana que son una de sus mejores marcas. Y por supuesto los puentes de la 26, la carrera 13 donde estaba el inicial Goce Pagano y las carrera Décima y la Avenida Caracas, que en otros tiempos fueron arterias vivas del país, sin olvidar el Cementerio mayor, la Biblioteca Nacional y las torres del Centro Internacional. O la luminosidad nocturna de la urbe vista desde los insomnios provocados por el jet lag.
Ahí está por fortuna vivo ese edificio sólido de ladrillos rojos en un punto estratégico de la ciudad, como milagroso sobreviviente de seis décadas de guerras y conflictos sin fin. Y con su simbólico nombre El hotel Tequendama es al lado del aeropuerto Eldorado, emblema internacional y cosmopolita del país, allí donde entran, duermen y salen los viajeros afortunados a salvo de los suplicios infernales de Colombia.



lunes, 15 de julio de 2013

GABO, EL CARIBE, CASTRO Y LOS COMUNISTAS


Por Eduardo García Aguilar


El primer contacto de García Márquez con el futuro régimen cubano se dio por casualidad y por azar el famoso 9 de abril, día del "bogotazo" cuando la ciudad fue devastada luego de la muerte del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, pues allí estuvo cerca sin saberlo de quien sería el eterno comandante de la revolución de los barbudos. Se celebraba entonces la Conferencia Panamericana, reunión continental a la que asistían personalidades del hemisferio de todos los rangos y tendencias y que como ministro de Relaciones exteriores coordinaba Laureano Gómez, el brillante conservador de la ultraderecha colombiana.

Según la leyenda, Fidel Castro tenía cita ese mismo 9 de abril con Jorge Eliécer Gaitán a las 2 de la tarde, pero se dio cuenta al llegar a la oficina del abogado que tendría que esperar más, pues el caudillo de la "Oración por la paz" se había ido a almorzar con unos amigos. Grande fue la sorpresa cuando ocurrió el crimen poco después y Fidel Castro, como líder estudiantil invitado a la cumbre, se vio inmerso sin quererlo en el conflicto e incluso habría arengado ese día y el siguiente a los líderes radicales liberales para que no se acuartelaran como lo hicieron, sino que salieran a coordinar la lucha en las calles. Eso lo cuenta el comandante en una larga entrevista con Arturo Alape.

Durante los 18 meses que trabajó como reportero del diario liberal El Espectador, Gabriel García Márquez tuvo contactos muy cercanos con miembros del Partido Comunista colombiano, sin llegar a ser miembro del mismo. Llego a entrevistar en la clandestinidad al famoso secretario general del PC, Gilberto Vieira, en un apartamento bogotano secreto donde el flemático político mecía la cuna de su hijo mientras respondía las preguntas y conversaba con el joven periodista costeño, según nos cuenta don Gabriel en sus memorias.

Más tarde, durante su viaje a Europa, donde vivió varios años, García Márquez tuvo la oportunidad de conocer algunos países de la cortina de hierro, donde estuvo tres meses, según relata en su famoso reportaje "Noventa días en la cortina de hierro". Allí viajó con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, haciéndose pasar como músico del grupo folclórico nacional dirigido por Delia Zapata Olivella, hermana del escritor Manuel Zapata Olivella, quien siempre se encontraba con el joven escritor y futuro Nobel para sacarlo de apuros, primero en Bogotá y después en Cartagena, donde le consiguió trabajo en el periódico local para que realizara allí sus primeras armas reporteriles.

Cuando más tarde regresó de Londres a América Latina, García Márquez estuvo en Caracas, donde trabajó junto a Plinio en varios medios periodísticos. Allí les tomó la Revolución Cubana del 1 de enero de 1959 e incluso fueron invitados a viajar a ese país para asistir a la "Operación Verdad", unos juicios sumarios revolucionarios que Castro deseaba fueran cubiertos por la prensa internacional. Pero la visión de los condenados a muerte en un estadio ante el público enardecido, y el juicio sin piedad, en especial ver el rostro del acusado de criminal de guerra Sosa Blanco, no gustaron al periodista de Aracataca y lo impresionaron, pues vio ello como si se tratara de un circo romano.

Luego del golpe de estado en Venezuela y el rompimiento de su amigo Plinio con el director del medio, se presentó la oportunidad para ambos de iniciar la oficina de la agencia cubana Prensa Latina en Bogotá, invitados por el argentino Jorge Masetti, quien llegó a Bogotá para ese fin, lo que les pareció bien a ambos pues admiraban de todas maneras el romántico Movimiento 26 de julio.

Durante la actividad de corresponsal de Prensa Latina estuvo en contacto cada vez más estrecho con activistas y miembros del Partido comunista colombiano que se reunían en la sede de la agencia. Después Masetti le propuso viajar a Cuba para formarse como director de oficina antes de que viajara a Canadá, según los planes. Estuvo en La Habana con Masetti y el escritor Rodolfo Walsh en una actividad incesante a un ritmo infernal de trabajo y vio como poco a poco el aparato del Partido Comunista cubano comenzaba a tomar más poder en la medida que Cuba estrechaba sus lazos con la Unión Soviética en el contexto de la Guerra Fría.

Al final tuvo que quedarse en la oficina de la agencia en Nueva York, pues no obtuvo la visa para Canadá, pero el ambiente se fue enrareciendo allí cada vez más hasta que renunció por las amenazas contra los periodistas de Prensa Latina por parte de opositores a la Revolución y por los cambios obvios en la agencia, cada vez más controlada por el aparato del Partido Comunista. García Márquez decidiría entonces renunciar y partir hacia México, donde lo esperaba su amigo Álvaro Mutis y su gran destino.

Ya famoso mundialmente, García Márquez volvió a reencontrarse con Fidel Castro y se tejió una estrecha amistad a lo largo de las décadas, que ha causado polémicas porque los anticastristas consideran que su posición ha sido muy blanda ante los abusos del régimen.

Para García Márquez por el contrario esa amistad con Castro es un asunto de "conexión Caribe" más que de política. O sea una amistad entre caribeños, una empatía natural entre celebridades mundiales y nada más. En los momentos más difíciles del régimen cubano con la disidencia, García Márquez, según Plinio Apuleyo, contribuyó a sacar y liberar a muchos disidentes bloqueados o presos, e incluso cuando se hizo el juicio a los hermanos De la Guardia hubo gestiones infructuosas del hijo de Jorge Masetti ante el Nobel para tratar de impedir el fusilamiento de su ilustre suegro, Tony, al final caído como chivo expiatorio en el patíbulo.

O sea que el destino hizo que el hijo de su exjefe, gran amigo e iniciador en cubanismo castrista, el argentino Jorge Masetti, un muchacho privilegiado de la cerrada nomenclatura cubana y yerno adorado de hermano De la Guardia sacrificado, lo buscara sin suerte antes de convertirse en un acérrimo disidente cuyo libro sobre el tema es una joya sobre las peripecias secretas y las iniquidades del régimen cubano (1). A Masetti y a Gabo, mucho tiempo después, frente al pelotón de fusilamiento de Castro, les habría salido un incómodo hijo con cola de cerdo.

(1) Masetti Jorge. El Furor y el delirio. Tusquets. Barcelona. 2004.
* Publicado en La Patria: Manizales.Colombia. 14 de julio de 2013.

domingo, 7 de julio de 2013

MÉXICO Y LOS LATINOAMERICANOS

Por Eduardo García Aguilar
Cuando desembarqué por primera vez en México a fines de 1980 en el famoso avión Tecolote que venía de San Francisco, en California, cumplía el sueño de todo latinoamericano de conocer un país considerado hermano mayor del continente, potencia regional cultural y económica que a lo largo del siglo XX había marcado la pauta en el región y era considerado con respeto en todo el mundo por su fuerza milenaria y la situación estratégica junto a Estados Unidos.
Como prueba de ese liderazgo, miles de exiliados sudamericanos y centroamericanos habían sido recibidos tras huir de las violentísimas dictaduras de derecha que asolaban toda América Latina, por lo que el país era un querido crisol continental, aunque con zonas oscuras de violencia e injusticia que los extranjeros descubrían poco a poco. México no solo significaba para los latinoamericanos milenos de cultura y civilizaciones extinguidas cuyos rastros estaban en ciudades espléndidas de rango indio, chino, japonés, camboyano, egipcio, medioriental, sino una múltiple cultura que pervivía en colores, olores, comidas, músicas, danzas, vestimentas, lenguas y arte popular intactos, sin olvidar mares, volcanes, valles, lagos, ríos, sierras, montañas tropicales y pueblos de sueño donde se viajaba en el tiempo, dos mil años atrás.
Vivir en México era y es aprender todos los días muchas cosas y estar en una universidad activa y viviente que potencia la palabra de quien esté dispuesto a alimentarse de él como ocurrió con Gabriel García Márquez. La Revolución Méxicana había dejado huella y fue cantada y denostada a la vez por su extremada violencia, pero su impronta cultural no se negaba, porque a lo largo de las décadas, el país, estabilizado por un régimen autoritario, reivindicó su cultura autóctona y posibilitó la emergencia de poderosas instituciones culturales, periodísticas, universitarias y editoriales que aun hoy sorprenden. El Fondo de Cultura Económica, que acogió a exiliados españoles y sudamericanos fue faro cultural para generaciones de latinoamericanos, la Universidad Nacional Autónoma de México, el Colegio de México, el Museo de Antropología, los estudios de cine en Churubusco, los múltiples diarios que a lo largo del siglo abrieron sus páginas a la cultura y al pensamiento, todo eso nos sorprendía a quienes veníamos de los países del sur dominados por gobiernos que negaban la cultura propia, perseguían la inteligencia y se arrodillaban ante el imperio depredador.
En esos primeros meses de estadía se calibraba la grandeza del país, pero también se sentían las tensiones del debate político y se develaban muchos de los terribles secretos escondidos debajo de los tapices del lujo palaciego o las escenografías progresistas del régimen, que lo eran mucho más para afuera y poco para adentro. La matanza de Tlatelolco era una herida abierta, la represión y desaparición de opositores, el unaninismo, la corrupción generalizada en tiempos de bonanza, la violencia endémica en los estados, la falta de justicia y la arbitariedad policiaca eran fantasmas sueltos.
Cuando llegué emergía el Templo Mayor junto a la Catedral y pronto sería inaugurado por un presidente que se creía Quetzalcóatl. El gran Juan Rulfo fue regañado como un niño por él, después de un homenaje nacional y quedó deprimido. Los poderosos caciques culturales dominaban a sus huestes como rebaños. La televisión dominaba todo. Las luchas intelectuales eran violentas y los bandos se ignoraban y se ninguneaban con odio. José Revueltas hablaba al margen desde el más allá de su rebeldía.
Los mayores escritores o artistas del continente y del mundo habían vivido o pasado temporadas en México como Pedro Henríquez Ureña, Pablo Neruda, Grahan Greene, Einseinstein, Tamara de Lempicka, Leon Trotsky, Tina Modotti, Alvaro Mutis, Gabriel García Márquez, Alejando Rossi, Augusto Monterroso, Malcolm Lowry, D.H Lawrence, William Bourroughs, John Reed, Antonin Artaud, André Breton, Luis Cernuda, Yolanda Oreamuno, Leonora Carrington, y decenas de intelectuales, poetas, pintores o cineastas judíos, brasileños, uruguayos, chilenos, argentinos, bolivianos, peruanos, venezolanos, centroamericanos, cubanos, dejaron en México sus huellas o fueron marcados para siempre por él. Exiliados europeos de la Segunda guerra mundial también encontraron refugio y nueva patria en México.
Al desembarcar de ese Tecolote y recorrer las calles del centro histórico se comprendía la magnitud de esa cultura: las huellas del pasado estaban en esos palacios coloniales de cuyos vientres salían pirámides o dioses de piedra, así como los templos, el palacio de Bellas Artes, el castillo de Chapultepec, o las calles modernas que como Bucareli albergababn las sedes de los diarios de la era modernista o las avenidas como el Paseo de la Reforma y el Eje Lázaro Cárdenas, que eras huellas de una gran urbe, la misma que maravilló a Barba Jacob y a Henríquez Ureña y a otros viajeros en los primeros años del siglo y que en los cincuenta vio emerger la Torre Latinoamericana.
Pocos países tan propicios para ejercer la literatura y el arte, lleno de museos, editoriales, periódicos, suplementos culturales, revistas literarias, donde había un esfuerzo estatal nacional y regional para editar libros y abrir espacios a todos los escritores de todas las generaciones u orígenes, incluso a los afortunados extranjeros que llegábamos de otras tierras.
Tres décadas pasaron como sueño y muchas cosas se derrumbaron. El régimen de los tlatoanis cayó y lo sucedió una supuesta transición democrática de derecha que concluyó en años oscuros de guerra sangrienta contra el narco. Hubo auge de la izquierda, revolución zapatista en Chiapas, entramados surrealistas en palacio, un candidato muerto, esperanzas frustradas para la izquierda, y muchos libros escritos en medio del delirio que vivía el país a medida que perdía sus ídolos y los reemplazaba por narcos.
Las grandes figuras, Paz, Rulfo, Fuentes, se extinguieron y los grupos culturales piramidales se resquebrajaron. Las nuevas voces salen ahora del margen centrífugo y hablan de la tragedia reciente. Javier Sicilia ora por los muertos, Cristina Rivera Garza revisa la necropatías nacionales, autores nuevos del norte y del sur hablan desde la sangre y las muertas de Juárez. Los periodistas alzan la voz y mueren a veces. Ninguna reputación está a salvo ahora de la crítica en el Agora. Y México sigue ahí, insumergible como un barco milenario que es más grande que sus propias desgracias puntuales y sus Calígulas efímeros. Por eso sigue siendo una gran escuela necesaria para Europeos y latinoamericanos, porque es un extremo occidente sincrético y necesario que renace siempre de sus cenizas orientales.

* Publicado el domingo 8 de julio de 2013 en Excélsior. México. D.F.