Por Eduardo García Aguilar
Uno de los escritores colombianos que en su momento tuvo, a finales del siglo pasado, una gran presencia en el panorama literario colombiano fue Rafael Humberto Moreno-Durán (1945-2005), quien luego de su prematuro fallecimiento vive en un injusto silencio, dados como son los medios literarios colombianos y las editoriales a sepultar y olvidar para siempre a quienes la parca les ha jugado una mala pasada llevándoselos antes de tiempo y no pueden estar presentes para promover sus obras en vanas presentaciones y aceleradas actividades de prensa y marketing.
Moreno-Durán, quien estudió derecho en la Universidad Nacional de Colombia, era un escritor vanidoso y ambicioso como todos, lo que no es un pecado, y estaba caracterizado por una gran cultura e inteligencia y a la vez por un gran sentido del humor, pero era capaz de cometer injusticias con sus amigos, cuando sentía que sus intereses u orgullo literarios estaban en peligro.
Por eso en vida se peleó con muchos de sus colegas y son inolvidables sus desplantes en ferias literaias o presentaciones de libros donde buscaba ocupar todo el terreno, autodenominándose como el mejor escritor de todos los de su generación. Pero aun así, todos lo queríamos y destacábamos sus cualidades excepcionales, dada su múltiple formación como jurista y lector infatigable.
Los escritores de su generación, que podríamos llamar "De la revista Eco", la gran publicación del librero alemán Karl Buchholz, entre los que figuran Darío Ruiz Gómez, Oscar Collazos, Fanny Buitrago, Ricardo Cano Gaviria, Nicolás Suescún, Luis Fayad, Roberto Burgos Cantor y Fernando Cruz Kronfly, entre otros, eran fieles a la idea del autor total, inspirado en grandes figuras como Marcel Proust, Virginia Woolf, Thomas Mann, Herman Broch, Elias Canetti y otros monstruos europeos de obras portentosas y gigantes. Para ellos ser escritor era y es devorarse el mundo y la historia con mayúsculas, ejercer un sacerdocio milenario, agitar las palabras y las ideas hasta la extenuación.
En los años 60 y 70 estos escritores, entre los que figuraba Moreno-Durán, ejercieron la literatura al extremo, gracias a un espíritu de polígrafos que se lucían y gozaban escribiendo largos ensayos y novelas enormes y supercuidadas donde los protagonistas eran las ideas y el lenguaje. También se consideraban intelectuales en el buen sentido de la palabra intelectual, o sea hombres de ideas y de cultura, ligados a los clásicos y a los autores de todas las épocas de la cultura universal.
Su tragedia consitió en que el mundo y la vida literaria cambiaron de repente y esas obras magnas, cuidadas, responsables, fueron reemplazadas poco a poco por una literatura frívola y de escándalo, apta para amplios públicos, especialmente el colombiano, que goza con obras vulgares y violentas donde la agresividad, la intolerancia y la escatología nacionales son legión.
De ahí que desde un tiempo para acá se ha vuelto en Colombia a una literatura prevargasviliana, fundamentalmente paisa, que se nutre en la escatología del humorista Cosiaca y los anatemas del sacerdote Miguel Angel Builes, un sectario iluminado que incendiaba desde los púlpitos invitando a la violencia y la eliminación física del enemigo político, o sea el liberal. La literatura de éxito en Colombia es pues, una literatura que insulta, ataca, destruye verbalmente al enemigo, una literatura llena de manías, racista, clasista, donde reina el grito y el desplante y no el pensamiento.
Moreno-Durán se dio cuenta de que su generacion había fracasado en el intento y alcanzó a ver la entronización en Colombia de todos esos best sellers agenciados por las grandes editoriales multinacionales, en especial de la llamada literatura sicaresca, de tetas o de narcos. Y debió haber sido muy duro para él y sus colegas reconocer esa terrible derrota de su generación, que fue condenada al ostracismo después de la desaparición de la revista Eco y de casi todos los suplementos y revistas literarias.
Bajo de estatura, fornido, siempre listo a pronunciar fenomenales ocurrencias, la partida de Moreno-Durán, con todas sus cualidades y defectos, fue una gran pérdida para la literatura colombiana en general. La trilogía Fémina Suite, Los felinos del canciller, Mambrú y Metropolitanas, son algunas de sus obras.
Y fue una gran perdida porque en lo que va del siglo XXI nos hemos venido acostumbrando en Colombia a ese lenguaje hostil, que es el manejado por el ominoso caudillo del Ubérrimo, quien es en política la versión agresiva, falta de ideas, binaria, sectaria, de esa literatura de cuchilleros y "rufianes de esquina" que ha terminado por dominar el panorama nacional, salvo contadas excepciones por fortuna, con autores como William Ospina, Tomás Gonzalez y Evelio Rosero.
El vanidoso, el ambicioso e inteligente escritor Moreno-Durán supo a tiempo de la gran tragedia de la literatura colombiana y es probable que esa certeza aceleró su enfermedad y terminó por matarlo. Había apostado toda una vida por una literatura con mayúsculas y la literatura fue conquistada por los minúsculos.
Moreno-Durán era capaz también de tener una gran generosidad y le debo gestiones para que mi novela El Viaje Triunfal fuera publicada en la Editorial Tercer Mundo, dirigida entonces por Santiago Pombo. Antes, un jurado compuesto por Moreno-Durán, Ruiz Gómez y Cruz Kronfly, la eligió como ganadora de la Beca Ernesto Sábato de Proartes para escritores jóvenes, galardón que también obtuvieron entonces Julio Olaciregui y Evelio Rosero. Moreno-Durán era amigo y ayudaba a los escritores jóvenes.
Son inolvidables las veladas vividas con Moreno-Durán en Colombia, México y París. Si un día se hace un libro de homenaje, sus amigos y enemigos podrán contar quien fue esta gran figura de la literatura colombiana, que merece ser rescatada del olvido y puesta a circular de nuevo para que se conozcan los alcances de su obra y la de sus contemporáneos. Moreno-Durán fue un enorme escritor colombiano y su ausencia se nota en la literatura colombiana de hoy.