Por Eduardo García Aguilar
China logró este sábado un histórico alunizaje de su sonda Chang'e 3, de la que saldrá el vehículo Conejo de Jade para iniciar exploraciones en el territorio de la Bahía de los Arcoiris, lo que constituye un espectacular logro para la vieja nación asiática, que se iguala ahora con Estados Unidos y la URSS, superpotencias que hace más de medio siglo lograron proezas similares en el contexto de la guerra fría.
Después de que Estados Unidos y Rusia, afectados por crisis sucesivas, redujeran presupuestos de conquista espacial y desaparecieran los transbordadores y hasta la posibilidad de lanzamientos en Cabo Cañaveral, o se presentaran muchas fallas y fracasos en los lanzamientos rusos desde Baikonur, naciones emergentes como India, Brasil y China quieren avanzar en ese camino ampliando el club de las potencias espaciales.
En estos momentos Francia, desde Guyana, en América del Sur, tiene el único complejo viable de lanzamiento que garantiza la posibilidad de llevar satélites estatales o privados a la órbita terrestre, mientras algunas empresas privadas avanzan en la implementación del turismo espacial privado.
Los chinos, que se han convertido en los nuevos magnates del mundo y cada año incrementan su influencia política y económica en todos los continentes, no solo aspiran a llevar a nuestro satélite vehículos como el Conejo de jade, sino seres humanos, lo que tal vez en una o dos décadas sea una realidad, dado el impulso del milenario país de Confucio, el autor de las sabias Analectas.
Estados Unidos y Rusia nos hicieron soñar desde niños con la conquista espacial. Antes de que los hombres, encabezados por Yuri Gagarin y John Glenn, comenzaran a salir fuera de la Tierra, ya nos habíamos acostumbrado a los viajes de las sondas que antes de estrellarse e la Luna o en Marte, enviaban a nuestro planeta fotografías apasionantes de extraños territorios con las que armó poco a poco la cartografía de aquellas vecinas esferas.
Estados Unidos realizó una espectacular carrera espacial con experimentos de naves como Géminis y paseos espaciales de personajes que como el malogrado Ed White nos fascinaban cuando aparecían en las portadas de la revista Life, de circulación continental. Con el cordón umbilical enlazado a la cápsula y el traje espacial, White aparecía flotando en el espacio delante de la hermosa esfera azul de nuestro planeta, cubierta de hilos y madejas de nubes.
Luego, con inversiones gigantescas que hoy serían imposibles, Estados Unidos emprendió la conquista de la Luna y llevó por fin a seres humanos a la superficie selenita. En julio de 1969 todo el planeta vio en vivo y en directo la llegada del recién fallecido Neil Amstrong, seguido luego por Buzz Aldrin, y supervisados desde la órbita por Mike Collins, personajes que quedaron grabados para siempre en nuestra memoria.
Luego vinieron otros viajes y exploraciones a la Luna por medio de los viajes de Apolo, que terminaron para dar paso a otro tipo de conquistas también memorables, como el envío de sondas a todo el sistema solar, Saturno, Júpiter, Neptuno, e incluso más allá, así como avances tecnológicos que han hecho posible llegar hasta el instante del big-bang y descubrir miles de exoplanetas y millones de galaxias y agujeros negros.
Las imágenes del telescopio Hubble han sido sorprendentes para los que vivimos fascinados desde niños por el espacio lejano. Gracias a ellas hemos comprendido mejor el universo y nos hemos acercado a los más extraños confines del mismo. Los humanos hemos palpado así 14.000 millones de años de historia de la materia en expansión y deriva, solidificación y explosión, concreción y difuminación infinitas. Con esas imágenes somos cada vez más poetas, porque la poesía es el reino de lo inefable e inasible.
Las naves nos han acercado a los satélites de Saturno y Júpiter, algunos de los cuales son planetas vivos con océanos de líquidos de otros colores, composiciones y densidades. En esas superficies hemos visto actividad volcánica, huracanes gigantes, lagos y paisajes jamás imaginados. En su viaje por los planetas, las naves se han acercado y orbitado aquellos globos que giran en torno a los gigantescos hermanos mayores del Sistema Solar.
Una nave que ya está saliendo de los confines del Sistema Solar lleva un mensaje de los terrícolas inscrito en una placa por si alguna vez lo captan probables extraterrestres. O sea que la humanidad no se niega al sueño de que en otros lugares, en alguno de esos millones y millones de exoplanetas, exista la vida y la inteligencia.
A futuro la aventura espacial será colectiva y se aunarán los esfuerzos de varios países para avanzar en otras conquistas inimaginables. Estaríamos apenas en el albor de la aventura soñada por los humanos desde hace milenios y contemplada con más certeza científica por los sabios del Renacimiento, los Galileo Galilei y los Leonardo Da Vinci que entendieron por fin que la tierra era un grano de arena en un océano infinito de polvo interestelar.
Pese a las guerras y a las crisis, al fanatismo y a la locura, el hombre avanzará en el dominio de la materia y la energía y tarde o temprano los descubrimientos nos acercarán cada vez más a lo desconocido.
Dentro de miles de años, otros hombres habrán llevado la aventura espacial a confines inesperados. Nuestra generación tuvo la fortuna de palpar el albor de esta aventura y seguirla desde la infancia con pasión. Por eso es loable que los chinos ingresen ahora al club de los exploradores con su nave y su vehículo Conejo de Jade.
Llegarán a la Luna, mientras una coalición internacional tratará en dos o tres décadas de llegar con humanos a Marte, planeta mucho más vivo de lo esperado y que en estos momentos está revelando grandes secretos, como la presencia de agua y la existencia lejana de océanos, ríos y lagos cuyas huellas exploran en este momento vehículos norteamericanos.
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