Cortázar y su último gran amor Carole Dunlop |
Por Eduardo García Aguilar
Cuando uno busca la plaza
Dauphine tras el soplo bohemio de Julio Cortázar relatado en su cuento Las babas del diablo, descubre que es
una escenografía de lo que fue hace siglos pero carente de vida, maquillada al
extremo, deslavada, inerte, fría, espectral, como un cadáver recién
embalsamado.
El cuento de Cortázar sirvió
a Michelangelo Antonioni para el guión de la película Blow Up, que solo guarda
de la historia cierta anécdota de la búsqueda fotográfica como reto estético y
la sorpresa que genera, porque el filme gira hacia otra historia distinta y
fascinante, convertida en un emblema de la cultura popular de los años sesenta
y un clásico del cine moderno en el que participaron actrices de moda del
momento en una Londres que explotaba con el surgimiento del rock, los Beatles,
los Rolling Stones y otros muchos grupos que aun hoy siguen vivos en la memoria
y el gusto de la gente.
Medio siglo después si uno
trata de ponerse en el ángulo de la mirada del gran autor argentino, ve que ahí
en la Plaza Dauphine hasta la arena es falsa y todo está congelado en una
asfixiante tarde invernal de febrero, preparada en hibernación para que en el
próximo verano lleguen los turistas o los nostálgicos del autor, que deambulaba
por esos parajes con La Maga su amada imaginaria, cuando vivía pobre en una
buhardilla y transcurría la vida como un episodio literario hasta la indecencia
de su propia cultura rioplatense. Sin duda la plaza en aquella época no había
sido restaurada y guardaba tal vez las paredes sucias de siglos de humo y
lluvia, así como tiendas de carbón y bares de mala muerte que hoy han sido
reemplazados por restaurantes con estrellas Michelin a donde acuden los
millonarios que compran apartamentos dieciochescos en esa muy cotizada esquina
de la isla del Sena.
Cerca de esa plaza, que es
un rincón de siglos cuya arquitectura pareciera salir de la misma historia de
los tres mosqueteros, fluye el río y en sus orillas se encuentran las tiendas
de flores y animales que visitaba el personaje de Rayuela en su búsqueda
erótica y azarosa inspirada en los surrealistas y en esa historia inolvidable
de Breton, Nadja, que es una deambulación con otra Maga de entreguerras. Ahí
están esos lugares todavía y uno puede jugar a Oliveira y la Maga en las
alturas del siglo XXI como puede jugar a Breton y Nadja en otras zonas de la
ciudad, por la zona de los grandes bulevares donde abunadna los pasajes y las
sorpresas.
La Maga original |
El argentino sin duda se
inspiró en la Nadja de Breton para crear los ámbitos azarosos del encuentro en
Rayuela, oda al amor libre. Como gran lector y ser libresco él leyó todos
aquellos libros necesarios que se inspiran en las calles de una ciudad
convertida desde siempre en un caleidoscopio infinito. Por eso los lectores
descendientes lejanos de aquellos lectores y estetas de hace más de medio
siglo, tratan hoy de ponerse los lentes erotómanos de esas miradas para ver los
rostros y percibir los aromas de la belleza femenina.
Cortázar era un inveterado
romántico, erotómano permanente y en esas deambulaciones por las calles el
metro y los bares en pleno auge del existencialismo y el jazz, imaginaba el nombre o olor de las
desconocidas muchachas provenientes de algún suburbio lejano donde sus
inquietantes presencias de forasteras pasan siempre inadvertidas como vuelos de
gaviotas.
Cortázar observa al azar
alguna de esas bellas y piensa que nadie sabrá lo que hará el tiempo de sus
huesos, ni de su carne ni de su mirada
oblicua, incómoda a las miradas que en el metro la captan más con estupor que
deseo y algo de incredulidad. El rostro de esa desconocida, esa otra Maga
perteneciente al ejército de Magas es perfecto y se refleja en la escotilla del
vagón en esta agitada tarde de ires y venires urbanos y laborales. Sus uñas
traen barnices quebrados y desgastados de color granate oscuro, ajados tal vez
de lavar platos o comerse las uñas pensando en mundos perdidos. Lleva chaqueta
de cuero, blusa algo usada de algodón color azul pálido y jeans ceñidos a sus muslos diminutos y torneados. Su
cabello es fértil, castaño, desordenado y tal vez sin bañar desde hace días.
Trae alguna huella de sangre en su pantalón y es arisca y sin mirar a quien
parece vigilarla con celo, como si fuera ese individuo su proxeneta. ¿A dónde
va? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su precio?
Bar l'Angora. Bastille. |
Imaginemos al poeta Cortázar
en detrás de la barra en algún bar cercano a Bastilla, preguntándose ante la
mesera estudiante ¿Como es posible tanta belleza? ¿Tanta belleza inocente de su
propia belleza entre artistas, bohemios, ebrios de amor y de arte? Ella está
ahí con las ideas lejos, ajena a las tareas encomendadas. A la mestiza estudiante de antropología se le
olvidan los clientes y los pedidos, pasa con fugacidad el trapo de limpiar por
las superficies del zinc o las mesas y
pareciera lejos en alguna galaxia. Lejos de todos y de nadie.
Su espesa cabellera fértil y
oscura, abundante, recogida en moño por ahora, su piel de oliva y su rostro de
actriz inigualable, entre Sofía Loren y Claudia Cardinale. Una nueva Penélope
Cruz en el siglo XXI. Recién llegada de Madrid, bella y distraida flor en un
desierto de rutinas, orquídea en la escarpada montaña del silencio, hermosa
dentro de sus amplios jeans y la blusa impaciente por terminar el turno y
correr a los brazos del incógnito amado en que piensa ella, hermosa nada más sin saberlo. O sea un personaje de
Rayuela que se reencarna en la segunda década del siglo XXI en habitante
de amor, arte literatura, noche y eros.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 15 de mayo de 2016.
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