Por Eduardo García Aguilar
El
escritor estadounidense Edgar Lee Masters, nacido en Kansas en 1868,
murió en un hospicio de Pensylvania un 5 de marzo de 1950 a los 81 años.
Cuarenta y cinco
años antes, en 1915, había publicado un libro de epitafios en forma de
poema que no solo le daría fama inesperada, sino
que se convertiría en su obra mayor, un libro excepcional que opacó a
los otros
y que a lo largo de su larga vida nunca volvió a repetirse, pese a haber
publicado más de 50 volúmenes de poesía, ensayo, novela y biografía.
Sin negar la influencia de la Antología Griega, su Spoon River
Anthology es
el fresco de una época, el lamento doloroso de un hombre que había
logrado comprender muchos de los oscuros juegos de la vida, sus manías
complejas, malas jugadas, risotadas, burlas macabras, sin perder la
esperanza.
Adentrándose en un cementerio humilde de un pequeño poblado, Lee Masters
logra
comunicarnos un mundo que trasciende los límites de lo banal, para
resumir la
tragedia humana. En
el epitafio del inventor Robert Fulton Tanner dice que “un hombre no podrá jamás vengarse
del ogro monstruoso de la vida”. Y agrega: “si solo un hombre pudiera morder la mano
gigante que lo apresa y lo destruye, tal y como yo fui mordido por una rata al
presentar mi trampa patentada”.
La vida para el genial Lee Masters vendría a
ser una trampa a la que como ratas llegan los hombres engañados por las ilusiones y el
deseo de cumplir un “destino”, sin saber que adentro, mientras saborea el
pérfido queso, es solo objeto de las llameantes miradas de la vida, que al
fatigarse de verlo correr dentro de la jaula, le lanza sus traicioneros
zarpazos.
Lee Masters visita y exige a cada uno de esos mínimos personajes decir
la verdad y solo la verdad. Bajo la fría lápida del olvido ya no tiene nada que
perder y solo aquella puede engrandecerlos, así como cada uno de esos
personajes, jueces, banqueros, vigías, prostitutas, cantineros, poetas,
violinistas o ingenuos, tal vez imaginarios, ficticios, acorralados,
arrepentidos, envidiosos o justos, se vuelven gigantes en el polvo, colosos en
el silencio. El mérito y la maravilla de cada uno de los epitafios es que
logran comunicarnos en renglones simples y rápidos, la profunda verdad de una
vida.
Para la señora Ollie McGee, “ese hombre de mirada baja y cara huraña”, es el
“marido, que por una ensañada crueldad, vergonzosa de decir, me robó la
juventud y la belleza (...) Muerta, yo me vengo”. Pero para Fletcher, su
esposo “ella tomó mi fuerza minuto a minuto, poseyó mi vida hora tras hora. Me
agotó como una luna afiebrada toma la savia de la tierra que gira (...) Yo
golpée las vidrieras, sacudí las herraduras, terminé por esconderme en un
rincón. Después ella murió y me ha espantado hasta el fin como una quimera”.
La
ironía manejada por Masters es implacable y certera. Unos a otros se acusan,
pero con una tranquilidad que
sube del
fondo de sus huesos roídos por el tiempo, huesos que ya no pueden temer
ni
pretenden esconderse tras su lápida-máscara. El borracho del pueblo, a
quien el
cura le negó sepultura en tierra consagrada, es finalmente sepultado
junto a
dos eminentes protestantes, el banquero Nicholas y su querida esposa
Priscilla
Chase Henry y el borracho se ríe y dice: “Almas prudentes y piadosas,
mirad como el juego del azar puede traer gloria y honra a muertos que,
vivos, ¡solo
conocieron la vergüenza!”. Benjamin Pantier, notario, que “conoció la
ambición”
y pretendió la gloria, es sepultado con su fiel compañero, el perro Nig,
con
quien vivió sus últimos días, encerrado en un siniestro cuarto: “Bajo mi
mandíbula yace el osificado hocico de Nig. Nuestra historia se pierde en
el
silencio. ¡Pasa, mundo demente!”.
Hay algunos felices como William y Emily que vivieron juntos hasta la
muerte, para decir después que “hay algo en la muerte que se parece al amor”, o
como el avieso Frank Drummer, a quien todos creían pobre de espíritu, pero dice
que “a pesar de todo, al comienzo había en mi alma una clara visión, una
vocación alta e irresistible que me condujo a querer aprender de memoria ¡La
Enciclopedia Británica!”.
Spoon River Antohology tuvo muchas ediciones y el éxito fue
arrollador.
Los estadounidenses se identificaron así con cada uno de esos personajes
lanzados a
la deriva, anónimos. Sandro Cohen, que tradujo y prologó una pequeña
selección de los
poemas de Lee Masters publicada en México, anota que este se “empeñó,
más que nada, en descubrir
todo elemento de hipocresía que pudiera encerrar la sociedad
estadounidense. Es fácil imaginarse el escándalo que causó en 1915”
(Edgar Lee
Masters. Antología de la antología de Spoon River, Material de lectura,
N° 79,
UNAM).
En
1924
el autor intentó sin éxito redoblar el éxito del primer Spoon River,
con una obra
llamada The New Spoon River, publicada por Boni and Liverigth
Publishers, New York, en 1924, que
no obtuvo el éxito esperado. En las librerías de viejo de Estados Unidos
yacen por cantidades otras ediciones de libros de Lee Masters que no
tuvieron la
fortuna de ese volumen exitoso donde se nos muestra lo vano de patalear y
protestar, cuando el gusano orondo espera.
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* De la serie Textos nómadas.
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