Por Eduardo García Aguilar
En una ceremonia sobria, fría, casi de
funeral, el nuevo presidente del todavía imperio estadounidense, Donald Trump,
prestó juramento el viernes bajo las columnatas del Capitolio en Washington ante
una muchedumbre que esperaba bajo la lluvia, convirtiéndose en el 45° mandatario de
ese país y sucesor del primer presidente negro de Estados Unidos, el brillante
abogado de Harvard, Barack Obama.
En un corto discurso demagógico el multimillonario, racista y xenófobo, profirió una serie de lugares comunes al uso de todos los politicastros y tiranuelos que prometen el paraíso a los desposeídos a quienes dicen representar, cuando a lo largo de su vida han abogado precisamente todo lo contrario al beneficiarse del nepotismo, la plutocracia, el derroche y los lujos dorados de un desaforado mal gusto sin nombre.
A la ignara masa, en su mayoría blanca y provinciana,que propició su triunfo, le ha dicho que el país volverá a ser grande, que florecerán túneles, puentes, aeropuertos, edificios y lloverán empleos, pues todo el dinero milagroso que traerá el rey Midas solo será para los pobres locales y no para los malvados inmigrantes que ahora encontrarán fríos muros en las fronteras del país.
Como buen demagogo dijo que la transición no era entre uno y otro presidente sino entre un presidente y el pueblo que, según él, ahora sí ha tomado el poder y es el que decidirá, cuando todos sabemos que su gabinete es de magnates, multimillonarios y ex funcionarios de Goldman Sachs, de donde salen ahora en el mundo muchos de los gobernantes, cancerberos de los intereses financieros del gran Big Brother plutocrático.
Todos los dictadorzuelos de izquierda y derecha prometen lo mismo al llegar al poder. Lo hicieron todos los dictadores latinoamericanos y africanos, los bolcheviques en Rusia cuando hablaron de la dictadura del proletariado o Mao TséTung con la Revolución Cultural y lo hizo el bigotón austriaco Hitler en Alemania prometiendo la nueva grandeza de Alemania, a su parecer devorada por desechables extranjeros y los judíos.
Los votantes de Trump le creerán tal vez que las viejas fábricas de carbón, las siderurgias y otras empresas que desaparecieron arrasadas por la nueva era tecnológica volverán a surgir como por encanto resucitando los millones de obreros bien pagados de las tres décadas gloriosas, que fueron la base del American Way of life, difundido por el cine de los años 50 al son de los conciertos de Frank Sinatra y Elvis Presley.
En la noche, el viejo magnate de melena y copete dorados fijados con laca bailó con su esposa la ex modelo e inmigrante ilegal eslovena al ritmo de la canción My Way de Frank Sinatra, expresando el mensaje de que como niño mimado, hijo de millonario, ha hecho y hará lo que le viene en gana, no importa si lo que haga signifique probablemente el inicio del fin del imperio, como en su tiempo lo hicieron Nerón y Calígula con la era romana.
Nadie olvidará la asquerosa campaña que lo llevó al poder. Insultó y humilló a sus vecinos los mexicanos, la mitad de cuyo territorio fue robado precisamente en el siglo XIX por Estados Unidos y cuya sangre sudor y lagrimas ha servido para construir en parte la riqueza gringa. Al estigmatizarlos como causantes de los males nacionales, se ganó los votos del blanco ignorante de pueblos y campañas, ahítos de odio y racismo.
El sábado, cientos de miles de manifestantes recordaron en Washington su repugnante machismo de gorila alfa, el desprecio y el maltrato hacia las mujeres, para él simples objetos de adorno para macho rico, a las que dijo poder agarrar por el sexo y besar cuando quiere porque es potentado y famoso. Y ecologistas, universitarios, académicos, asociaciones de las minorías y demás movimientos protestaron por toda esa utilería nefasta de la ideología de extrema derecha que vehiculan buena parte de sus asesores y consejeros.
En vez de tratar de calmar los ánimos de un mundo que vive en guerra, Trump se ha lanzado a casar peleas con la vieja Europa aliada, que ahora estupefacta escucha las amenazas del viejo gruñón. Le ha mostrado los dientes a la potencia china, cuya proverbial y milenaria paciencia ha sabido derrotar a todos los que alguna vez quisieron conquistar al imperio del sol naciente. Y cosa increíble, esta semana fue el presidente chino Xi Jinping, príncipe rojo heredero de Mao TseTung, el que pronunció un discurso abierto y sereno a favor del libre comercio y la tolerancia en la cumbre de Davos en Suiza, como si asumiera de repente el liderazgo mundial. Propiciar guerras comerciales no ha beneficiado nunca a nadie en el mundo, dijo el líder chino.
Trump quiere deshacer el pacto nuclear con Irán, logrado después de tres lustros de arduas negociaciones y aboga por un mayor armamentismo nuclear. Sin que se lo pidan dice querer aliarse con Rusia para poner en tenaza al mundo. ¿Podrá Trump realizar todos sus delirios y fantasmas? ¿Lo controlarán las propias fuerzas interiores del Estado gringo? Incógnitas para los próximos meses o años.
Todo esto apenas comienza y tal vez como ocurre con los fanfarrones, una vez en el poder logrado a base de mentiras y bravuconadas y con las técnicas de la telerrealidad que conoce muy bien como presentador estrella del programa El aprendiz y dueño de Miss Universo, Trump solo gobierne como lo que realmente es, un derechista típico gringo, una mezcla degenerada de Ronald Reagan y George Bush hijo, condimentada con algo de Ku Klux Klan.
Pero como siempre también está presente la otra gran América que ya empieza a manifestarse y enfrentará lo arbitriario del sátrapa con la entereza de la derrota, pero con la lucidez de la inteligencia. Estados Unidos también es esa otra fuerza de cultura, ciencia, arte, tecnología, música, tolerancia, generosidad, que conocemos quienes hemos vivido allí alguna vez. Walt Whitman, William Faulkner, Ernest Hemingway, Martin Luther King, Bob Dylan, Angela Davis, Joan Baez, Janis Joplin, Jim Morrison, Noam Chomsky, Meryl Streep, Scarlett Johanson y tantos otros velan por los derechos amenazados.
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* Publicado en la Patria. Manizales. Domingo 22 de enero de 2017.
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