Hubo un tiempo en que en París reinaba con su ingenio el gran e inolvidable argentino Julio Cortázar. Ahora en esta ciudad amada, llena de inmigrantes y exiliados de todo el mundo, nos ilumina Luisa Futoransky (Buenos Aires, 1939), la más grande escritora latinoamericana actual, y decenas de escritores discípulos y amigos tejen día a día su testimonio.
Vivir en estos tiempos en París y coincidir con Luisa Futoransky es una fortuna y un honor. Su vasta obra siempre ha recorrido los caminos prohibidos y desde su exilio permanente, desde el viaje, nos nutre con lucidez, ironía e inteligencia.
En el libro París, desvelos y quebranto (Pen Press, Nueva York, 2000), nos habla de “un país que se te encima al de ayer”, y agrega que “deshice casas, perdí bibliotecas, me fui con lo puesto en una valija, dos, valijas, tres”.
Por eso caminar con ella por la rue Saint Honoré, cruzar el cortazariano Pont des Arts, visitar la librería Colette en el dieciochesco y volteriano barrio Le Marais o atreverse a deambular por las salas del Museo de Arte Contemporáneo Georges Pompidou, en Beaubourg, para observar una exposición de Pierre Klossowski, es una aventura de la que se sale más encumbrado siempre en la sabiduría de lo inexplicable y lo raro.
Por donde va Luisa Futoransky se crea una especie de halo de eternidades y paradojas literarias y vitales. Parece que vuela en el tapiz de Las mil y una noches, o viaja en los laberintos del Manuscrito hallado en Zaragoza, o que va tras las huellas del pequeño buda Karmapa de 14 años por las nieves del Tíbet, cerca del Yeti ancestral.
Así la he visto en Bastille, en Saint Germain de Prés, en la rue de Charonne, en el Café Nemours junto a la Comédie Française, volando en un tren de palabras o en un trineo halado por lánguidos camellos que dicen poemas o profieren oraciones crípticas o lanzan arco iris caleidoscópicos.
“Soy tierra prometida en París”, nos dice Futoransky mientras camina por la viejísima rue au Maire en busca de las calles del original Chinatown, el de tiempos de entreguerras y espías, poblado de pequeños restaurantes familiares y bodegas subterráneas que se intercomunican bajo tierra, en una especie de falansterio de hormigas y abejas orientales.
También la he visto degustar exquisiteces en alguno de aquellos lugares secretos de novela vietnamita situados en el otro Chinatown del barrio XIII, al sur de la ciudad, o en un salón de amistad pequinesa terminando un plato milenario contemporáneo de la Muralla China, preparado según la receta del Emperador y servido en vajillas traídas desde Brujas.
Pero en el texto “Arde París. Aquí vivimos”, incluido en Seqüana Barrosa (EH Editores, Jerez, España, 2007), la escritora nos impreca furiosa cuando en la navidad de 2006 mueren 10 niños africanos pobres achicharrados y hacinados en un tugurio del barrio de La Ópera, o cuando matan a un muchacho de 11 años, o se profieren referencias racistas diarias, pero eso sí, nos dice con ironía, “persígnense. El foie gras no espera, el relleno del pavo tampoco. Las burbujas y la vanidad bien, gracias”.
Futoransky vivió en China y en Japón mucho tiempo antes de recalar con su caligrafía en París para construir su vasto movimiento tejido de palabras. Y se dice que ella sigue allá leyendo las cartas junto a una gigantesca estatua de Buda o en la Stupa (pirámide cónica) inicial de Sarnat. Pero también la dicen presente en las alturas de Machu Picchu o en La Paz, Bolivia, en un caHubo un tiempo en que en París reinaba con su ingenio el gran e inolvidable argentino Julio Cortázar. Ahora en esta ciudad amada, llena de inmigrantes y exiliados de todo el mundo, nos ilumina Luisa Futoransky (Buenos Aires, 1939), la más grande escritora latinoamericana actual, y decenas de escritores discípulos y amigos tejen día a día su testimonio.
Vivir en estos tiempos en París y coincidir con Luisa Futoransky es una fortuna y un honor. Su vasta obra siempre ha recorrido los caminos prohibidos y desde su exilio permanente, desde el viaje, nos nutre con lucidez, ironía e inteligencia.
En el libro París, desvelos y quebranto (Pen Press, Nueva York, 2000), nos habla de “un país que se te encima al de ayer”, y agrega que “deshice casas, perdí bibliotecas, me fui con lo puesto en una valija, dos, valijas, tres”.
Por eso caminar con ella por la rue Saint Honoré, cruzar el cortazariano Pont des Arts, visitar la librería Colette en el dieciochesco y volteriano barrio Le Marais o atreverse a deambular por las salas del Museo de Arte Contemporáneo Georges Pompidou, en Beaubourg, para observar una exposición de Pierre Klossowski, es una aventura de la que se sale más encumbrado siempre en la sabiduría de lo inexplicable y lo raro.
Por donde va Luisa Futoransky se crea una especie de halo de eternidades y paradojas literarias y vitales. Parece que vuela en el tapiz de Las mil y una noches, o viaja en los laberintos del Manuscrito hallado en Zaragoza, o que va tras las huellas del pequeño buda Karmapa de 14 años por las nieves del Tíbet, cerca del Yeti ancestral.
Así la he visto en Bastille, en Saint Germain de Prés, en la rue de Charonne, en el Café Nemours junto a la Comédie Française, volando en un tren de palabras o en un trineo halado por lánguidos camellos que dicen poemas o profieren oraciones crípticas o lanzan arco iris caleidoscópicos.
“Soy tierra prometida en París”, nos dice Futoransky mientras camina por la viejísima rue au Maire en busca de las calles del original Chinatown, el de tiempos de entreguerras y espías, poblado de pequeños restaurantes familiares y bodegas subterráneas que se intercomunican bajo tierra, en una especie de falansterio de hormigas y abejas orientales.
También la he visto degustar exquisiteces en alguno de aquellos lugares secretos de novela vietnamita situados en el otro Chinatown del barrio XIII, al sur de la ciudad, o en un salón de amistad pequinesa terminando un plato milenario contemporáneo de la Muralla China, preparado según la receta del Emperador y servido en vajillas traídas desde Brujas.
Pero en el texto “Arde París. Aquí vivimos”, incluido en Seqüana Barrosa (EH Editores, Jerez, España, 2007), la escritora nos impreca furiosa cuando en la navidad de 2006 mueren 10 niños africanos pobres achicharrados y hacinados en un tugurio del barrio de La Ópera, o cuando matan a un muchacho de 11 años, o se profieren referencias racistas diarias, pero eso sí, nos dice con ironía, “persígnense. El foie gras no espera, el relleno del pavo tampoco. Las burbujas y la vanidad bien, gracias”.
Futoransky vivió en China y en Japón mucho tiempo antes de recalar con su caligrafía en París para construir su vasto movimiento tejido de palabras. Y se dice que ella sigue allá leyendo las cartas junto a una gigantesca estatua de Buda o en la Stupa (pirámide cónica) inicial de Sarnat. Pero también la dicen presente en las alturas de Machu Picchu o en La Paz, Bolivia, en un campo de golf, en la “Villa Imperial de Potosí”, leyendo a Única Zürn.
Toda su poesía es un viaje: poemas como “Tokio hora zeta”, “Yendo a Benoa”, “Di Provenza”, “Crema catalana”, “Alud en Galese , “Derrota en Tienanmen”, “Jerusa mi amor”, son apenas algunas de sus escalas. En Prender del Gajo (Calambur, Madrid, 2006), el periplo continúa: nos habla de “Los efectos del viaje según Ibn Arabi” o del “Luto en Charenton” o de la “Isola de Giglio” y en De donde son las palabras (Plaza y Janés, Barcelona, 1998), en el poema “Restaurante de Ekoda”, la viajera nos dice que es “singular hallarse aquí ante una tevé, un buda con baberito, una pagoda en construcción envuelta en una llovizna tenaz”.
En su poema “Nuevo barco ebrio” de Babel, babel, sabemos que “el corazón se estremece por las nieblas que no comprende” y al explorar los olvidados arcanos terribles de la infancia concluye que “el bajel está solo con los acantilados que surgen bajo su quilla; a barlovento la ciudad mohosa en el limo de la infancia, en el norte los pecados capitales incendiados por un gas de neón maligno que ha invadido los bulevares del mar de silencio, hasta ser esa llaga animal y corrosiva que nunca le abandona”.
Esta es sólo una breve muestra de su singular obra poética, a la que se agrega la vasta obra narrativa y ensayística, traducida al francés y al inglés, con novelas como Son cuentos chinos, De Pe a Pa, Urracas y Formosas, y los ensayos Pelos y Lunas de miel, entre otros.
Con Luisa Futoransky París y el mundo es mejor y más sabio. Nosotros los errantes, los cosmopolitas, los que hemos perdido bibliotecas, casas, gemas y amores podemos sanar del extravío al leer sus libros, que deben estar al lado, en la mesa de noche. Luisa Futoransky está en París. “¿Arde París? Aquí vivimos”.
- Futoransky, Luisa. De donde son las palabras. Plaza y Janés Editores. Barcelona, España, 1988.
—. Antología poética. Poetas argentinos contemporáneos. Fondo Nacional de las Artes. Buenos Aires, Argentina, 1996.
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