Nantes es una de las ciudades más sorprendentes de Francia y en sus calles, avenidas, puentes y las riberas del Loira vibra la presencia de Julio Verne (1828-1905), uno de sus más ilustres hijos, el novelista que desató la imaginación futurista de muchas generaciones de lectores. Estamos en la región de Bretaña, en el extremo oeste de Francia, en una casi península que parece la proa de un barco que rompe las aguas del Océano Atlántico. En estas tierras húmedas, donde pugnan vientos y olas a lo largo del año, se respira una atmósfera peculiar que ha dado y da a sus habitantes desde siempre formas peculiares de percibir el mundo desde la excentricidad y la diversidad.
Desde hace milenios humanos provenientes de lo que hoy es España habitaron en estas fértiles tierras, como lo prueban los vestigios de actividades metalúrgicas descubiertas por los arqueólogos y después residieron en estas playas y riberas pueblos galos, romanos y vikingos que se disputaban los territorios en cruentas guerras mitificadas en las leyendas y las sagas medievales. Durante siglos el Ducado de Bretaña fue rico y autónomo hasta su anexión al poder central de la corona francesa, cuyos reyes se casaron con las poderosas duquesas autóctonas.
El castillo circular alberga hoy el rico Museo de historia local, donde seguimos paso a paso los avantares de la ciudad y sus gentes y que se centra en el episodio del comercio esclavista del que Nantes fue por desgracia epicentro mundial. Durante siglos esta ciudad bretona, especializada en los astilleros donde se construían hace siglos y se construyen hoy las embarcaciones más grandes y fabulosas de la industria naviera, ejerció el próspero comercio triangular en el hemisferio occidental. Desde este puerto europeo viajaban cargadas de mercancías las expediciones navales a los países de la costa occidental africana para negociar la compra de miles de negros esclavizados que luego eran transportados como bestias hacinadas hacia Louisiana o a los diversos puertos del Caribe como Veracruz, La Habana y Cartagena de Indias.
Pero hoy en estos mismos aposentos de la realeza de antaño se exponen las pruebas de una atrocidad que aún duele en el mundo y sigue generando polémica, pues unos quisieran olvidar y otros por el contrario los estudian para denunciarlos y exigir la reparación para los descendientes de esos pueblos humillados y torturados durante siglos hasta la abolición de la esclavitud en el siglo XIX y que aún hoy siguen siendo discriminados en sociedades donde pervive un larvado racismo.
En el marco del año Francia-Colombia, el castillo de los Duques de Bretaña alberga hasta fin de año una bella y muy bien curada exposición del oro prehispánico colombiano, en la cual vemos piezas de las diferentes culturas indígenas que fueron arrasadas y exterminadas por los conquistadores españoles. Mostrada desde el ángulo peculiar del chamanismo, la exposición es una metáfora de ese choque brutal de dos mundos en el que uno fue silenciado y pervive solo en esas joyas de oro que lucían dignatarios y chamanes y que son visualizaciones abstractas de animales sagrados como jaguares, murciélagos, monos o caimanes.
Pero Nantes no es solo el epicentro del ominoso pasado esclavista y conquistador. Desde hace décadas la actividad cultural reina en sus calles, convirtiendo a la ciudad en un atractivo polo artístico y de rebeldía humanista gracias a la impronta del gran Julio Verne, quien nació y creció en esta ciudad y cuya imaginación desbordante presagió los inventos y los viajes fabulosos interplanetarios. En Nantes, donde estudió en el Liceo Real, y después de adulto en París y Amiens, el escritor imaginó sus viajes impregnado a lo largo del siglo XIX por el auge de las industrias y las ciencias.
En el antiguo astillero de Nantes, trasladado más adelante al sitio de Saint Nazaire, se encuentra ahora un gran parque de atracciones que rinde homenaje a esa imaginación futurista de Julio Verne. Un gigantesco elefante mecánico de 12 metros de altura y varios pisos recorre las avenidas del parque, potenciado por turbinas y lanzando vapor desde su trompa móvil. En otro lado, varios mecanos gigantescos se activan y los niños viajan en tiovivos desbordantes de imaginación que parecen salidos de un sueño suerrealista. Todo esto da a la ciudad universitaria una increíble potencia lúdica que se fortalece con festivales de teatro, música, coloquios, exposiciones, programados a lo largo del año.
Para el transeúnte recorrer sus rincones es leer los distintos episodios históricos a través de casas medievales como la de la Judería, templos, puertas antiguas, edificios decimonónicos dotados de balcones típicos en hierro, así como plazas y callejones llenos de bares, cafés y restaurantes o a la vez construcciones recientes donde se expresa la arquitectura y el urbanismo del siglo XXI, tan futurista como los sueños del autor de los Viajes extraordinarios.
Cinco semanas en globo, La vuelta al mundo en 80 días, Miguel Strogoff, De la tierra a la luna, Veinte mil leguas submarinas, La isla misteriosa, son apenas algunas de las 62 novelas producidas en su larga vida por el hijo de Nantes, libros que todos leímos fascinados en la niñez y la adolescencia y por eso al venir aquí uno peregrina y se inclina con agradecimiento ante este padre de la ficción que inició a tantos escritores en el vicio de leer y fabular sin límite. El primer libro que compré en mi vida con mi propio dinero a los 12 años en Bogotá fue De la tierra a luna, en la edición ilustrada de la editorial Kapelusz, que aun conservo como una joya. Estar por primera vez en la ciudad natal de Julio Verne dispara las emociones y nos invita a continuar con entusiasmo el viaje de la imaginación.
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