domingo, 15 de agosto de 2021

RIMBAUD EN ABISINIA

Por Eduardo García Aguilar

Arthur Rimbaud (1854-1891) llegó en 1880 a un puerto del terrible Cuerno de África, en el Mar Rojo, entre Arabia y Abisinia, bajo la asfixiante canícula y allí fue encontrado casi agónico por compatriotas exploradores que lo socorrieron y le ofrecieron trabajo. Llevaba años errando por el mundo, Suecia, Bélgica, Holanda, Alemania, Gran Bretaña, Chipre, Java, Zanzíbar, Egipto, Alejandría, muchas veces a pie y sin un franco en la bolsa.
 Algunas veces encontraba trabajo en un barco u otras hacía de albañil o capataz, antes de partir de repente hacia otros rumbos, como si dentro llevara la condena del viaje, el éxodo, la angustia de expiar un pecado o buscar un espejismo lejano e insondable. Hacía ya rato, desde sus 21 años, había dejado para siempre la poesía, en la que se ejerció con genialidad adolescente, llamando la atención de sus maestros y del poeta Verlaine, con quien se trenzó en una relación autodestructiva marcada por el alcohol y las drogas.
 Después de ser recibido en París por los parnasianos y los cenáculos literarios, quemó ante su familia en la finca de Roche unos ejemplares de Una estación en el infierno, su primer libro, y con ellos fajos de hojas con muchos poemas y prosas. Lo mismo había hecho en Londres y en Bélgica, cuando invadido por su irascible temperamento y el “desarreglo de todos los sentidos”, decidía botar a la basura lo escrito. Por eso de su obra, conocida con carácter póstumo, solo resta una tercera parte.
 En unos cuantos años el adolescente de las “sandalias de viento” devoró todos los libros de la Biblioteca municipal de Charleville y las de sus maestros y tras obtener las mejores calificaciones ante la admiración de todos abandonó los estudios y se dedicó al primer periplo bohemio, iniciado con las fugas de casa y las tensiones con su madre Vitalie, matriarca de dos varones y dos mujeres, abandonada por su marido el capitán.
 Pero cuando ya sus amigos lo daban por muerto o extraviado en algún lugar del mundo, recaló por fin en Adén, “un volcán extinguido reseco y rodeado por el desierto”, desde donde emprende el ascenso a Harar, el lugar donde el empresario Bardey lo nombró capataz de la trilladora de café a donde los campesinos de esas montañas llegaban con sus sucios cargamentos del grano.
 Todo eso lo cuenta Alain Borer en su magnífico libro Rimbaud en Abisinia, una de esas obras que suelen escribir los jóvenes en la plenitud de sus fuerzas para desentrañar a un escritor admirado al que se le siguen sus huellas, como los paleontólogos las de dinosaurios e ictiosaurios en las capas geológicas.
 El autor recorre montañas y desiertos, sabanas y precipicios, conoce las diferentes etnias enemigas, los conflictos entre cristianos e islamistas, los atroces suplicios, la criminalidad, las terribles costumbres de los aborígenes que castraban a los vencidos y lucían los despojos sexuales entre sus adornos y ve las bellas, esbeltas mujeres que recorren los mercados y las planicies cargando mercancías o agua, cubiertas por coloridas y frescas prendas.
 Y así poco a poco nos acercamos al misterio de Rimbaud, que en un momento pensó hacer familia con una nativa a la que luego repudió y que es descrito por exploradores y negociantes europeos como un hombre árido, irascible y amargo, inteligentísimo, políglota y elocuente, pero capaz de muchos silencios y de solidaridad con los pobres que encontraba en sus largas empresas de meses y años tratando de hacer una fortuna que nunca llegó, o que si llegó en parte, no alcanzó a disfrutar, porque murió en Marsella en 1891 a los 37 años, después de que le amputaran la pierna derecha.
 Su decisión fue radical y abandonó la poesía y las ambiciones de gloria adolescente buscando la vida real y concreta a decenas de miles de kilómetros de su tierra natal. Traficó armas, imaginó el ferrocarril etíope, aspiró a ser geógrafo y fotógrafo, pensó escribir libros de viaje, pero nada concretó. Y nunca supo que se convertiría en uno de los mitos de la literatura mundial. Ignoró que era el gran Arthur Rimbaud. Su leyenda comenzó después de su muerte y quienes lo conocieron en Abisinia se asombraron al descubrir que ese terco personaje leal y complejo, les había ocultado su secreto.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 15 de agosto de 2021.

1 comentario:

Santiago Uribe S. Àngel dijo...

Tan dicientes tus palabras Eduardo que vuelven a despertar mi gula por Rimbaud