Por Eduardo García Aguilar
Todos sabíamos que Muammar Kadhafi era un dictador que permaneció en el poder durante 42 años bajo el pretexto de representar a su pueblo y al Tercer Mundo y que sus hijos y allegados se habían enriquecido desviando la ingente fortuna petrolera que manejaban como dinero de caja chica. Nadie va a llorar una lágrima por el tirano, pero la manera como los occidentales se apoderaron del país y sus importantes riquezas da mucho a reflexionar sobre la nueva era de neocolonización que se perfila en momentos de grave crisis financiera y reestructuración de los poderes hegemónicos mundiales.
La corrupción libia era similar a la que sucede en las poderosas monarquías del golfo encabezadas por Arabia Saudita y gobernadas por una impune aristocracia aliada con Estados Unidos y Europa, cuyos príncipes obscenamente multimillonarios succionan todas las riquezas y dominan a sangre y fuego y religión a millones de esclavos y mujeres sumisas, mientras juegan golf y departen con los magnates del mundo. Por supuesto allí a esos principados aliados no entrarán nunca los ejércitos de Occidente ni bombarderán los aviones de la OTAN con el pretexto de « instaurar la democracia » y « defender a los civiles » de la vergonzosa depredación de sus tiranos.
Pese a la retórica tercermundista y a sus vistosas bravuconadas antioccidentales, todos sabíamos que el personaje era un tirano excéntrico que gustaba de los disfraces y sufría de megalomanía como todos los tiranos. Pero su poder reposaba en un complejo equilibrio tribal y durante largo tiempo desempeñó un papel de estabilidad y equilibro en alianza tácita con las potencias europeas que le perdonaron sus desafueros e hicieron grandes negocios con él vendiéndole armas y participando en jugosos contratos de obras públicas a cambio de su petróleo. Inmensas fortunas hicieron los políticos europeos con Kadhafi y muchas las sumas que el coronel les suministró para ayudarlos en su campañas políticas.
Para tomar Libia y sus riquezas, Occidente no ahorró medios y aun así, con los portaviones en el Mediterráneo y decenas de aviones bombardeando día y noche el país, tardaron seis meses para arrancarle el poder a Kadhafi. Una gran cantidad de supuestos « rebeldes » hablan inglés como si hubieran llegado ayer mismo de Nueva York o los Angeles y todos los analistas coinciden en que, aunque oficialmente se desmiente, si había fuerte presencia en tierra de expertos y mercenarios occidentales. La toma aquella tarde de la Plaza verde y la residencia vacía del tirano fue una escenografia televisiva montada por histriones de la propaganda occidental. La entrada de esos mercenarios causó una atroz masacre y los cádaveres en Trípoli y otras ciudades aparecen por todos los lados en bolsas azules o cubiertos por tapices o sábanas y llenan las morgues despues de los arreglos de cuentas, los fusilamientos sumarios y los bombadeos de la OTAN. Esta sangrienta guerra hubiera podido evitarse. La voz de los pacifistas del mundo debe elevarse contra ella.
Detestábamos a Kadhafi y su bravuconadas, pero esta guerra ha sido indecente pues se trató, como en el siglo XIX, de la ocupación de un rico territorio petrolero y de la confiscación de las riquezas que ese país tenía en las instituciones financieras mundiales y que a partir de ahora, en manos de las potencias, serán suministradas a cuentagotas a los nuevos gobernantes títeres que presidirán al rico país. En pleno siglo XX hemos visto de nuevo una guerra en directo tan vergonzosa y atroz como la de Irak, realizada sin pretextos legítimos por un presidente ubuesco y que dejó millones de muertos y una herida eterna los valles del Eufrates y el Tigris, sede milenaria de las civilizaciones de Nínive y Babilonia. En Libia en ningún momento hubo rebelión popular masiva como en Túnez, Egipto y Siria, sino la incursión de un ejército teledirigido y la posterior toma paulatina del país ayudada por bombardeos. La manera como las potencias occidentales se apoderaron del país después de seis meses de bombardeos en directo deja un extraño sabor amargo que nos recuerda la toma de Panamá y su riqueza geo-estratégica por los estadounidenses para realizar el Canal, y su compra hace un siglo por una suma irrisoria de dinero a los pusilánimes gobernantes colombianos de turno. Y recuerda todas las guerras coloniales de los siglos XIX y XX por medio de las cuales los mismos países que hoy atacan dominaron Africa, Asia, el Oriente Medio y América Latina con gobiernos de opereta subidos al trono con la ayuda de los amos.
En Egipto, Túnez y Siria si hubo rebeliones populares imparables, mediante un largo proceso de maduración en la sociedad, con manifestaciones multitudinarias intergeneracionales convocadas gracias a las nuevas tecnologías de comunicación. Sus pueblos tomaron su propio destino sin ayuda de ejércitos extranjeros ni mercenarios. En Libia, por el contrario, se trató sólo de una asonada occidental muy bien organizada en el este del país contra el tirano, que en principio se creyó triunfaría en unos cuantos días, pero se volvió más difícil de lo esperado y causó más muertos de los que pretendía evitar.
¿Habrá sido este un ensayo general para otras invasiones a países ricos del Sur que opten por vías distintas a las ordenadas? Oremos a los dioses para que este ensayo bélico occidental no se aplique de nuevo en América Latina, llena de riquezas sin fin, petróleo, minas, recursos hídricos, porque los únicos perdedores serían los pobres pueblos sufridos e inermes en cuyo nombre las potencias bombardean como en un videojuego sangriento.
Todos sabíamos que Muammar Kadhafi era un dictador que permaneció en el poder durante 42 años bajo el pretexto de representar a su pueblo y al Tercer Mundo y que sus hijos y allegados se habían enriquecido desviando la ingente fortuna petrolera que manejaban como dinero de caja chica. Nadie va a llorar una lágrima por el tirano, pero la manera como los occidentales se apoderaron del país y sus importantes riquezas da mucho a reflexionar sobre la nueva era de neocolonización que se perfila en momentos de grave crisis financiera y reestructuración de los poderes hegemónicos mundiales.
La corrupción libia era similar a la que sucede en las poderosas monarquías del golfo encabezadas por Arabia Saudita y gobernadas por una impune aristocracia aliada con Estados Unidos y Europa, cuyos príncipes obscenamente multimillonarios succionan todas las riquezas y dominan a sangre y fuego y religión a millones de esclavos y mujeres sumisas, mientras juegan golf y departen con los magnates del mundo. Por supuesto allí a esos principados aliados no entrarán nunca los ejércitos de Occidente ni bombarderán los aviones de la OTAN con el pretexto de « instaurar la democracia » y « defender a los civiles » de la vergonzosa depredación de sus tiranos.
Pese a la retórica tercermundista y a sus vistosas bravuconadas antioccidentales, todos sabíamos que el personaje era un tirano excéntrico que gustaba de los disfraces y sufría de megalomanía como todos los tiranos. Pero su poder reposaba en un complejo equilibrio tribal y durante largo tiempo desempeñó un papel de estabilidad y equilibro en alianza tácita con las potencias europeas que le perdonaron sus desafueros e hicieron grandes negocios con él vendiéndole armas y participando en jugosos contratos de obras públicas a cambio de su petróleo. Inmensas fortunas hicieron los políticos europeos con Kadhafi y muchas las sumas que el coronel les suministró para ayudarlos en su campañas políticas.
Para tomar Libia y sus riquezas, Occidente no ahorró medios y aun así, con los portaviones en el Mediterráneo y decenas de aviones bombardeando día y noche el país, tardaron seis meses para arrancarle el poder a Kadhafi. Una gran cantidad de supuestos « rebeldes » hablan inglés como si hubieran llegado ayer mismo de Nueva York o los Angeles y todos los analistas coinciden en que, aunque oficialmente se desmiente, si había fuerte presencia en tierra de expertos y mercenarios occidentales. La toma aquella tarde de la Plaza verde y la residencia vacía del tirano fue una escenografia televisiva montada por histriones de la propaganda occidental. La entrada de esos mercenarios causó una atroz masacre y los cádaveres en Trípoli y otras ciudades aparecen por todos los lados en bolsas azules o cubiertos por tapices o sábanas y llenan las morgues despues de los arreglos de cuentas, los fusilamientos sumarios y los bombadeos de la OTAN. Esta sangrienta guerra hubiera podido evitarse. La voz de los pacifistas del mundo debe elevarse contra ella.
Detestábamos a Kadhafi y su bravuconadas, pero esta guerra ha sido indecente pues se trató, como en el siglo XIX, de la ocupación de un rico territorio petrolero y de la confiscación de las riquezas que ese país tenía en las instituciones financieras mundiales y que a partir de ahora, en manos de las potencias, serán suministradas a cuentagotas a los nuevos gobernantes títeres que presidirán al rico país. En pleno siglo XX hemos visto de nuevo una guerra en directo tan vergonzosa y atroz como la de Irak, realizada sin pretextos legítimos por un presidente ubuesco y que dejó millones de muertos y una herida eterna los valles del Eufrates y el Tigris, sede milenaria de las civilizaciones de Nínive y Babilonia. En Libia en ningún momento hubo rebelión popular masiva como en Túnez, Egipto y Siria, sino la incursión de un ejército teledirigido y la posterior toma paulatina del país ayudada por bombardeos. La manera como las potencias occidentales se apoderaron del país después de seis meses de bombardeos en directo deja un extraño sabor amargo que nos recuerda la toma de Panamá y su riqueza geo-estratégica por los estadounidenses para realizar el Canal, y su compra hace un siglo por una suma irrisoria de dinero a los pusilánimes gobernantes colombianos de turno. Y recuerda todas las guerras coloniales de los siglos XIX y XX por medio de las cuales los mismos países que hoy atacan dominaron Africa, Asia, el Oriente Medio y América Latina con gobiernos de opereta subidos al trono con la ayuda de los amos.
En Egipto, Túnez y Siria si hubo rebeliones populares imparables, mediante un largo proceso de maduración en la sociedad, con manifestaciones multitudinarias intergeneracionales convocadas gracias a las nuevas tecnologías de comunicación. Sus pueblos tomaron su propio destino sin ayuda de ejércitos extranjeros ni mercenarios. En Libia, por el contrario, se trató sólo de una asonada occidental muy bien organizada en el este del país contra el tirano, que en principio se creyó triunfaría en unos cuantos días, pero se volvió más difícil de lo esperado y causó más muertos de los que pretendía evitar.
¿Habrá sido este un ensayo general para otras invasiones a países ricos del Sur que opten por vías distintas a las ordenadas? Oremos a los dioses para que este ensayo bélico occidental no se aplique de nuevo en América Latina, llena de riquezas sin fin, petróleo, minas, recursos hídricos, porque los únicos perdedores serían los pobres pueblos sufridos e inermes en cuyo nombre las potencias bombardean como en un videojuego sangriento.
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