sábado, 9 de febrero de 2013

EVOCACIÓN DE DARÍO MESA: AQUELARRE DE IDEAS EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL


Por Eduardo García Aguilar*
Al cruzar por el campus de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá hace dos años, en plena fiesta de los aquelarres el 1 de noviembre y recorrer por sus senderos, se me vino de repente el grato recuerdo de los dos años que pasé allí estudiando sociología, la carrera fundada por Camilo Torres y Orlando Fals Borda, de moda en mi generación, así como ahora lo es el periodismo, profesión que está llamada a desaparecer poco a poco.
Aunque volví a comenzar de cero en París en la Universidad de Vincennes, que vivía sus momentos estelares, y allí me gradué en Economía Politica, con subdominante Filosofía, mantuve durante muchos años los tiempos de la Nacional en lo más profundo de mis recuerdos íntimos, como algo familiar, básico, casi incomunicable, aunque fue allí, bajo el magisterio del gran profesor Darío Mesa y otros profesores como Jesús Bejarano y Jaime Eduardo Jaramillo, donde obtuve los elementos básicos en materia de ciencias sociales que me han servido para ahorrar derivas e ir al grano en muchos aspectos del pensamiento.
La clase de Darío Mesa, quien había publicado varios ensayos básicos en la revista Mito y puede considerarse un miembro notable de esa generacón, es algo que ninguno de sus alumnos podrá olvidar durante su vida, como ejemplo de la profunda densidad de un pensador que tiene todos los cabos atados y sabe establecer las relaciones entre los diversos niveles de los saberes. El hombre, discreto, austero, aparecía en el escenario del anfiteatro y de pie, con una gran elegancia, llevando en sus manos un fólder con unas cuantas hojas, lograba decir e iluminar en una o dos horas pedazos de la historia económica, social, política, científica, filosófica, que a otros les tomaría años y de repente los alumnos más aventajados salían de allí decididos a lanzarse a devorar las vastas bibliografías que sugería.
De esa manera pasábamos horas y horas en esa excelente biblioteca de la Universidad Nacional agotando todas las aristas de un autor o un fenómeno, como fue el caso, por ejemplo, de Maquiavelo, para citar solo un nombre básico o las figuras que revolucionaron la filosofía desde antes a después del Renacimiento. Y de semana en semana los alumnos fuimos situando con claridad el nudo gordiano de la modernidad, los vasos comunicantes de un milenio de historia. Con él todos los más mínimos detalles tenían su significado, como la función y las consecuencias del uso del arnés para el caballo, la noción de los universales, el pensamiento de Nicolás de Cusa o Marsilio Ficino, el sentido de las ferias de Champaña, la perspectiva en las artes plásticas, la obra de Baltasar de Castiglione sobre el cortesano, la vida en Venecia, la obra de Leonardo da Vinci, el papel de los conventos medievales, el comercio de especias con Oriente y así bebíamos cada una de sus clases como una apertura infinita de ventanas a la historia moderna de los humanos y sus métodos para conocer, saber, construir, gobernar, vivir o morir.
Darío Mesa vestía discretamente, sin corbata, con el pelo rapado. Su clase, pronunciada de un tirón, sin pausas, no aceptaba fáciles anécdotas para amenizar y cada una de sus reflexiones o palabras bastaban en su cristalinidad para que lo escuchado tuviera la seducción del saber como pasión y vocación inagotables. La verdad es que cuando llegué a Vincennes, en París, en 1974, me sentía "sobrado" ante el nivel encontrado en las aulas europeas y cada vez que asistía a clases de grandes figuras de la filosofía o las ciencias sociales en boga en ese momento en ese país, recordaba con orgullo al gran maestro que reinaba en la lejana Bogotá y cuya claridad hubiera sido de gran valor en las aulas francesas que descubríamos entonces. Los elementos básicos para pensar y estudiar nos fueron comunicados por ese hombre a unos jóvenes primíparos de 18 años, edad en la que se adquieren todos los vicios ideológicos o se tuercen muchas veces las vocaciones, por lo que a veces pienso con horror lo que hubiera sido de sus alumnos de no haberlo encontrado en el camino al ingresar por primera vez a las aulas universitarias dominadas entre los estudiantes por la intolerancia de las ideologías fanáticas.
Además de la cátedra básica de Darío Mesa y las de otras jóvenes eminencias formadas por él como Piza, Kalmanovitz, Alzate, Jaramillo, Miranda, Bejarano y muchos más que regresaban con posgrados desde Europa, y que enseñaban en las carreras de Economía, Antropología, Filosofía y Economía, vivíamos la efervescencia intelectual mundial de la que no se escapaba Colombia. Ya desde la irrupción de la generación de la revista Mito Colombia se había modernizado en materia de pensamiento. Por ahí andaban Danilo Cruz Vélez, Rubén Sierra Mejía, Pérez Mantilla y otros pensadores que se habían nutrido en la Alemania o la Francia de Posguerra. También asistíamos a las clases impartidas por varios de los extranjeros que llegaron a Colombia en los años 30 y 40 huyendo de las guerras europeas y rehicieron sus vidas enseñando a generaciones de colombianos. Alrededor de la Universidad Nacional, en el Instituto Agustín Codazzi o en el DANE o en otras instituciones técnicas republicanas ya trabajaban jóvenes brillantes como el gran escritor Rafael Humberto Moreno Durán, para solo citar un nombre entre los miembros de esa generación nacida en los años 40.
Y en el Planetario se hacían exposiciones de arte moderno absolutamente renovadoras como la del venzolano Soto, mientras en el primer nivel del futurista lugar astronómico los primeros grandes críticos de cine colombiano nos iniciaban en los arcanos del cine italiano liderado por Antonioni y Fellini o del sueco Bergmann. Y por todas partes florecían las librerías encabezadas por la Buchholz y su revista Eco, a donde llegaban los libros desde los centros culturales de Buenos Aires, México y Barcelona, traducidos por generaciones de republicanos expañoles transterrados.
En esa década de los 70 Bogotá era una torre de babel de pensamiento. La juventud tenía como principal diversión la lectura, el debate, la pasión por el cine moderno, el arte, la música explosiva, influidos todos ellos por los efectos de la lucha pacifista y antiimperialista causada por la guerra de Vietnam en Estados Unidos o por las ideas de mayo del 68 en Francia. Incluso si el país estaba dominado por el Frente Nacional, se sentía una apertura en las ideas y no la decadencia y el retroceso vividos en Colombia a nivel intelectual en la funesta primera década del siglo XXI, donde volvimos al caudillismo decimonónico.
Al caminar por el campus de la Universidad Nacional varias décadas después, todos esos fantasmas y visiones empezaron a rodearme en medio de la oscuridad rota por las fogatas de las nuevas generaciones y sus fiestas sin límite entre el aquelarre del Halloween. De repente sentí el dolor vivido por los estudiantes cuando el golpe militar de Augusto Pinochet en Chile. En esos mismos prados permanecimos días enteros poseídos por la ingenua ilusión de que el general Prats regresaría y recobraría el poder para los socialistas de Allende. Los tribunos estudiantiles de aquel entonces, muchos de los cuales han sido después ministros o altos funcionarios, o grandes escritores o notables cineastas, arengaban desesperados ante la tragedia que afectaba a Chile y el Cono Sur entero.
Pero yo estaba a punto de irme de Colombia, cruzar el charco y llegar a la no menos efervescente París, ciudad entonces dominada por el sueño latinoamericano del boom, que recibía uno tras a otro a los miles de refugiados que llegaban huyendo de las dictaduras militares del Cono sur y de otros lugares tropicales de Oriente y Occidente. Sentí mucho después, entre el aquelarre de los nuevos del siglo XXI, que aunque no terminé la carrera allí en la querida Nacional, fundada por López Pumarejo y que ahora quieren amputar por intereses inmobiliarios, sino en Vincennes, la hija de mayo del 68, yo era y soy un estudiante de la Universidad Nacional de Colombia y que nunca tendré palabras para agradecer a Darío Mesa y a los maestros de filosofía, economía, geografía y otras materias que me dieron las bases para viajar por el mundo sin complejos intelectuales.
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*Publicado el domingo 10 de febrero en el diario La Patria. Manizales. Colombia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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