En la pasada Feria del libro de Buenos Aires 2013, el ministerio de Cultura de Colombia designó a Fernando Vallejo y a William Ospina como a los dos representantes oficiales máximos de la literatura colombiana, y encabezaron la multitudinaria delegación del país en una especie de toma cultural de la capital argentina.
Pese a que sus literaturas y personalidades difieren como la noche del día, Vallejo y Ospina son los autores colombianos más reconocidos y con el mayor y más abundante éxito de ventas sostenido desde hace ya más de una década. Sus obras son ampliamente leídas y conocidas en todo el territorio y se imparten como libros de texto en escuelas y colegios.
Cada nuevo libro de ambos se convierte por navidad en un fenómeno de ventas y es el regalo obligado que los colombianos amantes o no de los libros se hacen entre sí u obsequian a sus familiares o amigos. Es tan increíble el fenómeno, que muchas veces cada libro de Fernando y William me es regalado en París por decenas de viajeros de mi tierra natal, y he acumulado un verdadero stock repetido de libros de ambos con el que podría fundar una librería. Ursúa, El país de la canela o En busca de Bolívar de Ospina me fueron obsequiados muchas veces, de la misma forma que El Cuervo blanco u otras obras de Vallejo.
Como ambos son mis amigos y los conozco desde hace más de tres décadas, no deja de ser una gran satisfacción que a las dos estrellas rutilantes actuales de la literatura colombiana, ambos galardonados con el Premio Rómulo Gallegos, los haya conocido cuando no habían publicado ningún libro y no soñaban con tomarse el poder en la literatura colombiana como sus dos caudillos más solicitados en el, a mi parecer, un incómodo interregno, pues las dos más altas figuras de la literatura nacional, Gabriel García Márquez y Alvaro Mutis se silenciaron desde hace más de un lustro para siempre, aunque viven su longevidad en la capital mexicana, donde residen hace más de medio siglo.
Vallejo representaría esa vertiente del escándalo siempre presente en la literatura colombiana desde los tiempos del terrible Vargas Vila y cuya bandera fue posteriormente tomada por don Fernando González, el cascarrabias de Otraparte, por Gonzalo Arango y los nadaístas y al final por Gustavo Alvarez Gardeázabal, talentoso narrador que renunció a la literatura para dedicarse a la chismografía política, lo que fue una lástima, pues su obra es más importante de lo que se piensa.
Vallejo es egocéntrico, no tiene duda intelectual alguna, siempre considera tener la razón, no necesita leer a los otros y despotrica a diestra y siniestra insultando presidentes, curas, escritores, mujeres y políticos, como lo hacía Vargas Vila. Su inmensa popularidad entre los colombianos radica en la repetición incesante de sus tres huevitos literarios : no reproducirse, escribir en primera persona y amar a los animales. Y además hace violentas declaraciones que causan hilaridad y coinciden con la violencia verbal y física de los colombianos, una de las taras nacionales. Pero en persona Fernando es un santo, tímido y bueno como una mansa paloma. Su ventrílocuo personal es un bocón odioso e impredecible, o sea lo más opuesto a su discreta alma de seminarista de los ojos negros.
Nada más distinto a Vallejo que William Ospina. Su literatura representa la otra vertiente de la literatura colombiana, la mesurada, basada en el buen decir y en la búsqueda de la belleza de la palabra y la corrección de las ideas. Así lo ha sido siempre desde sus años mozos. Ospina lee sin cesar a los clásicos griegos y romanos, se inspira en los románticos, ama a los autores y figuras patrias, canta y recita de memoria el repertorio nacional, piensa antes de opinar a diferencia de Vallejo y Uribe, no es violento con la palabra, cree en la humanidad y actúa como un generoso maestro de las juventudes colombianas, a las que augura un futuro más radiante que el actual. Sus obras son cinceladas con tiempo hasta el último detalle y la literatura es para él un verdadero sacerdocio nacional y patriótico, por lo que es amado y admirado casi como un gurú, una especie de Mahatma Gandhi nacional, un padre de la patria.
A falta de los, para mí, más grandes e insuperables, García Márquez y Mutis, el ministerio de Cultura ha optado pues por entronizarlos como figuras oficiales en una decisión razonable, pues son dos aspectos opuestos de nuestra literatura y lograron en carambolas certeras gracias a su talento el codiciado premio Rómulo Gallegos, que le fue esquivo a otras grandes figuras de la narrativa nacional como Germán Espinosa, Oscar Collazos, Rafael Humberto Moreno Durán, Fernando Cruz Kronfly, Marvel Moreno, Fanny Buitrago, y Robero Burgos Cantor, para solo mencionar a unos cuantos de esa extraordinaria generación post macondiana que escribió aplastada por la gloria de nuestro milagroso Premio Nobel. Ellos son ahora, pese a lo importantes que son, las cenicientas de la literatura nacional, al lado de Giovanni Quessep, Jaime García Maffla y Jaime Jaramillo Escobar.
Pero aunque sean mis dos amigos los agraciados con esta coronación oficial del Estado, que por supuesto se basa en su éxito local, siento que la literatura colombiana está viviendo un incómodo, largo e inquietante interregno, en un mundo donde los parámetros de la gloria y la difusión literarias fueron sacudidos por la llegada de internet, las redes sociales y el fin de la era Gutemberg. ¿Volverá a haber un rey ?
Se añoran los momentos más reposados, lúcidos y profundos de la literatura colombiana en tiempos de las revistas Mito y Eco, de Aurelio Arturo, Jorge Gaitán Durán, Hernando Téllez, Fernando Charry Lara y de toda una generación de grandes críticos o filósofos como Ernesto Volkening, Hernando Valencia Goelkel, Nicolás Gómez Dávila y Danilo Cruz Vélez, entre otros muchos que practicaban menos la apariencia y más la profundidad. Se siente una gran nostalgia por esa época ida en que las glorias literarias estaban menos ungidas por las leyes del marketing y las estrategias de venta de las grandes editoras multinacionales, cosa impensable en tiempos de Reyes, Borges, Carpentier, Rulfo, Onetti, Mujica Láinez, Cortázar y Lezama Lima, a quienes hoy tal vez ninguna editorial comercial publicaría por razones de ventas.
----------------------* Publicado en el diario La Patria. Manizales. 24 de febrero de 2013.
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