Por Eduardo García Aguilar
Siempre he pensado que Manizales es uno de los secretos más
importantes de América Latina, una ciudad de una inmensa belleza no solo
por los paisajes que la rodean desde el balcón geológico que habita a
partir de su fundación reciente en el siglo XIX, sino por la
arquitectura de su centro histórico principal y de los barrios antiguos,
que como Hoyofrío y Los Agustinos, sobrevivieron a los incendios que la
devastaron en los años veinte del siglo pasado y que aun sobreviven
milagrosamente, pese a la fuerza de la cultura del cemento, arrodillada
desde hace más de medio siglo al reino todopoderoso del Dios automóvil.
Quienes tuvimos la fortuna de nacer y crecer en Manizales ignoramos a
veces las joyas arquitectónicas que se encuentran todavía en muchos
lugares, esquinas, cuadras secretas, plazas, empinadas calles, rincones
olvidados, porque ellas hacen parte natural de nuestra visión desde la
infancia y son como un reflejo natural del imaginario personal, un
poblado ámbito onírico que nos constituye y nos alimenta desde siempre.
Hace poco, al observar las fotos que ha tomado Beatriz Gómez a muchas
construcciones y rincones de su ciudad natal con un amor lleno de
sorpresa y que han circulado por Facebook, muchos han reaccionado con un
gran entusiasmo, como si se sintiera la necesidad de salvar la ciudad
para siempre y reconocer a todos aquellos que contra viento y marea han
luchado en estas décadas aciagas por rescatar y conservar el ámbito
donde nacimos los Manizaleños.
La mirada de Beatriz Gómez tiene mucha fuerza porque es la de un nativo
que regresa después de mucho tiempo y constata que no todo está perdido y
comprueba que durante la ausencia ciudadanos conocidos o anónimos,
expertos, arquitectos, artistas han cuidado el patrimonio, aunque por
supuesto mucho se ha perdido. Sus fotos nos vuelven a despertar y nos
tocan porque nos muestran el privilegio que tenemos los que nacimos y
crecimos allí. Como ella, otras personas amantes de la ciudad comparten
día a día en las redes sociales las fotos de la ciudad donde viven y que
alguna vez elogió Neruda, quien la visitó y la admiró, como una
"fábrica de atardeceres".
Barrios enteros y edificaciones míticas fueron arrasadas sin
contemplación desde los años 60, merced a un mal llamado proceso de
modernización por el cual se hicieron ensanches inútiles, se mutilaron
plazas como la de Caldas o Fundadores para dar paso a avenidas, y eso
sin contar la demolición de centenares de casas antiguas llenas de
historia que eran el orgullo de barrios donde hoy solo se percibe la
desolación de las avenidas contaminantes, el ruido de los vehículos y la
incongruencia de centenares de horrendas fachadas de cemento
construidas sin orden alguno, en una proliferación salvaje y caótica.
La ciudad fue el fruto de un extraordinario impulso colonizador que en
unas cuantas décadas creó en el albor del siglo XX un nuevo departamento
y una capital pujante rodeada a su vez hacia todos los puntos
cardinales por varias poblaciones que son joyas intactas de la
arquitectura de la guadua y el bahareque, cuya belleza conservada e
intacta en muchos casos daría para un catálogo de rango mundial. Además
de esas casas familiares o construcciones gubernametales, escolares o
religiosas, pervive en esos ámbitos el fantasma de unos pobladores y una
cultura regional muy original que por fortuna fue y es objeto de
estudios de expertos de distintas disciplinas. Lo que ocurrió en esa
región fue la emergencia de un mundo nuevo que erigió una especie de
espacio mediador entre dos poderosas instancias que vivían en guerra,
como son la vieja Antioquia y el viejo Cauca, cuyas culturas difieren en
muchos aspectos, como ya lo advertían en sus crónicas los viajeros
europeos que se aventuraron a esos confines y relataron lo visto en
siglos pasados.
Manizales fue arrasada por dos incendios y esa catástrofe animó a sus
élites y habitantes de entonces a recrear algo que sorprende hoy todavía
al experto o al simple viajero. Con recursos económicos extraordinarios
y un impulso colectivo en el que participaron notables arquitectos,
artistas y constructores provenientes de varios países de Europa, surgió
esa ciudad que parece a veces el delirio de un genio loco coronado por
la soberbia Catedral neogótica y decenas de edificios inolvidables, cada
uno de los cuales tiene su historia y la huella de uno o varios
artistas viajeros.
A quienes nos dedicamos a las labores del espíritu y las artes, contar
con una ciudad natal de este rango es una verdadera fortuna. En mi caso
personal, en casi todas mis novelas y relatos he tratado de exorcizar
esas imágenes captadas en la infancia y la adolescencia, construcciones y
lugares que recorríamos cada día y que nutrieron nuestros mejores
momentos de formación. En mi primera novela Tierra de leones (1983)
visité desde lejos a través del sueño de un loco llamado Leonardo
Quijano esas construcciones espléndidas como la Catedral, la antigua
Estación del ferrocarril, la Gobernación, el Palacio de bellas artes, el
edificio Escorial y tantos otros, incluso el magnífico Teatro Olympia,
joya arquitectónica destruida para dar lugar a un estacionamiento. Y en
otras novelas como Bulevar de los héroes, El viaje triunfal y la que
escribo en estos momentos, he vuelto a visitar esos lugares como si se
tratara de viajar a los confines de la más secreta memoria.
Se dice que la literatura por lo general es un arreglo de cuentas con la
infancia y la adolescencia y que por lo regular las obras de los
autores se nutren de esos ámbitos, como ocurre con Gabriel García
Márquez al recrear el mundo vivido en el pueblo natal y las ciudades y
lugares de la región de la que es originario. Pero todas las artes a su
vez tienen en la tierra natal una cantera natural. Por eso en estos
momentos hay en Manizales fotógrafos, poetas, narradores, arquitectos,
urbanistas, dramaturgos, ensayistas, historiadores, músicos,
ecologistas, pensadores de todas las generaciones que tienen la certeza
de que la ciudad donde nacimos es una joya material y paisajística para
conservar. Cada día hay una mirada que la reconstruye y la plasma. Y
serán tantas las miradas que el sueño de sus constructores se plasmará
en la conservación de un ámbito que futuras generaciones tal vez
disfrutarán en paz muy emocionadas y orgullosas cuando ya no estemos
aquí quienes nacimos en el siglo XX.
martes, 16 de diciembre de 2014
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