Por Eduardo García Aguilar
Una
tras otra las viejas glorias literarias del siglo XX desaparecen y los
contemporáneos nos adaptamos poco a poco a su ausencia, cuando décadas
antes aparecían como figuras inmortales, necesarias, similares a la argamasa primordial que lograba mantener en pie continentes
o países rotos por guerras y miseria. García Márquez (1927-2014) y
Günter Grass (1927-2015), nacidos el mismo 1927, desparecieron ambos en
abril, con un año de diferencia.
No sabemos si este tipo de figuras que servían de cúpulas protectoras
a lenguas, naciones o continentes desatrasados podrán repetirse como se
venían repitiendo desde tiempos inmemoriales, pues son aun
imprevisibles los cambios radicales que la cultura ha experimentado en
las últimas décadas, luego del fin de la era de Gutenberg y del viejo
humanismo greco-latino reinante durante dos milenios.
La gloria antes caía como lengua de fuego a los santos mártires que
morían por las religiones cuando eran exterminados mientras viajaban a
pie de pueblo en pueblo difundiendo la palabra de nuevos evangelios
prohibidos. Al mismo tiempo, la pétrea gloria convertía en estatuas a
guerreros que fundaban imperios y recorrían el mundo como Alejandro
Magno para ampliar sus límites y sojuzgar lejanos pueblos a quienes
imponían la ley y el silencio.
Hubo un momento en que la gloria ardió en las tonsuras de poetas,
escritores, novelistas, humanistas, que como Cervantes Saavedra dieron
unidad a una lengua, o que, como García Márquez crearon biblias de
pueblos hasta entonces silenciosos, sojuzgados y humillados. Los héroes
de la espada subieron con honores a las estatuas desde los tiempos de
Darío y Ciro hasta los de Bolívar o de los guerrilleros heroicos
tercermundistas del siglo XX, últimas remanencias de un arcaismo
sangriento.
Los padres literarios de las patrias fueron hallazgos venerables de
los pueblos que salían de la ignorancia y accedían a la lectura y a la
educación masiva gracias al nuevo soporte inventado por Gutenberg y que
dejó atrás papiros y pergaminos. Se convirtieron en figuras laicas,
sacerdotes de la palabra que servían de ejemplos a las juventudes y
consejo a los jefes de Estado. En Francia, Víctor Hugo, excelente
dibujante, vivió todas las guerras y exilios y murió venerable y
barbado, después de estar en todos los combates de la Nación con N
mayúscula, surgida después del Imperio Napoleónico. El maestro, el
patriarca, el poeta nacional, el panfletario de la patria reemplazaba
como Voltaire al viejo santo iluminado y entre sus funciones estaba
saber de todo y opinar de todo, dar consejos, visitar los palacios de
los reyes, escribir poemas, piezas de teatro, memorias, y aconsejar al
Príncipe.
Goethe el alemán, amigo de príncipes fue la máxima figura marmórea en
vida, que sabía contar cuentos populares, crear obras como la de Fausto
y su Mefistófeles, inventar a Werther el enamorado, cantar en los más
bellos poemas la naturaleza de los Alpes, ejercer de botanista y
entomólogo, explorar los colores y viajar con emoción hacia la Italia
eterna. Padre de la patria, adorado en vida y después de la muerte,
Goethe es el emblema de la inmortalidad literaria de los viejos tiempos
humanistas que parecen concluir para siempre.
Günter Grass y García Márquez fueron en cierta forma las versiones
máximas recientes de esa figura patriarcal que daba seguridad con
sencillez y humor a millones de súbditos de sus lenguas y otros muchos
que los conocieron y se identificaron con ellos en otros ámbitos. Ambos
vivieron desde antes de nacer los múltiples desastres de sus respectivos
países. García Márquez con la guerra de los mil días, la masacre de las
bananeras y el 9 de abril y el holocausto posterior y Günter Grass con
los rastros de la primera guerra, el ascenso de Hitler, la II guerra
mundial y el fin catastrófico de Alemania, de la que no quedó piedra
sobre piedra. Ambos tenían bigote y cierto aire plebeyo que los
identificaba con la humanidad terrenal y corriente de proletarios y
malevos. Ambos eran buenos en el buen sentido de la palabra buenos y eso
se palpaba al hablar con ellos.
García Márquez bailaba y cantaba y se ponía camisas floridas y
pantalones blancos. Cuando se hizo millonario usaba mocasines marca
Gucci de color púrpura. Solía bromear con todos y sacarle la lengua a
las bellas fotógrafas. Nunca se consideró un "intelectual" de esos que
pontifican y miran al resto del mundo como si fueran cucarachas ignaras.
Era simplemente un muchacho costeño del pueblo que se daba el lujo de
ser buscado por presidentes y príncipes del mundo y que todo lo que
logró en vida fue por su propios méritos, quemándose las pestañas
estudiando en un gélido colegio laico de Zipaquirá donde lo formaron los
poetas piedracielistas y los viejos maestros humanistas de esa época
que usaban corbatín.
Günter Grass era excelente escultor y dibujante de mérito y le
gustaba el jamón serrano y el buen vino español. También fue un hombre
de pueblo, sencillo, un muchacho que vivió la guerra y vio su país
aniquilado por el delirio de un loco iluminado y todas la ciudades
arrasadas una tras otra, antes del caos final y la secesión de su patria
en dos entidades opuestas que mucho tiempo después se reunificarían y
volverían a vivir prósperas. Acompañó como patriarca la reconstrucción
de su país y a través de sus obras grotescas y gargantuescas hizo hablar
las angustias de un pueblo derrotado. Todos los príncipes y los
ministros lo solicitaban en busca de consejo. Era un artista nato. Un
ser humano caluroso.
Tuve la inmensa fortuna de conocer a ambas figuras y al hablar con
ellos en Berlín o en Ciudad de México capté la sencillez esencial de los
padres de la patria, de los viejos patriarcas literarios de la era
humanista, en quienes se concretó el espíritu de la lengua y la cultura
popular de sus patrias destruidas. Eran enormes escritores y lo sabían,
pero no se las daban, pues fueron grandes bromistas surgidos del pueblo,
gnomos bigotudos que seguían soñando con ogros y princesas dormidas en
el bosque de una inocencia infantil, delirante y perfecta.
* Artículo publicado el domimgo 19 de abril de 2015 en La Patria. Manizales. Colombia.
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FOTOS: * En la primera foto, Gunter Grass con su inconfundible pipa. La siguiente foto aparezco con GGM en 2003 conversando en la libería Gandhi de Ciudad de México, la última vez que lo vi (Foto de Pascal Borzelli Iglesias). La tercera foto, estoy al lado de Gunter Grass con un grupo de escritores latinoamericanos asistentes al congreso Internacional del PEN Internacional en Berlín, en 2006.
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