Por Eduardo García Aguilar
El
1 de mayo, en pleno barrio de la Ópera de París ocurrió una obra de
opereta bufa cuyos personajes centrales fueron las sexys adalides
desnudas del movimiento Femen y el viejo líder histórico del partido
fascista Frente Nacional, de 87 años, el exmilitar de ultraderecha Jean
Marie Le Pen.
Para Le Pen las cámaras de gas durante el régimen nazi fueron solo
"un detalle de la guerra" y con frecuencia invita a realizar nuevas
"horneadas" con extranjeros, judíos o inmigrantes de otros orígenes,
para limpiar la sangre milenaria del país de Juana de Arco.
Celoso por el éxito de su hija Marine, a la cabeza del partido por
herencia monárquica desde hace un lustro, el carcamal enfermo, recién
salido del hospital, donde era tratado por problemas cardíacos, subió a
la tribuna cubierto con un impermeable rojo intenso y saboteó el inicio
del discurso de su hija, de quien está alejado porque siente que le
quitó el partido que él le dejó de herencia y se rodeó de jóvenes
arribistas, algunos de ellos homosexuales para espanto del rancio macho,
que quieren borrar la huella del impresentable vejete para gobernar el
país.
Le Pen ha llevado la antorcha de la extrema derecha desde hace más de
medio siglo, fiel a sus dictados más afines como la reivindicación del
general Petain, quien encabezó la colaboración de los franceses durante
la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial, la negación del
Holocausto, el desprecio de los nativos de las ex-colonias francesas de
África e Indochina, la incitación a la expulsión de inmigrantes de vieja
data o la división de la Nación entre "franceses raizales", milenarios,
blancos y rubios como él, sus hijas y nietas, y los de raíces impuras,
extranjeras, negros, magrebíes, árabes, orientales y demás, de ojos
negros, cejas moras y color aceitunado.
Todo esto parece caricatural, pero es el fuego que anima a los más
radicales de la nostalgia ultraderechista seguidores del viejo Le Pen,
quien cedió el partido a su hija Marine, abogada más a tono con su
época, que se puso como tarea "desdiabolizar" el movimiento neo fascista
con el nombre de Blue Marine (Azul Marina) y convertirlo en verdadera
alternativa de poder, con tanto éxito que ahora las encuestas lo sitúan
en primera fila y como alternativa de gobierno en cantones, pueblos y
regiones.
El millonario Le Pen, tuerto, renqueante, ayudado por sus mayordomos,
logró subir a la tarima para tratar de robarle el protagonismo a su
hija traidora, mientras cerca de ahí las sorprendentes chicas desnudas
del movimiento Femen, salían a los balcones de un hotel de la Avenida de
la Ópera para hacer el signo fascista de la mano alzada, con
esvástiscas pintadas en sus bellos torsos, en un espectacular
performance antifascista frente a los manifestantes que desfilaban como
cada 1 de mayo por las calles céntricas de la ciudad.
Las Femen fueron desalojadas con violencia ante las cámaras de todas
las cadenas televisivas por el servicio de orden del partido neo nazi,
cuya solemne manifestación anual en honor de Juana de Arco terminó
convertida este viernes en opereta de circo, que oponía por un lado el
padre a la hija como en las tragedias griegas y las jóvenes desnudas a
las ideas de la intolerancia racial.
Ya hubiesen soñado los surrealistas de Breton con este bochornoso
espectáculo en las calles de una ciudad museo que es la escenografía
helada para 80 millones de turistas anuales y los viejos payasos como
Coluche se carcajean desde sus tumbas, aunque cierto es decirlo, el
viejo Le Pen subido a la tarima haciendo muecas temblorosas, como salido
de un sarcófago egipcio, nos recuerda que millones de personas siguen
sus ideas en la tierra de Voltaire y Víctor Hugo en medio de las
incertidumbres de la crisis, las guerras en Oriente Medio y África,y que
su auge es una verdadera amenaza para la cultura moderna y laica, que
también es atacada desde otro frente por los no menos uiltraderechistas del
yihadismo islámico.
A medida que avanza el siglo XXI los herederos del humanismo surgido
del Renacimiento y de la era de Gutenberg, los hijos de Galileo y Da
Vinci, de Dante, Shakespeare y Cervantes, de Goethe y Voltaire, entre
otros muchos otros amantes de la cultura y la vida, no saben muy bien si
la tenaza de los neo fascismos volverá a imponerse o si en la batalla
de las letras, las artes, la vida y el pensamiento contra la ignorancia,
la muerte y la brutalidad ganarán las primeras. Los fantasmas de
Molière, Chateubriand, Bougaiville, Brillat-Savarin, Stendhal y
Baudelaire, que vivieron por estos barrios en otros siglos deben rondar
por estos parajes alertas como relámpagos impacientes.
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