La
Universidad Central otorgó el doctorado honoris causa al poeta y
ensayista colombiano Juan Gustavo Cobo Borda (1948), que se añade a su
participación como "decano" de las VIII Jornadas Universitarias de
poesía Ciudad de Bogotá, actos recientes muy merecidos, ya que el autor
bogotano ha ejercido durante más de medio siglo una inagotable tarea
como poeta, lector y divulgador, alerta a las tendencias literarias de
varias generaciones de autores colombianos y latinoamericanos y
dispuesto en su obra poética a demoler viejas retóricas decímonónicas o
modernistas rezagadas, llenas de polilla, que se impusieron y perviven
en la poesía local, impidiéndole a ésta volar como sí ha ocurrido con
las poesías chilena, peruana, nicaragüense y mexicana.
En México
o en Argentina el reconocimiento y consagración de un autor del rango
literario de Cobo Borda hubiera sido contundente y ocurrido desde hace
mucho tiempo, pero en Colombia Cobo Borda ha sido una figura incómoda
porque se ha negado con su generosidad a posicionarse en la pompa y el
arribismo literarios tan en boga en un país donde con frecuencia, y por
fortuna no siempre, la literatura parece una carrera de caballos donde
los equinos hacen todo lo posible para ponerse zancadillas, ningunearse o
vivir en la inquina, los odios larvados y los rencores de la soledad.
No ha sido el caso de Cobo Borda, quien desde el principio ha dedicado
tiempo para leer y comentar a los viejos autores olvidados que murieron
pobres, a los contemporáneos de su generación y a los nuevos, a quienes
ha mencionado e impulsado con entusiasmo incluso sin conocerlos
personalmente.
En una reciente entrevista con motivo del honoris
causa de la Universidad Central, Cobo Borda dijo que desde temprano sus
mejores amigos fueron los viejos Nicolás Gómez Dávila, Alvaro Mutis,
Ernesto Volkening, Hernando Valencia Goelkel, entre otros de la
generación de Mito con quienes compartía en la librería Buchholz y la
extraordinaria revista Eco, de la que fue jefe de redacción durante
mucho tiempo. Al lado de Nicolás Suescún y Ricardo Cano Gaviria, entre
otros, Cobo Boda mantuvo a través de la revista colombo-alemana la llama viva de los vasos comunicantes con las culturas del mundo y del
continente, en tiempos caracterizados por el sectarismo ideológico de
las izquierdas obnubiladas por el libro Rojo de Mao Tse Tung o los
catecismos del marxismo-leninismo.
Me acuerdo muy bien cuando
adolescentes asistíamos a un airado debate donde los maoístas
protestaban contra Mario Vargas Llosa y Cobo Borda, en el Festival
Internacional de Teatro de Manizales, quienes tuvieron que salir
protegidos del lugar ante los abucheos de los militantes fanáticos.
Siempre Cobo Borda ha tomado con humor e ironía todos esos ajetreos de
aquella época histórica que significó en Colombia un corte con el
pensamiento abierto y liberal de las revistas Mito y Eco, para dar paso a
una larguísima hegemonía de un pensamiento sectario lleno de anatemas y
excomuniones. Por eso ha sido un autor incómodo, por bogotano, por
burgués, por su sentido de la ironía, por tener un pensamiento liberal
en el mejor sentido de la palabra liberal, abierto y tolerante, y por su
escepticismo frente a las utopías armadas del momento.
Pero más
allá de esos avatares locales de la política colombiana y
latinoamericana en tiempos de Revolución, caos, guerrilleros heróicos y
mártires, debe destacarse el magisterio intelectual ejercido por Cobo
Borda, cuya obra ensayística dispersa en revistas, suplementos
literarios y múltiples colecciones reunidas en libros publicados por
editoriales marginales, ha sido una cátedra permanente que nos abre las
ventanas a la poesía moderna peruana, chilena, argentina, mexicana y
nicaragüense y a las obras de muchos autores del continente ocultados
por la deflagración del boom. Gracias a él hemos podido acercarnos a
esos autores secretos y olvidados o releer a los clásicos
latinoamericanos del modernismo, de las literaturas de entreguerras o de
las épocas posteriores que revisó y analizó desde la feliz atalaya de
la Buchholz.
Cobo Borda es en el estricto sentido de la palabra
nuestro mayor polígrafo y como Alfonso Reyes, Borges o Paz no cambió de
rumbo para dedicarse al espejismo de la novela en busca del éxito o la
fama efímeros. Su consigna ha sido siempre la "alegría de leer" y
preferirá siempre el título de lector antes que todo. Polígrafo que
ejerce una poesía moderna como la de su generación desencantada y vive
entre libros en su taller de palabras, dispuesto a explorar las
escrituras secretas y difundirlas, tal y como su congénere José Emilio
Pacheco hizo en México con su famosa columna-cátedra Inventario,
publicada en varios medios, entre ellos la revista Proceso y el diario
La Jornada. También ha tenido una relación secreta y pública con las
artes plásticas y muchos de sus textos se refieren a esa pasión por la
mirada.
La lista de sus libros es extensa, desde sus primeros
volúmenes Consejos para sobrevivir, La alegría de leer, Salón de té, La
tradición de la pobreza, Ofrenda en el altar del bolero, Roncando al sol
como una foca en las Galápagos, Todos los poetas son santos e irán al cielo y muchos más, hasta su consagratoria
Poesía reunida, publicada por Tusquets, Barcelona, en 2012. Ahora cuando
ya se acerca a sus 70 y sigue siendo el joven alto y precoz que
compartía con los viejos maestros, hay que volver a leerlo, reir con él,
alegrarse con su alegría de leer, descubrir a autores y libros
desconocidos u olvidados, reconstruir el andamiaje caótico de las letras
colombianas, revisar movimientos y desastres. Nuestro mayor polígrafo
Cobo Borda está ahí para guiarnos en los laberintos de su interminable
biblioteca e invitarnos a no dejar nunca la pasión de leer, reir,
criticar y decir lo que pensamos contra viento y marea.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 23 de octubre de 2016.
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