domingo, 18 de febrero de 2018

EL ULISES LIMA DE ROBERTO BOLAÑO


 Por Eduardo García Aguilar
 La vida y la ficción coinciden con mucha frecuencia y lo que parece imposible se concreta con el paso del tiempo gracias a los laberintos de la palabra, rindiendo a veces justicia a los iluminados que calcinan sus vidas en pos de un sueño rebelde y literario, como fue el caso de Rimbaud y otros autores que murieron en la pobreza y el olvido, carcomidos por enfermedades o vicios destructores.

     Esto ocurrió con la existencia de Mario Santiago (1953-1998), poeta maldito mexicano que murió atropellado bajo los efectos del alcohol en las avenidas de la Ciudad de México, antes de que apareciera la novela Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño (1953-2003) que lo haría famoso con carácter póstumo bajo el nombre de Ulises Lima.

     El joven Mario Santiago fue el mejor amigo del autor chileno cuando éste vivió en México y juntos fundaron en los años 70 el movimiento infrarrealista, que pretendía transformar a la muy formalista poesía mexicana y cuestionar el reinado intelectual de Octavio Paz y sus discípulos. Ligados con los movimientos de vanguardia de los jóvenes peruanos de su tiempo, admiradores de los beatniks norteamericanos, los infrarrealistas querían inyectar vanguardia y malditismo al género y en su objetivo animaron agrios debates, sabotearon ceremonias oficiales y se ganaron la antipatía de sus contemporáneos.

     A fines de los 70 Bolaño se trasladó a Barcelona y allí emprendió su ambiciosa carrera literaria hasta cuando lo descubrió el poderoso editor Jorge Herralde, quien lo publicó y lo lanzó a la fama mundial. Antes de que saliera Los detectives salvajes, que ganó luego el Premio Rómulo Gallegos y fue traducida a muchas lenguas, Mario Santiago era el poeta más maldito y repudiado de México, ignorado por críticos y contemporáneos.

     De ese limbo lo sacó su gran amigo Roberto Bolaño, quien lo convirtió en protagonista de su novela más famosa bajo el nombre de Ulises Lima. El chileno cuenta en ese libro las aventuras de ese grupo de jóvenes poetas malditos y destaca la figura de Mario Santiago, con quien siguió escribiéndose y a quien recordó con gran afecto y admiración hasta su muerte.

     Mario Santiago sabía que su amigo estaba escribiendo esa novela, pero murió antes de conocerla. Luego del éxito colosal de Los Detectives salvajes y de la muerte prematura del chileno, convirtiéndose en leyenda y en la figura más importante de la literatura latinoamericana contemporánea, la polémica vida y obra de Santiago salió del olvido, las editoriales que lo rechazaron en vida publican antologías suyas, en las universidades es tema de tesis de grado y en coloquios se rastrea su leyenda. Si hoy resucitara, Mario Santiago se sorprendería de las ironías del destino y soltaría una larga y sonora carcajada.  

     No viví los tiempos iniciales del infrarrealismo. Conocí a Mario recién llegado a México a fines de 1980, cuando ya en cierta forma se había disuelto el grupo y sus principales momentos con la presencia de Roberto Bolaño en México habían quedado atrás. En diciembre de ese año gané el premio de cuento Los Otros editores, convocado por la editorial El tucán de Virginia y así desde la entrega del mismo en la Glorieta de Insurgentes me relacioné con varios escritores de mi generación o mayores que estaban allí presentes esa noche.

     No sé si fue ahí que lo vi por primera vez, pero sí tengo un primer recuerdo muy nítido, siendo ya amigos, cuando nos invitó a su buhardilla en algún lugar de la Roma o la Condesa donde vivía y ahí nos tomamos una botella de mezcal que tenía en el interior un peyote que me impresionó mucho. Nos cruzábamos en presentaciones de libros, reuniones en casa de amigos franceses que frecuentábamos con Pieldivina, otro amigo de esa época y personaje mencionado con su propio nombre en la novela de Bolaño y con quien trabajé en un periódico en 1982, cuando fui enviado como corresponsal de guerra a Centroamérica.

     En ese entonces estaban vivas todas las grandes figuras de la literatura mexicana y Mario y yo nos hicimos amigos por muchas razones. Era un mexicano habituado a conocer escritores sudamericanos jóvenes, además era un cosmopolita que había vivido en Europa y se encontraba con otro muchacho que acababa de llegar de allá. El haber coincidido en París al mismo tiempo, aunque no nos vimos allí, nos acercó mucho más. Con Mario podíamos hablar de poesía francesa, norteamericana y latinoamericana. Yo le contaba de mi paso por la librería de los beatniks City Ligths de Ferlinghetti, situada en el barrio italiano de San Francisco y él me hablaba del Perú, Barcelona, México, y de su viaje a Israel, que está muy bien relatado por Bolaño en la novela.

     Nos vimos por última vez en la diciembre de 1997 poco antes de su muerte. Yo me fui de México en mayo de 1998, días después del fallecimiento de Octavio Paz. La última vez que nos vimos y yo le conté que me iba, nos despedimos y él lloró. Vi sus lágrimas encharcar sus ojos y rodar por sus mejillas. Era un hombre muy sensible. Fue muy conmovedor para mí. Era como si supiera que nunca más nos volveríamos a ver. Me dio un papel con la dirección y el teléfono de Bolaño en Cataluña para que lo buscara, pero nunca lo hice. Me habló de esa novela que su amigo estaba escribiendo, que publicaría poco después de la muerte de Mario y que él nunca leyó. Y fue muy curioso que Paz muriera poco después de él. Fue el fin de una época, porque de todas maneras Paz era muy importante para él, como lo fue para todos nosotros. Es magistral la descripción que hace Bolaño de un encuentro imaginario entre Mario Santiago y Octavio Paz en el Parque Hundido de la Ciudad de México.


     Después, en la primera antología de su obra poética publicada por El Fondo de Cultura Económica bajo el nombre de Jeta de santo, apareció un poema que él me dédicó y que yo no conocía. Me conmovió mucho la dedicatoria, pero ya no puedo buscarlo para brindar y agradecérsela al calor de unos vinos. Él siempre me visitaba con frecuencia en la oficina de la Agence France Presse, situada en el piso 28 de la Torre Latinoamericana y de ahí salíamos a comer o cenar los dos solos. Caminábamos y visitábamos las cantinas del centro. Hacia el mediodía, cuando él llegaba a AFP y nos veíamos, ya había pasado la resaca de sus tragos y nuestras charlas no eran etílicas, por el contrario se daban con plena lucidez.

    Era un Mario Santiago lúcido, sobrio, agudo en sus comentarios, una persona muy educada, cortés y lúcida, o sea un Mario que en cierta forma era un "chico bien" de clase media que se habia perdido en la poesía y el alcohol. Para nada el Mario del mito y la leyenda negra que, sin embargo, hay que reconocerlo, se apegaba a su cruda realidad.

     Cuando publicó Aullido de cisne me invitó a presentar el libro el  13 de septiembre de 1996 en el Ex Teresa, situado en el centro histórico de la Ciudad de México, y yo preparé un texto muy elaborado que Juan Villoro publicó en el suplemento de La Jornada Semanal de la capital mexicana. Como espectador exterior yo tenía una visión más amplia y menos turbia de la literatura mexicana, alejada de intrigas, grillas y ninguneos. Y como había ejercido en esos tres lustros una intensa actividad crítica en Sábado, Excélsior y varios suplementos y revistas, supongo que él confiaba en que mi visión sobre su obra sería más objetiva e independiente y menos desprejuiciada. En Sueño sin fin, largo poema de Mario publicado en Barcelona con prólogo de Bruno Montané Krebs por Ediciones sin fin en 2012, aparece al final una entrevista que le hace Leo Eduardo Mendoza el 10 de septiembre de 1996 en El Universal, donde se anuncia la presentación de Aullido de cisne tres días después.   

     Ni Mario Santiago ni Roberto Bolaño, que murieron de manera prematura, saben como se han convertido en verdaderas leyendas y objetos de culto oficial. Los malditos en vida terminaron convertidos en santos literarios y sus detractores más tenaces de ayer presumen hoy de haberlos conocido y elogian sus obras. Son las crueles ironías de la vida y la muerte que siempre nos sorprenden.

                                          París, sábado 10-II-2018  





No hay comentarios: