sábado, 23 de octubre de 2021

LIBRERÍA MI LIBRO DE PABLO PACHÓN



 
Por Eduardo García Aguilar
 
Uno de los rincones más secretos del mundo de los libros en Manizales era la librería Mi Libro que regentaba Pablo Pachón y donde varias generaciones de estudiantes y bibliófilos de la ciudad pasaron en busca de libros baratos y de ocasión, sorpresas escondidas en las estanterías. El dueño era un hombre de baja estatura, moreno, personaje chaplinesco de sombero bombín y corbatín como Leonardo Quijano y sin duda pertenecía a la cofradía secreta de la gente de izquierda en una ciudad donde ellos constituían la más absoluta y sospechosa minoría.
 
Todos recordamos la primera vez que ingresamos allí para curiosear palpando las estanterías a veces empolvadas e iniciar así una larga relación con las librerías de viejo, que tienen siempre la capacidad de seducir a los que ya infectados por la literatura y el pensamiento, pasarán desde entonces ligados a los libros día a día a lo largo de la existencia.
 
El diminuto lugar donde tuvo su sede durante largos años quedaba en la carrera veintitrés entre 26 y 27 y su vitrina era observada con codicia por muchos que no tenían dinero para adquirir los libros y se solazaban al menos observando los volúmenes que Pachón colocaba allí de acuerdo a su caprichoso criterio. Uno se aventuraba a ingresar por lo regular con algún amigo del colegio que compartía la pasión por las letras y ya adentro establecía conversación informal con quien bien podría ser un personaje de novela rusa.
 
En aquel entonces los libros eran una pasión generalizada entre muchos miembros de generaciones distintas y diversas ideologías o creencias, que aun pertenecían a ese viejo mundo del humanismo renacentista de los tiempos de Gutenberg y para quienes las bibliotecas, los libros y las estanterías de finas maderas repletas de libros constituían un signo de elevación y elegancia.
 
Puedo imaginar entonces que todas las figuras del pensamiento y las letras de la ciudad, desde los más excéntricos escritores como José Velez Sáenz e Iván Cocherín hasta estudiantes o profesionales que exploraban más allá de sus disciplinas técnicas, frecuentaban tal vez aquel lugar y sostenían una relación de complicidad con el librero, salido como un duende juguetón de las páginas de una novela tan fascinante e inigualada como El Maestro y Margarita de Mijail Bulgákov, donde Moscú aparecía conmocionada por la llegada de un malevo y retorcido diablo foráneo.
 
Recuerdo haberle comprado a Pablo Pachón la biografía de Carlos Marx de Franz Mehring que yo había visto en la biblioteca de Rubén Sierra Mejía, que estuvo alojada un tiempo en la casa del médico Hernando González, cuando el filósofo hacía sus estudios de posgrado en Francia. Era un libro de pasta dura, azul, muy bien editado y me acompañó varias noches adolescentes de insomnio. Tuve varias conversaciones con él y algunas veces, cuando percibía que uno no tenía el dinero suficiente para adquirir un libro, nos invitaba a llevárnoslo y pagarlo después por cuotas.
 
Sé que aquella librería suscitaba suspicacias en algunas familias que sugerían a sus hijas no frecuentarla porque podían tal vez quedar infectadas por ideas aborrecibles y he escuchado testimonios de personas que la evitaban y la miraban desde lejos con el mismo temor que suscitaba el personaje central de El maestro y Margarita de Bulgákov, un luzbel extranjero de origen incierto que se llamaba Woland y podía hacer todo tipo de trucos terribles de magia negra.
 
Algunas veces me crucé con Pablo Pachón en la calle ya pasado el tiempo y cuando regresaba a la ciudad de visita y teníamos conversaciones cortas de esas que se van apurando mientras se camina por las aceras entre el ajetreo citadino antes de la lluvia. Ahora vuelve a la memoria como a veces vuelve también la figura de otro librero diferente, que era el dueño de la librería Atalaya, situada frente al teatro Cumanday, que un día me regañó con razón porque deseaba cambiar un libro de Bertrand Russel que me había ganado en un concurso escolar por otro de Louis Althusser.
 
Cada ciudad del mundo ha tenido y tiene sus libreros de viejo, bautizados por Gabriel García Márquez como librovejeros, cuando se refería al joven Alvaro Castillo Granada, que es uno de los últimos de esa estirpe y regenta en Bogotá la librería San Librario, ya convertida poco a poco en mito como otras secretas de la capital colombiana, entre ellas la gigantesca Merlín que ocupa una vieja casona del centro. 
 
En Madrid, Praga, Moscú, Trieste, Roma, París, Múnich, El Cairo, Buenos Aires, Nueva York o Londres, bibliófilos, bibliópatas, bibliófagos o bibliomaníacos lo primero que hacen al llegar es buscar uno de esos antros y penetrar en ellos en busca del incunable o la sorpresa nunca soñada.
 
Pero aunque naveguemos en inmensos lugares como las librerías de viejo de la calle Donceles en la capital mexicana, siempre recordamos con emoción esa primera librería de ocasión que frecuentamos de adolescentes, cuando la literatura ya nos había enseñado a volar como en las Mil y una noches o en El maestro y Margarita. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de octubre de 2021.
* Excelente foto que nos descubre a Pablo Pachón en plena actividad en su feliz oficio.

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