Hace medio siglo, el 25 de abril de 1974,
la Revolución de los claveles en Portugal causó una fenomenal
efervescencia en el continente europeo, pues fue una rebelión pacífica
animada por militares que llevaban flores en sus fusiles, muchos de los
cuales saltaron rápidamente a la fama por derribar la hegemónica y
larguísima dictadura del Estado Novo, vigente durante más de medio
siglo, y cuya principal figura fue Antonio de Oliveira Salazar.
Portugal,
el país de la saudade, es muy especial pues fue clave desde muy
temprano en la aventura viajera en los mares lejanos del sur, como lo
atestigua la aventura de Magallanes (1480-1521), cuya expedición de tres
años entre 1519 y 1522 logró por primera vez dar la vuelta al mundo al
atravesar la punta sur de América por el estrecho que lleva su nombre.
También la aventura mundial portuguesa en su camino a convertirse en
potencia se puede leer en la extraordinaria recopilación de memorias,
que bajo el título de Historias trágico-marítimas cuenta múltiples
naufragios ocurridos a viajeros portugueses en la ruta hacia Oriente,
pasando por el Cabo de Buena esperanza. Otra gran figura y emblema
nacional es la de Vasco de Gama, primero en realizar el viaje por ruta
marítima hasta la India, entre 1497 y 1499, inaugurando el imperio
portugués que monopolizó el comercio de las especias durante siglos,
antes de que otras potencias le disputaran la supremacía.
La
saudade es precisamente esa nostalgia o tristeza nacional anclada en
las glorias pasadas de un imperio que poco a poco fue perdiendo aquella
importancia global, hasta reducirse a una franja de la península ibérica
que mira hacia el Atlántico y hacia ese otro territorio de ultramar
también perdido y grande, el genial y exuberante Brasil amazónico.
Visitar en Lisboa los viejos palacios, el antiguo puerto, las magníficas
edificaciones oficiales y eclesiásticas de aquel tiempo nos impregna de
esa gloria pasada, especialmente en el convento de Los Jerónimos, donde
se encuentran las tumbas de Vasco da Gama y del gran poeta portugués de
la saudade, Fernando Pessoa, cuya obra vasta y variada resume todas
esas sensaciones a través de sus heterónimos, como en el poema Oda
Marítima.
Otra grande
gloria portuguesa es Luis de Camoens, el poeta nacional autor de Los
Lusíadas, quien viajó como los grandes marinos hacia el oriente, vivió
pobre en la lejanía de la colonia portuguesa de Goa, participó en
batallas, quedó pobre y perdido en Mozambique y regresó al fin a su
tierra para terminar sus días, olvidado, precario y tuerto sin saber que
en el futuro su imagen estaría en billetes, estatuas, plazas y
colegios.
El dictador
Antonio Oliveira de Salazar (1889-1970) había muerto cuatro años antes,
tras ser desde 1926 la figura prominente de la dictadura, en la que se
desempeñó como ministro de Finanzas, canciller, presidente y Primer
ministro. Economista de profesión, el personaje adusto y enigmático
logró encabezar la más longeva dictadura europea de entonces, superior
en tiempo a la del mismo dictador y caudillo español Francisco Franco.
Pues
bien, ese 25 de abril la rebelión pacífica de los capitanes derribó el
régimen en unas cuantas horas, y llevó al poder a Antonio de Spínola y
figuras como Otelo Saraiva de Carvalho o Melo Antunes que fueron
celebrados por la juventud europea,latinoamericana y africana. Desde las
capitales europeas los estudiantes tomaban buses o trenes para ir a
participar en las maniffestaciones y fiestas de júbilo en Lisboa, Oporto
y otras ciudades.
Como
pólvora las fotos de los soldados con claveles en los fusiles cruzaron
el Atlántico y fueron celebradas por estudiantes en ciudades de Estados
Unidos y América Latina. Y al interior de Portugal por un momento la
saudade dio lugar al júbilo. Desde el exilio regresaron líderes
opositores como el socialista Mario Soares, quien poco después sería el
presidente de la nueva democracia portuguesa. Y poco a poco los
centenares de miles de portugueses que emigraron para evitar la pobreza
en su país, autárquico durante la dictadura, empezaron a su vez a
retornar, aunque muchos se quedaron para siempre en los países de Europa
y América a donde se fueron, sin perder lazos con su tierra amada.
Todos
ellos saben de esa grandeza perdida y por eso la nostalgia invade las
calles de Lisboa, donde los viejos tranvías destartalados suben y bajan
las empinadas callejuelas frente al mar, en medio de los aromas del café
y los platos de la culinaria marina local. Medio siglo después de la
Revolución de los claveles, Portugal mira hacia el Atlántico cargado de
poesía e historia.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 28 de abril de 2024.
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