Por Eduardo García Aguilar
Cuando
el joven despunta a la literatura y comienza a amar los libros y pasar
las noches leyendo novelas, poemas o ensayos, lo hace a sabiendas de que
el camino es el más peligroso, pues la mayoría de sus héroes fueron
fracasados en vida, víctimas de las circunstancias e incluso agobiados
por la locura, la enfermedad o la pobreza.
Primero
el lector se encuentra con el poeta adolescente Arthur Rimbaud, quien
murió en un hospital de Marsella, mutilado, sin saber que después se
convertiría en una gloria nacional y mundial.
Después
de escribir algunos poemas y prosas y leerlos en cenáculos de París en
el marco de su relación homosexual con el poeta maldito Paul Veraline,
Rimbaud huyó de todo durante la vida en un viaje interminable que lo
llevó a muchos lugares hasta recalar en Abisinia, donde fue encargado de
trilladoras de café y negocios varios, entre ellos el tráfico de armas.
Buscó
en vano la riqueza, intentó ser reconocido como geógrafo y corresponsal
de viajes lejanos, pero se le atravesó la enfermedad. Muchos que lo
conocieron en su periplo africano nunca supieron que había sido poeta y
los que envejecieron y le sobrevivieron, en especial sus jefes, se
sorprendieron de su gloria súbita e inabarcable posterior.
Lo
mismo ocurre cuando el joven lector descubre la Metamorfosis de Franz
Kafka, otro autor maldito que este 2024 cumple cien años de muerto. Si
no fuera porque su amigo Max Brod no quemó los borradores de sus obras
como se lo había pedido, en la actualidad nada o pocos sabríamos de él.
Igual
que Rimbaud, Kafka vivió sus últimos meses aquejado por la enfermedad y
su vida transcurrió ejerciendo trabajos burocráticos menores en medio
de las intrigas de oficina y las preocupaciones económicas en una Europa
en crisis que se dirigía de nuevo hacia la guerra.
Si
el joven descubre al poeta uruguayo y francés Lautréamont, autor de los
magníficos y terribles Cantos de Maldoror y una colección de poesías y
quien murió muy joven y solitario en un hotel del centro de París,
también descubrirá que sus publicaciones a cuenta de autor financiadas
por su estricto padre fueron un fiasco total y que solo después,
gracias a la generación de los surrealistas, fue redescubierto y
convertido en mito moderno de la literatura.
Otro
autor que nos ha fascinado a los muchachos que descubren la literatura
muy temprano es Federico García Lorca, luminoso joven español que fue
fusilado en 1936 trans una corta vida llena de acontecimientos y logros
artísticos que lo llevaron a Buenos Aires, La Habana y Nueva York, a
cuya ciudad dedicó uno de los libros más fascinantes de la poesía de la
época y de la lengua, Poeta en Nueva York, que es aun vigente.
Titiritero,
dramaturgo, poeta, bailarín, músico, dibujante, García Lorca fue
adorado por todos quienes lo conocieron y cada vez que llegaba de gira a
alguna capital en el ámbito de la lengua castellana era recibido igual
que Rubén Darío con todos los honores y el calor humano posible, como lo
atestiguan múltiples fotos de aquella época de los años 20 y 30 del
siglo XX, tan llenas de movimiento y cambios estéticos y presagios de
crisis financieras y guerras.
Y
así uno tras otro los héroes literarios que se nos atravesaron temprano
nos indicaron que la tragedia y el fracaso signan por lo regular a
poetas y escritores eternos, como el José Asunción Silva suicida y
finisecular de la helada Bogotá de 1896 o el Barba Jacob de la
tuberculosis y la sífilis, que no publicó casi ningún libro en vida y
cuya leyenda fue posterior a su muerte ocurrida en el centro de la
Ciudad de México en un invierno de 1942.
La
lista sería interminable si exploramos la literatura de tantos países y
épocas, que a través de los siglos ha sido practicada en silencio por
tantos seres atormentados y suicidas o por héroes como Lord Byron, quien
murió cuando soñaba con liberar a Grecia o el gran poeta André Chénier,
guillotinado en la Revolución francesa y quien escribió un gran poema
en la antesala de su decapitación.
También
están en la lista otros que nos fascinaron y fascinan como el romántico
Hölderlin, que vivió como el francés Antonin Artaud gran parte de su
vida aquejado por la locura e internado, o el genial Federico Nietzsche
que de una juventud brillante y exitosa pasó a la demencia interminable
al cuidado de su madre y hermana, dejando una obra que nos sorprende y
estremece.
Noches enteras
leyendo Así hablaba Zaratustra y otros de sus libros nos hicieron vibrar
al calor de las ideas más locas, gozando esa prosa que aruñaba el
pasado y el futuro y nos invitaba a volar por los abismos. Ejemplo
máximo de lo que es el ejercicio literario como utopía y pulsión de
abrir las más lejanas puertas y volar por el cosmos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de julio de 2024
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