Por Eduardo García Aguilar
Poco
antes de la hora autorizada para el anuncio de los resultados de las
elecciones legislativas francesas del 7 de julio, las redacciones de
diarios, noticieros y agencias hervían con la noticia del triunfo
electoral del Nuevo Frente Popular de izquierda y la derrota de la
ultraderechista Agrupación Nacional, que ocupó el tercer lugar después
del campo presidencial.
Encuestas
y analistas aseguraban desde hace días que un triunfo de la izquierda
unida era matemáticamente imposible y aseguraban que la ultraderecha,
aunque no llegaría a la mayoría absoluta, si obtendría la relativa.
Antes de la hora precisa en que se darían los resultados, los rostros de
analistas y políticos invitados en las diversas cadenas televisivas de
todas las tendencias se observaba el asombro, unos jubilosos, otros
sonrientes y los demás desencajados.
Y
más explosiva aun fue la reacción a la noticia cuando en pantalla se
vio la nueva repartición de la Asamblea Nacional, que daba el triunfo al
Nuevo Frente Popular, un siglo después del logro de Leon Blum a la
cabeza de una coalición similar, que al llegar al poder otorgó en
Francia el derecho de vacaciones a los trabajadores y la semana laboral
de 40 horas.
En la Plaza de Stalingrad, al norte de París, los seguidores de líder del principal partido de la coalición de izquierda, La Francia Insumisa, Jean
Luc Mélenchon, viejo tribuno de 70 años al que se debe el núcleo que
hizo posible la resurrección de la izquierda, cuando hace unos años se
daba por casi extinguida, escucharon las electrizantes palabras del
tribuno, quien era el único que creía en la victoria tras una lucha de
varias décadas.
Y así
sucesivamente en muchas ciudades y regiones del país la onda de euforia
de la gente progresista de los partidos ecologista, socialista,
comunista y La Francia Insumisa abarcó todo el territorio, llegando al
clímax en la manifestación realizada en la emblemática Plaza de la
República de París, donde se han registrado desde hace mucho tiempo
jornadas históricas inmortalizadas por imágenes inolvidables.
La
plaza estaba llena de jóvenes que se subieron a la estatua de la
República esgrimiendo banderas rojas y francesas, mientras desde otro
ángulo de la plaza se proyectaban luces intermitentes con los colores de
la bandera tricolor azul, blanco y rojo del país. Casi todos esos
muchachos y muchachas nacieron en este siglo XXI y representan a una
nueva generación bastante comprometida con las luchas sociales,
ecologistas, animalistas y humanistas. Ellos representan el rostro
multicolor de la nueva Francia y la esperanza del país en plena crisis
local y europea.
La
enorme explanada estaba llena de una mayoría de jóvenes, familias
francesas descendientes de inmigrantes de origen africano, megrebí,
asiático y de otras nacionalidades y personas mayores que acudieron a la
plaza para presenciar el hecho con la nostalgia de haber participado
jóvenes en las jornadas de mayo de 1968 o en las celebraciones cuando
llegó la izquierda unida al poder con François Mitterrand en 1981.
Grupos
de jóvenes cantaban, otros gritaban consignas contra la extrema derecha
y el presidente Macron, más allá interpretaban música o se acercaban a
los puestos a comprar refrescos, cerveza o alimentos y viejos y jóvenes
hablaban con entusiasmo de lo ocurrido. Lo imposible había ocurrido,
aunque es una victoria relativa y frágil en un contexto de
ingobernabilidad y fragmentación política.
Estuve
ahí hasta que casi a la medianoche cuando la policía empezó a lanzar
gases lacrimógenos para dispersar la manifestación, pues en calles
aledañas se registraban enfrentamientos entre grupos de jóvenes con las
fuerzas del orden. La gente empezó a dispersarse o a ingresar a las
bocas del metro dando por terminada poco a poco la fiesta.
Una
celebración que sin embargo augura semanas o meses de desestabilización
en el país, como si estuviera al borde de un abismo desconocido e
imprevisible en el marco de la Quinta República fundada por el general
Charles de Gaulle, pues fiel a su estilo, el presidente Emmanuel Macron,
aunque su partido y aliados fueron derrotados, tratará hasta último
momento de negar la victoria de la izquierda unida, lo que generará
tensiones y conatos de rebeldía.
El
14 de julio se celebra la fiesta nacional y el 18 será la primera
sesión de la Asamblea legislativa, donde habrá tensiones para elegir al
presidente o presidenta de la misma, que es la cuarta persona en el
rango del poder en el país.
Comenzarán
entonces las sesiones que se auguran caóticas, pues no hay ninguna
fuerza con mayoría absoluta y el presidente no podrá volver a disolver
el
Congreso hasta dentro de un año. Nadie sabe aun quien será el nuevo o
la nueva Primer ministro y mientras tanto el joven líder del partido
presidencial Renaissance, Gabrial Attal, seguirá manejando los asuntos
corrientes.
La
histórica fiesta de la Plaza de la República fue el pasado domingo, pero
como ocurre cuando se acelera la historia, parece ya un hecho lejano y a
la euforia inicial sucede la incertidumbre y el augurio de difíciles
jornadas que ni siquiera la celebración de los Juegos Olímpicos 2024
logrará calmar.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de julio de 2024.
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