Al terminar agosto se siente el retorno masivo de los habitantes después de largas o cortas vacaciones, marcadas por una excepcional ola de canícula, que sobre todo en el sur, hacia el Mediterráneo, se caracterizó por temperaturas que superaron a veces los 40 grados, muestra palpable del acelerado cambio climático.
En París, de manera excepcional, las calles y avenidas se poblaron de hojas ocres de otoño, de las que se desembarazaron los árboles para enfrentar el difícil periodo y la sed que como a los humanos, también los agobia. Muy extraño ver como la hojarasca puebla de manera prematura todas las avenidas y calles, algo que por lo regular comienza a manifestarse a finales de septiembre y en octubre. El fenómeno es urbano, pues los árboles tienen menos posibilidades en el entorno citadino de proveerse del agua que requieren para mantener verdes las hojas durante los periodos caniculares y se desembarazan del follaje para economizar energía, sobrevivir y resistir.
En la región de la Isla de Francia bañada por el Sena y otros ríos menores, donde hay grandes bosques como Rambouillet, Meudon, Fontainebleau, Sénart, que antaño eran utilizados para la cacería por la aristocracia y su corte, el fenómeno otoñal no se presentó y los ámbitos forestales esgrimen una saludable verdura y fogosidad, pues tienen a mano el agua suficiente.
Al recorrer esas bellas riberas del Sena hacia el sur de la ciudad, donde antes había castillos y pequeñas propiedades de notables y aun se ven bellas localidades que guardan con celo la historia milenaria y las huellas incluso de la presencia de los romanos en tiempos de Lutecia, se siente esa fuerza de la naturaleza, la humedad y la energía de las tierras irrigadas por el emblemático río y sus afluentes.
En muchas de esas localidades de los bordes del Sena, puede uno imaginarse las fiestas de nobles y señores que a lo largo de milenios poblaron esos lugares y también los carnavales a los que tenían derecho en ciertas fechas campesinos, siervos de gleba y servidumbre que trabajaba para esa élite perfumada que se sentía ungida por derecho divino y un día fue destronada por la Revolución francesa. A lo largo del tiempo poetas y prosistas cantaron y describieron aquellos bosques a donde duques, marqueses y barones acudían con sus caballos y jaurías de canes al ritual cíclico de la caza, una tradición que aun pervive, aunque más acotada y aun defienden los descendientes de aquellos hidalgos o sus nostálgicos plebeyos.
Los poetas de las cortes reales, como Clément Marot, Ronsard, Joachim du Bellay y tantos otros estarían impresionados al ver como las hojas ocres cubren las calles de la capital en julio y agosto, como si anunciaran con su sacrificio lo que a futuro tal vez se avecina, a medida que los humanos abusan de la tierra llevándola a una era de incendios devastadores, tsunamis, catástrofes, inundaciones, feroces tifones y huracanes, o sequías como las que hundieron a la gran civilización Maya o a los pobladores del Indus.
Mientras en España, Francia, Grecia, Portugal y otros países se registran incendios de amplios territorios o peligrosas lluvias torrenciales, cosa que se ha vuelto común en cada temporada de primavera y verano, la gente se adapta poco a poco a lo que podría llamarse la paulatina tropicalización de algunos países europeos mediterráneos, especialmente en España y Francia.
Puede ser que algún día tal vez el Sena estará poblado por caimanes y cocodrilos y los bosques dominados por papagayos y pericos y otras aves exóticas, que ya poco a poco colonizan zonas de la región parisina, tras posesionarse de las calcinantes costas de la Costa brava y Barcelona, donde cantan y hacen algarabía inusual en los árboles de la rambla del Raval y otros sitios. De hecho las gaviotas suelen ya recorrer París con sus alaridos e invadir los mercados y las autoridades fluviales hallaron con asombro en el río un cocodrilo del Nilo, una orca y una serpiente pitón.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de agosto de 2025
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