Por Eduardo García Aguilar
El maestro Jorge Zalamea (1905-1969) es uno de los faros más importantes en la literatura colombiana. Además de sus dos obras más conocidas, El gran burundún burundá ha muerto y El sueño de las escalinatas debemos a él la traducción de la poesía de Saint John Perse y una antología secreta para iniciados, publicada bajo el título Poesía ignorada y olvidada.
Sin su vibrante presencia en el continente muchas obras que hoy nos deleitan no hubieran existido o fueran diferentes. Su recia personalidad pública, aunada a su inteligencia, cambió el estilo dominante en esa república almidonada y abrió el paso a una nueva pasión literaria. A caballo entre una cierta “retórica” política y una exquisitez de lenguaje, Zalamea escribió en El gran burundú burundá, una de las sátiras más deliciosas a la tradición política continental, acendrada en el caciquismo y el gorilato castrense. Con una diferencia respecto a otras obras que le sucedieron: más que una obra útil políticamente, es sobre todo una obra comprometida con la palabra y su poder ilimitado.
Barroca, churrigueresca o como quiera llamársele, El gran burundú burundá fue una biblia de palabras y de efectos para los jóvenes estudiantes colombianos, a quienes los maestros obligaban a leerla para extraer de ella las palabras más exóticas y áureas. Obra escrita desde una tarima de mármol, tiene el tono de los textos que no quieren quedarse aferrados al piso, sino que desean volar por los aires del mundo y de las horas.
Otra de sus obras, el poema en prosa que lleva por título El sueño de las escalinatas, desarrolla hasta el delirio el gusto por la convocación planetaria. Un profeta llama a los desposeídos del mundo desde unas escalinatas vacías y ve llegar poco a poco a la masa de leprosos y parias, el mundo cojo de los ilotas, el treno vacío de los hambrientos, hasta producir un murmullo de fronda comparable a las exhortaciones nietzscheanas.
Publicada en disco, la recia voz de Zalamea era escuchada por los borrachos al final de sus fiestas, cuando no quedaba otra esperanza que burlarse de un país cuya esencia es la desesperanza y la falta de fe. Zalamea, esperanzado en un mundo mejor, partícipe de las mejores causas, fue uno de los últimos exponentes, con Neruda, de esa estirpe de burgueses que luchaban por un mundo en donde no les hubiese gustado vivir.
En muchos de los textos contemporáneos la voz de Zalamea, como la de León de Greiff -con todas sus cornetas y chirimías- , está muy presente. Cada región, cada país, parece adoptar un tono que subyace tras la mayoría de los textos en él producidos. Hijos de José Asunción Silva y los tules perversos de su modernista novela De sobremesa, hermanos del delirio selvático de José Eustacio Rivera, el de La vorágine, y sus fieras, sobrinos del tono ancestral de Aurelio Arturo y su Morada al sur, así como del descarnado Osorio Lizarazo con sus sórdidas pensiones bogotanas, los escritores colombianos son fieles a esa “retórica” churrigueresca cuya mayor jungla se dio en el mundo macondiano.
Caníbales de sus rictos, de sus tramoyas y bambalinas perfumadas, Zalamea y los suyos, si bien usaron la literatura para comunicar algo útil, no pudieron evitar los florilegios y las guirnaldas esparcidas por el Amazonas. Asesino de los viejos gramáticos-presidentes, Zalamea, en El sueño de las escalinatas no olvida que todo allí funciona entre podios, tarimas, púlpitos y curules de cedro.
Ni las más sangrientas revoluciones ni los discursos más escépticos o glorificadores podrán ahorrarse la dosis senatorial y doctoral que desde siempre disfrazó la pobreza, el atraso y la falta de tradición con un tinglado de falsos colores. El sueño de las escalintas y El gran burundún-Burundá ha muerto, al lado de El señor presidente de Asturias, Canto general de Neruda y los universos de Carpentier y Lezama Lima, hacen parte de una época clausurada, pero no por ello menos maravillosa y nutricia.
Los más grades sabios han vivido en las escalinatas de los templos o de los capitolios. Es allí -como en la película de Einseinstein- donde se fraguan las asonadas y se sofocan las revoluciones. Caen los dignatarios, suben los nuevos caudillos sobre su frío mármol y, en la soledad, ciertos soñadores escriben con la mente a la espera del alba. Nunca es más brillante el sol rojo que sobre las escalinatas de las plazas públicas.
De ese ámbito Zalamea extrajo sus serpientes encantadas y sus artificios verbales para engatusar a un pueblo imaginario, a una turba soñada. Desde el ágora añorada por los políticos, que en ese entonces se confundían con gramáticos y polígrafos, Zalamea saca esta biblia pequeña y mundial para uso de los que tienen esperanza.
Creadores de masas y revoluciones imaginarias, los escritores latinoamericanos, por tradición, se ven comprometidos tarde o temprano con causas que pronto se difuminan. Las ideas pasan y los hombres quedan. Las ilusiones cambian de tono, pero las obras que incitan se quedan para siempre entre nosotros. He ahí la maravillael poder de la palabra, capaz de crear y destruir mundos, de producir zonas cóncavas, selvas tras espejos, bosques artificiales, tapices voladores y cielos e infiernos novedosos.
Jorge Zalamea, que vivió en contacto con la obra de Perse y de tantos otros sabios, no es la excepción y su sueño y su Gran Burundún son voces que flotan y nos nutren para siempre. Rescatemos a Zalamea en estos tiempos sombríos.
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Jorge Zalamea. El sueño de las escalintas. Editorial Fontamara. Barcelona. 1974. 58 pp. La poesía ignorada y olvidada, Premio Casa de las Américas 1965, Ediciones La Nueva Prensa. Bogotá. Colombia. Octubre de 1965. 318 páginas.
Sin su vibrante presencia en el continente muchas obras que hoy nos deleitan no hubieran existido o fueran diferentes. Su recia personalidad pública, aunada a su inteligencia, cambió el estilo dominante en esa república almidonada y abrió el paso a una nueva pasión literaria. A caballo entre una cierta “retórica” política y una exquisitez de lenguaje, Zalamea escribió en El gran burundú burundá, una de las sátiras más deliciosas a la tradición política continental, acendrada en el caciquismo y el gorilato castrense. Con una diferencia respecto a otras obras que le sucedieron: más que una obra útil políticamente, es sobre todo una obra comprometida con la palabra y su poder ilimitado.
Barroca, churrigueresca o como quiera llamársele, El gran burundú burundá fue una biblia de palabras y de efectos para los jóvenes estudiantes colombianos, a quienes los maestros obligaban a leerla para extraer de ella las palabras más exóticas y áureas. Obra escrita desde una tarima de mármol, tiene el tono de los textos que no quieren quedarse aferrados al piso, sino que desean volar por los aires del mundo y de las horas.
Otra de sus obras, el poema en prosa que lleva por título El sueño de las escalinatas, desarrolla hasta el delirio el gusto por la convocación planetaria. Un profeta llama a los desposeídos del mundo desde unas escalinatas vacías y ve llegar poco a poco a la masa de leprosos y parias, el mundo cojo de los ilotas, el treno vacío de los hambrientos, hasta producir un murmullo de fronda comparable a las exhortaciones nietzscheanas.
Publicada en disco, la recia voz de Zalamea era escuchada por los borrachos al final de sus fiestas, cuando no quedaba otra esperanza que burlarse de un país cuya esencia es la desesperanza y la falta de fe. Zalamea, esperanzado en un mundo mejor, partícipe de las mejores causas, fue uno de los últimos exponentes, con Neruda, de esa estirpe de burgueses que luchaban por un mundo en donde no les hubiese gustado vivir.
En muchos de los textos contemporáneos la voz de Zalamea, como la de León de Greiff -con todas sus cornetas y chirimías- , está muy presente. Cada región, cada país, parece adoptar un tono que subyace tras la mayoría de los textos en él producidos. Hijos de José Asunción Silva y los tules perversos de su modernista novela De sobremesa, hermanos del delirio selvático de José Eustacio Rivera, el de La vorágine, y sus fieras, sobrinos del tono ancestral de Aurelio Arturo y su Morada al sur, así como del descarnado Osorio Lizarazo con sus sórdidas pensiones bogotanas, los escritores colombianos son fieles a esa “retórica” churrigueresca cuya mayor jungla se dio en el mundo macondiano.
Caníbales de sus rictos, de sus tramoyas y bambalinas perfumadas, Zalamea y los suyos, si bien usaron la literatura para comunicar algo útil, no pudieron evitar los florilegios y las guirnaldas esparcidas por el Amazonas. Asesino de los viejos gramáticos-presidentes, Zalamea, en El sueño de las escalinatas no olvida que todo allí funciona entre podios, tarimas, púlpitos y curules de cedro.
Ni las más sangrientas revoluciones ni los discursos más escépticos o glorificadores podrán ahorrarse la dosis senatorial y doctoral que desde siempre disfrazó la pobreza, el atraso y la falta de tradición con un tinglado de falsos colores. El sueño de las escalintas y El gran burundún-Burundá ha muerto, al lado de El señor presidente de Asturias, Canto general de Neruda y los universos de Carpentier y Lezama Lima, hacen parte de una época clausurada, pero no por ello menos maravillosa y nutricia.
Los más grades sabios han vivido en las escalinatas de los templos o de los capitolios. Es allí -como en la película de Einseinstein- donde se fraguan las asonadas y se sofocan las revoluciones. Caen los dignatarios, suben los nuevos caudillos sobre su frío mármol y, en la soledad, ciertos soñadores escriben con la mente a la espera del alba. Nunca es más brillante el sol rojo que sobre las escalinatas de las plazas públicas.
De ese ámbito Zalamea extrajo sus serpientes encantadas y sus artificios verbales para engatusar a un pueblo imaginario, a una turba soñada. Desde el ágora añorada por los políticos, que en ese entonces se confundían con gramáticos y polígrafos, Zalamea saca esta biblia pequeña y mundial para uso de los que tienen esperanza.
Creadores de masas y revoluciones imaginarias, los escritores latinoamericanos, por tradición, se ven comprometidos tarde o temprano con causas que pronto se difuminan. Las ideas pasan y los hombres quedan. Las ilusiones cambian de tono, pero las obras que incitan se quedan para siempre entre nosotros. He ahí la maravillael poder de la palabra, capaz de crear y destruir mundos, de producir zonas cóncavas, selvas tras espejos, bosques artificiales, tapices voladores y cielos e infiernos novedosos.
Jorge Zalamea, que vivió en contacto con la obra de Perse y de tantos otros sabios, no es la excepción y su sueño y su Gran Burundún son voces que flotan y nos nutren para siempre. Rescatemos a Zalamea en estos tiempos sombríos.
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Jorge Zalamea. El sueño de las escalintas. Editorial Fontamara. Barcelona. 1974. 58 pp. La poesía ignorada y olvidada, Premio Casa de las Américas 1965, Ediciones La Nueva Prensa. Bogotá. Colombia. Octubre de 1965. 318 páginas.
8 comentarios:
Bonjour Eduardo,
Le congratulo por su articulo, que rinde homenaje con maestria a Jorge Zalamea. Soy un joven escritor y estudiante francés (ahora vivo en Madrid), y suelo decir bromeando que debo ser el unico francés que conozca a ese escritor tan inexplicablemente desconocido y tan genial...
Yo conoci a Zalamea por sus extraordinarias traducciones de Saint-John Perse (otro genio): él tenia una relacion extremadamente ferviente con la obra de Perse (conoces ese texto maravilloso de Zalamea a proposito de Perse,"La Consolacion poética"?). Una obra como El Sueno no es mas que una tentativa de escribir "después de Saint-John Perse", por asi decirlo, no crees? Me parece una reescritura de los grandes poemas persianos, sea Anabase, Vents o Amers. Y una reescritura genial y muy personal, ya que ese nuevo canto general es el canto de los humildes y de la historia en marcha.
Inexplicablemente, la obra de Zalamea resulta inexplicable en Europa, e incluso en España. (A modo de broma (lo he comprobado en los catalogos): existia un solo ejemplar de Zalamea en las librerias de toda España: un viejo ejemplar del Sueño en una libreria de viejos de Madrid...) Ay! En fin, le congratulo por su articulo, me alegro haberlo encontrado por casualidad en la Web... Yo tengo las principales obras de Zalamea (Burundun, La poesia ignorada, El Sueño): pero no consigo encontrar otras obras, ni siquiera en la Web. Usted posee mas obras de Don Jorge?
Un saludo muy fuerte
Amicalement,
Olivier Liron
(siento lo de la ortografia de los acentos, esos teclados franceses son un mero horror)
Eduardo,
acababa de terminar mi carrera de Derecho en el Externado cuando murió Zalamea. Apenas lo vi una vez en la calle, por la calle 24 con 7a. Tengo todavía sus discos y siempre creí que era un gran poeta. Luego llegaron los intimistas y me convencieron de lo contrario. Ahora que te leo creo que yo tenía la razón.
ISAIAS
Olivier
Gran parte de su obra esta dispersa en periodicos y revistas. Dame tu mail y nos comunicamos. el mio es egarciagui@aol.com
Bibliografía de Jorge Zalamea Borda
Otras de sus obras son Infancia y adolescencia de un viejo aprendiz de escritor (1963); La poesía ignorada y olvidada (1965); Literatura, política y arte (1978).
Bibliografía sobre Jorge Zalamea Borda
Véase Espiral: Homenaje a Jorge Zalamea, N-° 10, Bogotá, 1969. Helena Araujo: Jorge Zalamea en Eco, N-° 161, Bogotá, 1974. J.G. Cobo Borda: Zalamea Borda. Eco, Nº- 209, Bogotá, 1979. Jaramillo Ángel, Humberto: Jorge Zalamea: viajero, prosista, poeta. Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol., x, N-° 10 (octubre 1967). Lino Gil Jaramillo: Jorge Zalamea, humanista dinámico, en Tripulantes de un barco de papel, Cali, 1975. Mutis, Álvaro, Zalamea visto por Álvaro Mutis, Semanario Cultural, Cali, 14 de Julio de 1976.
He conocido a Zalamea por su traducción de Saint- John Perse que ha infliudo a Álvaro Mutis, sobre quien investigo actualmente en mi tesis de magíster.
Aparte disetación sobre la obra del autor colombiano, tu artículo me refresca y me hace adentrarme un poco en la radiografía de su obra.
Su libro sobre la biografía intelectual de Álvaro Mutis también lo he leído.Me pareció intersantísimo y divertido, incluso.
Volveré a pasar por su blog y seguiré revisando sus artículos.
Ha sido un gusto pasar por aquí, saludos
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