Uno se pregunta por qué en estos tiempos de proliferación y farándula generalizadas muchos buenos escritores insisten en escribir novelas y sacrifican sus vidas en una tarea incierta que casi siempre conduce al olvido y a la indiferencia. Hablamos de autores verdaderos que escriben con sangre sus obras y no de quienes son figuras del poder o el star system que ponen su nombre y dejan el trabajo a los famosos "ghost writers", o "negros", o lo peor, escritores muy famosos que ya no tienen tiempo para hacerlo y delegan la tarea en editores.
Los buenos y honrados novelistas del mundo dedican a veces años, segmentos cruciales de sus vidas, a la factura de una obra que por lo regular se convierte en viacrucis, pues durante el proceso son mayores las dudas que las certezas. Algunas personas cercanas los apoyan y los escasos fieles que saben la magnitud de la tarea los acompañan en ese largo proceso solitario que a veces nunca se concreta.
Pienso por ejemplo en el caso de Hugo Ruiz, novelista muy culto que escribió durante toda su vida una novela y nunca llegó a publicarla, pese a que es una excelente obra, mucho más importante que los best sellers más exitosos de las últimas décadas en Colombia. Como él son muchos los autores de su muy interesante generación, nacidos en los años 40, que aplastados por el éxito del boom fueron condenados injustamente al ostracismo.
También pienso en el caso de escritores quiméricos como Héctor Rojas Herazo, autor de Celia se pudre o Manuel Zapata Olivella, creador de la novela polifónica sobre la negritud, Changó el gran putas, novelas río que fueron cobijadas por la indiferencia, pese a que en ellas invirtieron sus vidas y al final, en la ancianidad, se enfrentaron a grandes dificultades económicas
No hay que olvidar tampoco autores de obras importantes que una vez fallecidos entraron al limbo del olvido bíblico como ocurrió con Rafael Humberto Moreno Durán, gran narrador y ensayista polémico de vasta y calificada obra que murió relativamente joven, a los 56 años, y cuyas temáticas rigurosas y de gran calado intelectual no atrajeron a los lectores colombianos, por lo regular seducidos por obras escandalosas y temáticas y estilos fáciles y soeces que alimentan la vulgaridad e ignorancia generalizadas que nutren los medios radiales, televisivos y escritos, que reemplazaron a la escuela y la universidad con su intonso bullicio.
El caso de estos autores colombianos puede declinarse a cada país del continente americano y proyectarse a las zonas geográficas e idiomáticas del planeta, donde el destino de una gran mayoría de autores es el olvido y el silencio. Son cientos los casos de grandes escritores muertos sin publicar o que lo hicieron en ediciones precarias y cuyas obras fueron descubiertas con carácter póstumo, hermanos de infortunio de Arthur Rimbaud, Franz Kafka, Gerard de Nerval, e Irene Nemirovsky, para mencionar sólo algunos casos. Con ellos brillan otros mártires como Malcolm Lowry o Joseph Roth.
Muchas veces su rebeldía o el distanciamiento de las capitales los alejó de los salones del poder literario, otras el compromiso en luchas por la liberación de sus países o contra las dictaduras los aniquiló en el camino. La pobreza, la droga y la enfermedad se encargaron del resto, como se cuenta en la gran mayoría de biografías dedicadas a estos autores desgraciados, muchos de ellos suicidas y otros devorados por el opio o el alcohol.
Si el novelista rebelde logra al fin concluir la obra y su autocrítica le da el visto bueno para emprender la lucha de publicarla, sabe que es mucho más ardua la tarea de encontrar editor para la novela que escribirla, pues en ese campo los tímidos o los pobres, los tiernos y los ingenuos carecen de las armas necesarias para ganar la batalla en la guerra de las apariencias.
Las editoriales y los editores, salvo contadas excepciones, se guían también por razones extraliterarias y por lo regular son los autores más vivos y astutos ligados a los poderes o a los medios, quienes logran llegar a esos poderosos cenáculos. Publicar en pequeñas editoriales o en imprentas universitarias es casi equivalente a seguir inédito.
Todos los grandes autores del mundo han recibido decenas, a veces centenares de rechazos, antes de lograr que una editorial se preocupe por su obra. Y lo peor y más cruel, es que la publicación no es garantía de nada. Después del pequeño escándalo que produce la novedad, el libro pasa al olvido y en ocasiones ni siquiera suscita comentarios o reacciones en los medios. La inmensa mayoría de los autores no viven de sus regalías y si no tienen empleo o riqueza terminan en la indigencia. Y grandes best-sellers latinoamericanos de su época como Vargas Vila o Gómez Carrillo fueron devorados por el olvido tras su muerte.
¿Qué lleva pues a los novelistas de hoy, en estos tiempos de Lady Gaga, Paris Hilton, Madonna y la farándula generalizadas a seguir escribiendo novelas? Sin duda la alegría de escribir y crear mundos. Hay una increíble pulsión en construir un mundo con personajes que viven, hablan, gozan y sufren al margen de la realidad. Por eso el martirio de los novelistas no será en vano y seguirán sin duda existiendo en este mundo donde el libro de papel tiende a desaparecer. Su delirio es un bello grito de utopía equiparable a la santidad.
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