viernes, 21 de diciembre de 2012

LOS 30 AÑOS DEL NOBEL MILAGROSO

Por Eduardo García Aguilar
Cuando el 8 de diciembre de 1982, hace 30 años ya, Gabriel García Márquez, vestido de blanco liqui-liqui, recibió a los 54 años de edad de manos del rey Carlos Gustavo XVI de Suecia el Nobel de Literatura, se cerraba un ciclo milagroso del destino que marcó para siempre a un hombre, un país y un continente en plena efervescencia.
Nada al comienzo presagiaba que este hijo de un telegrafista pobre y calavera, nacido en un remotísimo villorio de la Costa Atlántica y que fue criado por sus abuelos, llegaría un día a ser recibido en todas partes como un jefe de Estado por presidentes, dictadores, reyes, gobernadores, alcaldes y reinas de belleza y que sus libros, por una magia especial, generarían el consenso absoluto de la crítica y de los lectores y fuera leído con pasión en todos los puntos del orbe.
El niño, el adolescente y el joven, perteneciente a una familia de costeños numerosa y modesta, a quienes muchos consideraban un "caso perdido", tendría que franquear todos los obstáculos y dificultades posibles para surgir en un país arcaico dominado por una casta política y económica endogámica, bunkerizada como los virreyes españoles en la fría capital colonial Bogotá, y donde a lo largo de los siglos siempre fueron los mismos quienes gozaron de los honores y las venias, mientras provincianos, indios, negros y miserables de todos los orígenes eran discriminados en las periferias.
A los 14 años, el destino se le atravesó y obtuvo gracias a los contactos y a la suerte una beca nacional para realizar los estudios de bachillerato en un frío pueblo de la sabana bogotana, Zipaquirá, región donde habitaron los indígenas autóctonos Chibchas, y que albergaba un yacimiento de sal en cuyo hueco se instaló una subterránea catedral que atrae desde siempre a los turistas.
Allí vivió en un internado que fue clave en su vida, porque lejos de las tierras cálidas y alegres de la costa tuvo que dedicarse de lleno a la lectura y al estudio para paliar la soledad, guiado por una pléyade de excelentes maestros normalistas, algunos de los cuales, como Carlos Martín, eran miembros de la generación poética llamada de Piedra y Cielo y que abría nuevas ventanas a la literatura costumbrista o engolada de Colombia.
Durante esos años adolescentes, lejos de casa, García Márquez tuvo la fortuna de leer todos los libros posibles y ejercer sus primeros pasos literarios escribiendo poemas de amor con el tono intimista de esa poesía inspirada por el español Juan Ramón Jiménez, quien obtendría el Premio Nobel en 1956, un cuarto de siglo antes que el propio estudiante provinciano perdido en las alturas de los Andes. Allí en ese colegio se encontró, por ejemplo con Thomas Mann, otro Premio Nobel autor de La montaña mágica y José y sus hermanos, libros que lo marcarían para siempre.
Mientras millones y millones de colombianos de su generación tenían que abandonar rápido los estudios primarios para trabajar o ni siquiera hacerlos, porque desde la infancia cargaban ladrillos en los tugurios, hacían la guerra como soldados o recogían cosechas como jornaleros, bajo la intemperie, el modesto muchacho al menos tuvo la oportunidad de pertenecer a esa pequeña élite de los estrictos colegios públicos nacionales, donde unos cuantos escogidos que resistían la dura prueba madrugaban para devanarse los sesos estudiando latín y aprendiendo las leyes de la gramática, en un país donde presidentes, ministros, prelados y legisladores eran obligatoriamente letrados a la usanza española.
El destino de casi todos ellos era la docencia, la burocracia, alguna profesión liberal o por supuesto la abogacía, profesión nacional por excelencia y sueño de quienes buscaban escalar para sacar a sus familias de la pobreza. Con mucha mayor razón si se era el varón primogénito de una enorme familia, llamado por tradición a salvarla.
García Márquez ingresó entonces a estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde fue discípulo del hijo del expresidente liberal Alfonso López, de mismo nombre, quien también llegaría al llamado solio de Bolívar y sería uno de sus amigos recurrentes en los años de gloria y en las fiestas animadas por la típica música vallenata.
En esos primeros años de Bogotá el costeño alegre e informal conocería muchos secretos del país y aprendería a escrutarlo y comprenderlo desde el centro, pero la tragedia se le atravesó rápido cuando el 9 de abril mataron al líder liberal Jorge Eliécer Gaitán y el país entró en la nueva era de la Violencia que aún no concluye, después de que parte de la capital fuera incendiada y destrozada por la revuelta en medio de una terrible matanza.
La deflagración estalló durante la reunión de la Conferencia Panamericana, a la que por casualidad asistió el joven líder estudiantil cubano Fidel Castro, quien una década después tomaría el poder por medio de una Revolución y no lo dejaría durante el siguiente medio siglo y quien también sería uno de sus grandes amigos personales.
De retorno a casa, García Márquez volvió de nuevo a la deriva y ejerció todos los oficios posibles según cuenta la leyenda, como vendedor de enciclopedias, guardián de burdel, cantante de vallenatos y boleros, hasta que se le atravesó el periodismo, el oficio que ha salvado y perdido a todos los poetas del continente.
Al lado de un grupo de sabios amigos bohemios, intelectuales y escritores de Barranquilla, apadrinados por el sabio catalán Ramón Vinyes, García Márquez desarrolló sus armas como escribidor incesante frente a las viejas máquinas Underwood o Remington que sonaban como ametralladoras en las redacciones de los periódicos.
Treinta años después, en octubre de 1982, cuando la noticia del anuncio del Nobel salió de los teletipos de las agencias internacionales y apareció en primera plana en los vespertinos de la Ciudad de México, donde vivía desde hacía apenas dos décadas, todos supieron que se había producido un milagro que nunca volvería a repetirse. García Márquez acababa de elevarse a los cielos como Remedios la Bella, uno de los personajes inolvidables de Cien años de soledad, la obra que le dio gloria y fortuna gracias al poder inescrutable de la palabra.

* Publicado en el diario La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de diciembre de 2012.

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