Por Eduardo García Aguilar
¿Que Woddy Allen toca su clarinete este fin de año en el
Liceu de Barcelona y yo estoy a dos cuadras, en el Hotel Barbara, junto a
la Rambla del Raval? Imposible no asistir al concierto programado en el
marco del Suite Festival de Jazz de la ciudad condal. El casi
octogenario neoyorquino es un personaje de la familia y desde hace
cuatro décadas, desde adolescentes, lo seguimos, admiramos, odiamos,
imitamos, empezando por esa película en que se disfrazó de
espermatozoide y se lanzó desde un avión.
Y después hemos seguido todas sus historias reales y supuestas
con las divas que han actuado en sus películas, la nieta de Hemingway,
Mia Farrow, Diane Keaton, Scarlett Johanson, Penélope Cruz y decenas y
decenas más. Lo hemos acompañado en sus líos conyugales, sus procesos
judiciales, las denuncias de su despechada esposa y el matrimonio con su
hijastra Soon Yi.
Woody Allen (1935) ha filmado en París, Roma, Barcelona, ha
actuado de guerrillero latinoamericano, mago, transformista,
psicoanalizado, fracasado, triunfador. Es un gran travesti del arte,
haciendo el seductor a lo Humphrey Bogart, mago, astronauta, snob,
montañista, viajero, depresivo, ladrón, enamorado, excitado, psicópata,
hipomaniaco, brujo y Dios.
Y ahora, a los 79 años, Woody sale con su The New Orleans Jazz
Band al escenario del Liceu de Barcelona, recién reconstruido después
del incendio que lo devastó hace una década, soberbio edificio que
admiran los espectadores en este fin de año 2014. Al emerger desde
bambalinas Allen da pasos titubeantes de anciano, pues tiene ese
esqueleto que los de su edad a duras penas soportan como una armadura
chueca de hojalata, aunque tengan la mejor intención, y luego va
directamente el micrófono enfundado en sus amplios pantalones payasescos
de pana beige, sus gafas redondas de aro negro y la camisa a cuadros y
su melena canosa. Acaba de estar en Mónaco y Badajoz y termina la gira
en Barcelona para recibir el nuevo año 2015.
Es Woody Allen, el gran payaso quien saluda al público y tras
él entran sus sesentones comparsas de la urbe, quienes poco a poco lo
han adoptado y terminaron por ser sus amigotes, y a los que ahora pasea
por el mundo como una nueva banda equivalente a la del Buenavista Social
Club, grupo de nonagenarios cubanos, lanzados a la fama en 1998 gracias
a la película de Wim Wenders.
El grupo interpreta música de jazz de la Nueva Orleans de los
años 20 y 30, en esos tiempos felices de entreguerras marcados por el
crack de 1929 que cimbró a la humanidad y llevó después a una sucesión
de guerras y desgracias mil, entre ellas el holocausto propiciado por
los nazis de Hitler contra los judíos y los marginales de Europa,
gitanos, comunistas, sicoanalistas, pintores degenerados, personajes
todos ellos presentes en las películas inolvidables del Woody.
El Liceu de Barcelona no está lleno, pero eso no importa. En
los puntos principales, especialmente en platea, está apeñuscado el
público entusiasta que aplaude todas las peripecias y ocurrencias de ese
All that Jazz. En las galerías salpicadas de admiradores los aplausos
suenan ceñidos, al unísono que la algarabía de las plateas repletas y
los gritos de los entendidos que celebran los solos del contrabajista
Greg Cohen, del banjo Eddy Davis, del trombón, el piano o la batería.
No importa si Woddy a veces no da el tono ni le alcanza la
respiración o que sea muy chillón con su clarinete y tenga que limpiarse
la boca o que a duras penas trate de mover el esqueleto sentado al lado
del líder del grupo, el tocador de banjo, y del trompetista y cantante
que se levanta para calentar al público en un crescendo paulatino. Atrás
están el joven contrabajo, de traje, el aplaudido pianista y el
baterista, todos salidos de una novela de Phillip Roth, de origenes
judío, italiano o polaco, neoyorquinos de New Jersey, perfectos
personajes para alguna película inédita del gran Woody, panzones y
calvos casi todos ellos, neoyorquinos y gozones hasta la saciedad.
Afuera la Rambla de Barcelona está llena de gente. En el
tradicional y bello Café La Opera, situado al frente del Liceu, se
comenta que Woody ha estado allí tal vez tomando el emblemático
chocolate con churros y ensaimadas, pero es como una leyenda imposible
de probar. En el Liceu, muchos acicalados en extremo suben las
ecalinatas imponentes trajeados de negro, corbatín y abrigos de piel que
se quitan y entregan a los bell boys. En su mayoría el público es de
jubilados, empresarios, curiosos, amantes del jazz, cinéfilos,
despistados y algunos que han pagado 165 dólares para estar en la cena
posterior, donde probablemente esté presente el adorado clown.
Woody se mueve sentado en su silla y a veces se entusiasma y
logra una buena tonada, otras se hunde, se defenestra, pero es salvado
ineluctablemente por sus amigos con el trombón, el bajo, el piano o el
banjo. El mismo Woody sabe: en su gira, lo que atrae es su nombre y si
no fuera por él, la banda no habría salido nunca de su rincón en New
York: nada que ver con Louis Armstrong, Miles Davis, Dizzy Gilepsie,
John Coltrane.
Woddy se levanta otra vez y se dirige al micrófono para desear
el "happy new year" que todos esperamos y en verdad se crea una comunión
simbólica entre todos. Nuestro querido Woody no da un concierto banal,
pues se trata del fin de año y todos ahí estamos con él, en la Barcelona
de su pelicula sobreactuada por Bardem, Penélope y Scarlett, un poco
caricaturesca como todas las peliculas que hace sobre París, Londres,
Roma o New York. Woody está ahí pasando el año nuevo con nosotros,
probablemente uno de sus últimos fines de año, porque nadie es eterno:
ni él ni García Márquez, ni Picasso, ni Dalí ni el Papa ni Lauren
Bacall.
El concierto termina, pero la gente aplaude y exige un retorno,
que es largo y feliz. Al final todos hemos sido seducidos por esta banda
de barrio de amigos sesentones, que vienen de regreso de todo y están
más allá del bien y del mal, como Woody con su pantalón amplio, sus
gafitas de aro negro, sus canas y sus zapatos de cuero café. Y así
desaparece detrás del escenario hacia la noche de la Rambla, que estará
llena de decenas de miles de catalanes, españoles y turistas que acuden a
recibir 2015 junto al mar, bajo los juegos pirotécnicos y la estatua de
Cristóbal Colón, quien extiende su mano hacia América, porque como dice
Obama, "todos somos americanos" en este jazz del siglo XXI.
Publicado en Expresiones. Excélsior. Domingo 4 de enero de 2015.
* @ Foto de Woody Allen de Ferran Sendra. Publicada en El Periódico. Barcelona. Jueves 1 ene 2014.
domingo, 4 de enero de 2015
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