Por
Eduardo García Aguilar
Hubo un tiempo en que aun se podía visitar el viejo Hotel Casino
de la Selva de Cuernavaca, que aparece en la gran novela mexicana de Malcolm
Lowry, Bajo el volcán, probablemente una de las obras máximas del género en el
siglo XX. Era ya un hotel decadente, desleído, de color amarillento, desolado,
más de medio siglo después de su esplendor. Uno de los lugares de la ciudad
signado por el fantasma del novelista alcohólico y el personaje alter ego que
creó en esa novela de soledad y deriva alcohólica de un hombre enamorado que no
se recupera de la separación y rueda con todo por los precipicios de un México
violento y arbitrario, pleno de sincretismos imposibles y cicatrices incurables.
Un México insondable donde el héroe se pierde para siempre.
Los peregrinos
visitaban los lugares donde vivió y bebió el cónsul con sus amigos y los
parajes cercanos del Estado de Morelos, el bastión de Emiliano Zapata, con sus
carreteras polvorientas que conducían a otros pueblos minúsculos que, como
Tepoztlán, Temixco o Cuautla, podrían ser el imaginario Tomalín y desde donde
se observaban las barrancas o cumbres lejanas, el griterío de los borrachines
en las cantinas de las plazas, los zócalos donde hervía el mercado popular, las
precarias plazas de toros donde lucía la faena o las galleras del desespero.
El viaje a Cuernavaca
era necesario para conectarse con uno de los máximos mitos de la literatura
moderna: todo estaba intacto, los viejos edificios de ladrillo, las plazoletas,
las callejuelas empinadas y el sol radiante de ese balneario florido y arbolado
a donde los capitalinos iban de fin de semana desde las lejanas primeras
décadas del siglo XX, cuando México hervía de revoluciones y contrarrevoluciones
y en todas partes reinaban la muerte, los colgados, los fusilados y los
ejercitos de unos y otros, héroes circunstanciales del caos que por donde
pasaban sembraban todo de desolación en medio de un infinito reguero de
hemoglobina, decapitados, desmembrados y sesos y ojos arrancados por doquier.
Todavía quedaban en pie
los viejos hoteles medianos de aquellos años de entreguerras, o de los años 40
y 50, decadentes ya, pero donde el estudiante o el viajero pobre podía quedarse
a poco precio y palpar el descascaramiento de las paredes, el moho de medio
siglo, las cucarachas y los grillos y los sapos alrededor de albercas pasadas
de moda, unas vacías y otras llenas de agua estacada y renacuajos.
Cuernavaca era siempre
sorpresiva y las tardes de fin de semana pasaban en esos restaurantes del
centro después del almuerzo copioso y el sol caía poco a poco en la tarde,
mientras los comensales apuraban los tequilas, reacios a hacer la siesta
mientras en la plaza indígenas y hippies
vendían artesanías en medio del sonido de los músicos y los odiados capitalinos
se paseaban comiendo el último helado antes de emprender el regreso a México
Distrito Federal por esa larga autopista congestionada de autos, donde en solo
una hora ya volvían a sus casas para prepararse a una nueva semana de trabajo y
estrés.
Cuernavaca fue tierra de divas y casonas amplias, residencias secundarias de los ricos capitalinos. Ahí tuvo palacio el conquistador Hernán Cortés, allí se instaló también el emperador Maximiliano durante su aventura de monarca extranjero, en esos parajes de balneario infatigable vivieron personalidades como la arista Art Deco Tamara de Lempicka, o el novelista Bruno Traven y tuvieron casa los más grandes artistas, estrellas de la cinematografía o la canción vernácula, sin olvidar políticos, militares, mafiosos y millonarios.
Cuernavaca fue tierra de divas y casonas amplias, residencias secundarias de los ricos capitalinos. Ahí tuvo palacio el conquistador Hernán Cortés, allí se instaló también el emperador Maximiliano durante su aventura de monarca extranjero, en esos parajes de balneario infatigable vivieron personalidades como la arista Art Deco Tamara de Lempicka, o el novelista Bruno Traven y tuvieron casa los más grandes artistas, estrellas de la cinematografía o la canción vernácula, sin olvidar políticos, militares, mafiosos y millonarios.
Pero entre todos los extranjeros y
estrellas residentes allí, el novelista Malcolm Lowry terminó por ser el
emblema de la ciudad y su novela Bajo el volcán es un bloque inaccesible para
muchos donde fluye el laberinto del tiempo y la desolación, entre el polvo y el
sol candente del que huyen los escorpiones en tardes sin fin cuya calma puede
ser interrumpida en cualquier instante por la muerte, la balacera, el crimen, el
horror.
En su crepúsculo vital,
el cineasta y actor John Houston realizó con Bajo el volcan una de sus mejores
películas y con ese motivo en la cinta quedaron plasmados para siempre en la
imagen calles, carretaras, montañas y
paisajes visitados por la novela original. En esa película actuó otra
gran estrella del cine de oro de México, el inolvidable Emilio Indio Fernández,
hombre bronco como los de su estirpre, la misma de la diva Maria Félix y el
beodo y mujeriego cantor Agustin Lara.
Y muertos todos, ida
toda una época y un siglo, Cuernavaca sigue ahí, pero ahora como territorio
donde los nuevos reyes son narcotraficantes y poderosos bandidos que se escoden
en sus mansiones y donde la muerte es
tan familar como siempre lo fue desde tiempos inmemoriales, antes y después de
los conquistadores españoles.
Esa deliciosa tierra
caliente que se encuentra entre El Distrito Federal y Acapulco sigue siendo
balneario ocasional para decenas de millones de habitantes de la metrópoli que
reina desde las alturas, junto a los volcanes Ixtaccíuatl y Popocatépetl,
pervive coño el pequeño paraíso infernal de verdura y agua, paraje escogido por
los poderosos de todos los tiempos desde Hernán Cortés hasta el Shá de Irán,
que se exilió ahí después de que lo derrocaran en los ayatolas. Y tierra final
de novelistas como el argentino Manuel Puig, quien murió allí.
Pero Cuernavaca vive
aun más viva que nunca en esa novela que es el Santo Grial de los novelistas,
aleph de la ficción, extraño bloque que
como toda piedra meteorítica o diamantina emana del novelista cual prueba
sanguínea, mundo del mundo, cosmos dentro del cosmos, precipicio en el
precipicio por donde se depeñan los fantasmas de los personajes y sus vidas
llamadas a la difuminación y el olvido o a la permanencia espectral a través de
vampíricos siglos.
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