Por Eduardo García Aguilar
Huberto Batis (1934) acaba de retirarse después de más de medio siglo de docencia en la Universidad Nacional Autónoma de México, aclamado por varias generaciones de discípulos y amigos que no dudan en calificarlo como uno de los pilares de la cultura mexicana de los últimos tiempos.
Huberto Batis (1934) acaba de retirarse después de más de medio siglo de docencia en la Universidad Nacional Autónoma de México, aclamado por varias generaciones de discípulos y amigos que no dudan en calificarlo como uno de los pilares de la cultura mexicana de los últimos tiempos.
Personaje
de ficción, temperamental, energúmeno, agudo, erotómano, pornópata,
bibliópata y editor de vocación, Batis reinaba en su cueva del
suplemento Sábado del Unomásuno, apertrechado detrás de un inmenso
pupitre lleno de papeles y periódicos y frente a un diván donde solía
tomar fotografías de las más bellas muchachas poetas y artistas de la
capital mexicana, en poses eróticas, a veces semidesnutas, cómplices de
su fenomenal voyerismo.
Con
unas tijeras que manipulaba con rapidez asombrosa, Huberto recortaba de
los diarios y revistas todo lo que pudiese interesarle para el inmenso
collage de la actualidad cultural del México de los años 80 y 90, cuando
aun estaban vivos los grandes
patriarcas-matriarcas de la literatura mexicana, Juan Rulfo, Carlos
Fuentes, Gabriel García Márquez, Alvaro Mutis, Elena Garro, Salvador
Elizondo, José Emilio Pacheco, Francisco Cervantes, Carlos Monsiváis, y
el más temible de todos, Octavio Paz, a quien a veces caricaturizaba en
las primeras planas de Sábado como un dios Zeus tronante y castigador, a
través de la pluma irreverente del gran dibujante mexicano Eko.
El
autor de Estética de lo obsceno y otros muchos libros, pertenece a una
generación de autores modernos y activistas culturales que contribuyeron
a crear excelentes suplementos
literarios donde abrieron los primeros espacios a casi todos los autores
mexicanos que se iniciaban, como los fallecidos José Rafael Calva,
Daniel Sada, Severino Salazar y Roberto Vallarino, Alberto Ruy Sánchez,
Evodio Escalante, Enrique Serna, Xavier Velasco, Pura López Colomé,
Myriam Moscona, Coral Bracho, María Baranda, Rocío Beltrán, Carmen
Boullosa, o el actual jefe de redacción de Letras Libres, Fernando
García Ramírez, entre otros muchos.
Huberto
era gran amigo del gran narrador Juan García Ponce, a quien visitaba en
veladas interminables cuando éste ya estaba paralizado por la
enfermedad esclerótica y desde la silla de ruedas, con el cerebro a mil
revoluciones por microsegundo reinaba aun con su paganismo intacto y la
prosa disolvente y crítica, incitado por las ocurrencias de su amigo el
polígrafo jaliciense Batis.
A
la redacción de Sábado, el más leído suplemento cultural sabatino del
país, acudían todos los autores del momento a depositar sus textos o
imágenes, desde Augusto Monterroso, hasta el fotógrafo Héctor García,
Noé Jitrik, Juan Carvajal, Raymundo Ramos, Ida Vitale, Enrique Fierro,
Federico Patán o el dramaturgo y dibujante Juan José Gurrola, otro de
sus amigos y miembro de esa generación de libertinos a la que pertenece.
Tuve
la fortuna de trabajar con él varios años a mediados de la década de
los 80 en esa redacción, frente a él, todos los días sin falta desde las
cinco de la tarde hasta más allá
de medianoche, al lado de Miguel Rico Diener, Gerardo Ochoa Sandy y
Pura López Colomé, recibiendo y revisando los textos traídos por un
centenar de escritores, consagrados y jóvenes en una romería
interminable.
Por
nuestras manos pasaban las notas críticas de Sandro Cohen, Arturo Trejo
Villafuerte, Vicente Quirarte, Vicente Francisco Torres, Ignacio Trejo
Fuentes, Ignacio Padilla, los comentarios dramatúrgicos de Gonzalo
Valdés Medellín, los cinematográficos de Gustavo García y José Felipe
Coria, las notas erotómanas de Andrés de Luna, los escritos de Nedda G.
De Anhalt, Magali Tercero, Rocío Barrionuevo, Yolanda López y Angelina
Muñoz-Hubermann, José Manuel Spriger, Marco Tulio Lamoyi, Francisco
Hinojosa, Naief Yehya y Guillermo
Fadanelli, entre muchos otros, incluidos los múltiples autores
latinoamericanos que enviaban sus colaboraciones por correo desde todo
el continente antes de la irrupción de internet.
Muchos
nombres faltan, pero todos ellos tienen presente en este 2015 a este
humanista moderno que tenía la generosidad de prestar sus libros a los
jóvenes escritores que acudían a la redacción e inquirían sobre autores
necesarios. No olvido en mi caso cuando me trajo una noche Los
Sonámbulos de Herman Broch, como una lectura necesaria e inapelable.
México
es el gran hermano mayor del orbe literario hispanoamericano y por eso
haber participado por un tiempo de la aventura de Sábado con Huberto
Batis, desde adentro, es uno de los grandes privilegios que me ha
deparado la vida como amante de las letras. Estar en ese barco, que era
como una nave de corsarios alucinados, ver pasar por mis manos miles de
ensayos, poemas y textos que después se convirtieron en libros, ver en
el vivero la eclosión de tantos autores de por lo menos dos
generaciones, es fácil de contar ahora que las viejas figuras se han ido
una tras otra, cuando en ese entonces parecían inextinguibles
monolitos, tótems, pirámides, piedras circulares de sol.
En
la cueva de Huberto Batis se sabía todo de los cotilleos literarios del
país, ascensos y caídas en desgracia, actividades de suplementos
rivales, odios, amores, rencores, envidias, inquinas, admiraciones, que
bien podrían ser objeto de una novela similar a las que escribían los
autores austrohúngaros, franceses y germanos, donde estaba relatada la
vida de varias generaciones como en una gran comedia humana llena de
esplendores y miserias.
Batis
lo sabía todo en esos momentos de Sábado con el escepticismo de un
gran sabio y él sabe hoy como ayer que todos esos jóvenes estaban y
están condenados al olvido y que sus ilusiones y ambiciones son fuegos
fatuos o la luz fugaz de la luciérnaga noctámbula. Por eso él abría las
puertas de Sábado sin distingos a todos outsiders y rebeldes, obscenos,
herejes y demoledores de estatuas y se negaba a crear élites cerradas de
mafias literarias. Ese es uno de los grandes méritos de Batis. En un
país tan adicto a lo piramidal y funesto, tan crédulo de tlatoanis y
reyezuelos literarios, Batis por el contrario da respiración a las
letras mexicanas y abre siempre las puertas a quienes piensan, desean,
escriben, oyen, cantan, pintan o dibujan con pasión y libertad.
* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de junio de 2015.
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