Nacido el 23 de agosto de 1899 y muerto hace 20 años* en Ginebra el 14 de junio de 1986, Jorge Luis Borges vive en la más inquietante nube de su gloria, con la obra acogida en la prestigiosa colección francesa de La Pléiade y cientos de miles de entradas en la red Internet, que potencian el sueño del Aleph. Se necesitarían muchos años para poder visitar cada uno de esos sitios llenos de sopresas, laberintos, datos, juegos, enigmas y delirios de sus admiradores de todo el planeta y para viajar por los enlaces borgianos de la telaraña mundial, que nos llevan al nuevo efecto multiplicador de su palabra.
Por donde pasaba, Borges parecía ser la concreción en vida de una nueva deidad literaria. En México, al salir de la sala Ollin Yoliztli, unos años antes de su muerte, varios jóvenes se lanzaron una noche al suelo y empezaron a seguirlo arrodillados al grito de "¡gloria eterna para usted maestro!" y lloraban y acoplaban sus manos en signo de adoración. Era exagerada esa histeria, pero lo mismo ocurría en Quito, Bogotá, Medellín, Santiago de Chile, Londres, Madrid, Tokyo, y París, ciudad donde desde hacía ya muchas décadas se le había consagrado como leyenda viviente. Se le veía junto a un globo, al lado de las pirámides de Egipto, sabio e infinito junto a las avenidas de Teotihuacán, ciego pero inquieto hasta el final devorándose el mundo junto a su lúcida y leal guía María Kodama.
Francia lo adoraba y las calles de París lo vieron pasar muchas veces. En el hotel de la rue des Beaux Arts, donde murió Oscar Wilde, hay una placa en su nombre. Desde las traducciones de Roger Caillois, Borges fue adoptado por la tierra de Montaigne y Voltaire, gesto clave para desencadenar su fama global. En 1964 la revista L’Herne dedicó un número especial a su obra, en los años 70 Michel Foucault lo hizo protagonista de su obra mayor Las palabras y las cosas y la Pléiade editó en 1999 sus obras en dos tomos revisados y escogidos por él hasta el último suspiro y presentadas y anotadas por el francés Jean Pierre-Bernès, uno de sus últimos confidentes.
Para Borges la gloria era la mayor incomprensión y aunque al principio sólo vendió en un año 37 ejemplares de uno de sus libros, en las dos últimas décadas de su vida se volvió una especie de fetiche hacedor de milagros. Pero a diferencia de otros pavosrreales, Borges tomó la tragedia de su gloria con gran sentido del humor y proverbial modestia. Siempre fue un escritor marginal, rebelde, subversivo, anarquista. Contra la corriente no escribió novelas porque su timidez lo hubiera incomodado entre tantos personajes, mezcló prosa y poesía en volúmenes y fue un gozoso conversador antes que aprendiz de tribuno. Su reino fue el estilo. Su patria verdadera la literatura.
De él dijo Cioran que "la desgracia de ser reconocido cayó sobre él. Merecía algo mejor. Merecía seguir en la sombra, en lo imperceptible, seguir inasible y tan impopular como el matiz". El hispanista Gérard de Cortanze, afirma que trata siempre de "volver de nuevo a esta obra vasta y enigmática" y a un Borges "humanizado y más caluroso", lejos de la leyenda aceptada de "un intelectual abstracto y gélido". El último exégeta Bernès lo define como "el viejo anarquista tranquilo", según la propia y final autodefinición del poeta. Bernès cuenta los últimos días previos a su deceso y dice que tiene "la certeza de que preparaba su muerte por una especie de imitación de las muertes literarias que lo precedieron" y por eso le dijo, fiel a su gran preocupación, que "yo no se en que lengua voy a morir". Héctor Banciotti, que estuvo cerca a esa hora postrera, dice que murió dormido. O sea que se fue en uno de sus sueños.
Borges fascinó en los 60 y 70 a toda la juventud latinoamericana que aprendía de memoria sus poemas, ficciones, enigmas e ironías y lo tomó como modelo de escritor: el que deambula siempre por la biblioteca eterna y pasaba de un lado al otro del mundo y de un milenio al otro con la alegría del sabio modesto que está seguro de que todo conduce a la muerte y al olvido.
El reino y la maestría de Borges en aquellos años se mira con nostalgia: en todas las ciudades que visitó se vio rodeado por esa juventud latinoamericana entusiasta que lo quiso no como una estrella fugaz de opereta literaria sino como el maestro que nos hace amar el milagro de la palabra, el libro, la vida, la muerte, la gloria, la eternidad, el olvido, el polvo, el desierto.
No era nacionalista sino abierto a todos los mundos y a todos los tiempos y su patria era en definitiva la literatura. Vivía en el espacio de la poesía. A los que llegaban a ella, les abría un reino de ficción e inteligencia. Toda esa generación debe percibir ahora con susto cómo el mundo literario mundial gira hacia la dictadura de los editores y escritores analfabetas sacralizados por la lista de ventas, el tintineo de las máquinas registradoras y el paso por las emisiones de televisión.
En tiempos de Borges el antiguo, la Gran Biblioteca estaba cerca de la gente, era amable, generosa, llena de afecto y alegría, de fiesta; ahora, por el contrario, ha sido vaciada y en su lugar reina el hielo de los supermercados. Silvia Barón Supervielle escribió que para Borges "la Enciclopedia y la Biblioteca son análogas porque son imágenes del infinito" y esa búsqueda del infinito quiere ser desterrada de la literatura. Aunque por fortuna en la bienvenida red virtual su palabra se rebela y se reproduce, se esconde y fluye ante la mirada interior de ese viejo irónico convertido en algo más que una figura legendaria: en escudo y espada de las letras inútiles.
-----* De la serie Textos nómadas. París, agosto 29 de 2006.
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