La
imagen es impactante este primer sábado en el norte de París, donde
cientos de africanos subsaharianos viven hacinados a la intemperie en
los camellones de avenidas, parques, bajo el metro elevado y en todos
los rincones posibles del norte de la ciudad, donde se ven camas,
colochones, carpas, sillas, mesas, fogones en medio de un penetrante
hedor a orín. La humareda de cocinas improvisadas coincide con el
bullicio de los niños y las radios que escuchan los jóvenes que pasan el
tiempo acostados e impasibles sobre el prado o en los colchones por
estos días de canícula y bochorno tropical, que tal vez pronto se
transmute en el otoño y presagie la llegada ineluctable del temido
invierno. Estamos en un paisaje típico del Tercer Mundo más pobre y
atrasado.
En la plazoleta de Stalingrad y la Avenida de Flandre
junto a los canales que van rumbo al noreste, mientras pasan
rutinariamente los bulliciosos vagones del metro elevado que circula por
ahí desde hace un siglo en un paisaje similar al de NuevaYork por los
rumbos de Manhatan, en Greenwich Village, los niños juegan a la pelota y
en lugares más altos se instalan otras carpas y otras viviendas
improvisadas donde los recién llegados son abordados por activistas
humanitarios que los orientan para iniciar los trámites y están al tanto
de sus necesidades alimentarias o atentos a cualquier emergencia de
salud como desmayos o partos.
La oleada de llegadas es permanente
desde hace más de un año y se calcula en cientos de personas diarias,
en su mayoría africanos. Cuando las arcadas del metro elevado de
Stalingrad o lugares aledaños a las estaciones ferroviarias del Norte y
del Este se llenan de manera dramática, las autoridades hacen operativos
de desalojo y trasladan a miles de precarios que son instalados a otros
lugares de la región parisina, que está desbordada desde el inicio de
la crisis migratoria. En el sur de la ciudad, las mismas aglomeraciones
de miles de inmigrantes se ha dado en cercanías de la estacion
ferroviaria de Austerlitz, donde se han instalado debajo de un moderno
edificio ultramoderno de color verde y líneas futuristas sinuosas,
dedicado a las nuevas empresas del diseño, la moda y el glamour.
En
las últimas semanas, aprovechando las buenas condiciones climáticas,
como ocurre cada año desde hace un tiempo, cientos de embarcaciones
ilegales llenas de inmigrantes invadieron el Mediterráneo y decenas de
miles de personas han sido rescatadas por los guardacostas italianos y
trasladadas a lugares de acogida. Otros cientos mueren ahogados. Desde
ahí los inmigrantes una vez registrados tratan de seguir la ruta hacia
el norte con el sueño de llegar y ser acogidos en Francia e Inglaterra.
Deben para ello pasar retenes y tratar de infiltrarse pese a que en la
frontera con Italia hay controles rigurosos en los trenes o vehículos.
El
año pasado la oleada gigantesca afectó sobre todo a Alemania, donde
llegaron casi millón y medio de inmigrantes, en su mayoría sirios,
iraquíes y de Afganistán. Antes del acuerdo logrado entre la Unión
Europea con Turquía y Grecia este año para detener el flujo migratorio y
el aumento insoportable de ahogados junto a las míticas islas griegas,
millones de personas lograron pasar las fronteras y dispersarse hacia
otros países creando a veces momentos de tensión muy fuertes entre los
distintos gobiernos. Pero la mayoría se quedó en Alemania, donde creen
disponer de más ayuda y mejor recepción humanitaria que en otros países
menos fuertes y con movimientos antimigritorios mucho más amplios y
pugnaces.
En París la visión de esos campamentos precarios es una
muestra de la gravedad de la situación y expresa el incremento del
éxodo, esta vez desde países africanos inmersos en guerras terribles que
se suceden unas a otras en una danza infernal y que en muchos casos son
religiosas y étnicas. A lo que se agrega el éxodo de los habitantes de
algunos países del Magreb desestabilizados sobre un polvorín de armas.
Para decenas de millones de habitantes de Africa el destino es morir
allí por genocidio, precariedad o enfermedades contagiosas o tratar
de huir en un largo e incierto éxodo ayudados por traficantes, en busca
de un sueño que a veces puede volverse una pesadilla en Europa.
Al
norte de Francia, en Calais, frente al mar de la Mancha, a un paso de
Gran Bretaña, miles de inmigrantes de todas las nacionalidades que
sueñan con llegar a Inglaterra han creado desde hace años un villorrio
precario que crece día a día y ahora se convirtió en un verdadero
problema: casas precarias, tiendas que se incendian, conflictos étnicos,
pobreza, riñas, mala higiene, enfermedad, niños solitarios y perdidos
hacinados ahí por cientos, ruido, son apenas algunos de los síntomas de
esta nueva realidad mundial.
Días después de que desalojan un
pedazo de ese pueblo silvestre que se reinstala en otro lado, otros
cientos o miles de inmigrantes llegan desde todos los puntos cardinales.
Es posible que quienes en este septiembre están en París en las calles o
parques terminarán allí, ilusionados en un paso al otro lado que cada
vez es más imposible luego de la anunciada salida de ese país de la
Unión Europea tras el Brexit. Y por eso ahora quienes vemos aquí ese
tugurio increíble comprendemos la magnitud del éxodo bíblico que toca a
las puertas de las capitales de antiguos imperios que declinan y que tal
vez crecerá aun más ante la indiferencia de muchos.
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Excélsior. Expresiones. Domingo 4 de septiembre 2015.
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