domingo, 4 de septiembre de 2016

EL TERCER MUNDO EN PARÍS

Por Eduardo García Aguilar
La imagen es impactante este primer sábado en el norte de París, donde cientos de africanos subsaharianos viven hacinados a la intemperie en los camellones de avenidas, parques, bajo el metro elevado y en todos los rincones posibles del norte de la ciudad, donde se ven camas, colochones, carpas, sillas, mesas, fogones en medio de un penetrante hedor a orín. La humareda de cocinas improvisadas coincide con el bullicio de los niños y las radios que escuchan los jóvenes que pasan el tiempo acostados e impasibles sobre el prado o en los colchones por estos días de canícula y bochorno tropical, que tal vez pronto se transmute en el otoño y presagie la llegada ineluctable del temido invierno. Estamos en un paisaje típico del Tercer Mundo más pobre y atrasado.
En la plazoleta de Stalingrad y la Avenida de Flandre junto a los canales que van rumbo al noreste, mientras pasan rutinariamente los bulliciosos vagones del metro elevado que circula por ahí desde hace un siglo en un paisaje similar al de NuevaYork por los rumbos de Manhatan, en Greenwich Village, los niños juegan a la pelota y en lugares más altos se instalan otras carpas y otras viviendas improvisadas donde los recién llegados son abordados por activistas humanitarios que los orientan para iniciar los trámites y están al tanto de sus necesidades alimentarias o atentos a cualquier emergencia de salud como desmayos o partos.
La oleada de llegadas es permanente desde hace más de un año y se calcula en cientos de personas diarias, en su mayoría africanos. Cuando las arcadas del metro elevado de Stalingrad o lugares aledaños a las estaciones ferroviarias del Norte y del Este se llenan de manera dramática, las autoridades hacen operativos de desalojo y trasladan a miles de precarios que son instalados a otros lugares de la región parisina, que está desbordada desde el inicio de la crisis migratoria. En el sur de la ciudad, las mismas aglomeraciones de miles de inmigrantes se ha dado en cercanías de la estacion ferroviaria de Austerlitz, donde se han instalado debajo de un moderno edificio ultramoderno de color verde y líneas futuristas sinuosas, dedicado a las nuevas empresas del diseño, la moda y el glamour.    
En las últimas semanas, aprovechando las buenas condiciones climáticas, como ocurre cada año desde hace un tiempo, cientos de embarcaciones ilegales llenas de inmigrantes invadieron el Mediterráneo y decenas de miles de personas han sido rescatadas por los guardacostas italianos y trasladadas a lugares de acogida. Otros cientos mueren ahogados. Desde ahí los inmigrantes una vez registrados tratan de seguir la ruta hacia el norte con el sueño de llegar y ser acogidos en Francia e Inglaterra. Deben para ello pasar retenes y tratar de infiltrarse pese a que en la frontera con Italia hay controles rigurosos en los trenes o vehículos.
El año pasado la oleada gigantesca afectó sobre todo a Alemania, donde llegaron casi millón y medio de inmigrantes, en su mayoría sirios, iraquíes y de Afganistán. Antes del acuerdo logrado entre la Unión Europea con Turquía y Grecia este año para detener el flujo migratorio y el aumento insoportable de ahogados junto a las míticas islas griegas, millones de personas lograron pasar las fronteras y dispersarse hacia otros países creando a veces momentos de tensión muy fuertes entre los distintos gobiernos. Pero la mayoría se quedó en Alemania, donde creen disponer de más ayuda y mejor recepción humanitaria que en otros países menos fuertes y con movimientos antimigritorios mucho más amplios y pugnaces.
En París la visión de esos campamentos precarios es una muestra de la gravedad de la situación y expresa el incremento del éxodo, esta vez desde países africanos inmersos en guerras terribles que se suceden unas a otras en una danza infernal y que en muchos casos son religiosas y étnicas. A lo que se agrega el éxodo de los habitantes de algunos países del Magreb desestabilizados sobre un polvorín de armas. Para decenas de millones de habitantes de Africa el destino es morir allí por genocidio, precariedad o enfermedades contagiosas o tratar de huir en un largo e incierto éxodo ayudados por traficantes, en busca de un sueño que a veces puede volverse una pesadilla en Europa.     
Al norte de Francia, en Calais, frente al mar de la Mancha, a un paso de Gran Bretaña, miles de inmigrantes de todas las nacionalidades que sueñan con llegar a Inglaterra han creado desde hace años un villorrio precario que crece día a día y ahora se convirtió en un verdadero problema: casas precarias, tiendas que se incendian, conflictos étnicos, pobreza, riñas, mala higiene, enfermedad, niños solitarios y perdidos hacinados ahí por cientos, ruido, son apenas algunos de los síntomas de esta nueva realidad mundial.
Días después de que desalojan un pedazo de ese pueblo silvestre que se reinstala en otro lado, otros cientos o miles de inmigrantes llegan desde todos los puntos cardinales. Es posible que quienes en este septiembre están en París en las calles o parques terminarán allí, ilusionados en un paso al otro lado que cada vez es más imposible luego de la anunciada salida de ese país de la Unión Europea tras el Brexit. Y por eso ahora quienes vemos aquí ese tugurio increíble comprendemos la magnitud del éxodo bíblico que toca a las puertas de las capitales de antiguos imperios que declinan y que tal vez crecerá aun más ante la indiferencia de muchos.  
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Excélsior. Expresiones. Domingo 4 de septiembre 2015.

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