En aquellos años, cuando no existían teléfonos
celulares ni redes sociales, muchos adolescentes nos dedicábamos al
feliz pasatiempo de leer y viajábamos con los libros por el mundo en el
espacio y el tiempo. Aunque los lectores en escuelas y colegios por
supuesto conformábamos una minoría como siempre lo hemos sido, si éramos
muchos en la ciudad y se daba una efervescencia de amor por los libros,
el pensamiento, el arte y la literatura universales que hoy sorprende.
La celebración del Festival Internacional de teatro
universitario convirtió además a Manizales en un centro continental de
encuentro de dramaturgos, poetas, críticos, ensayistas, poetas que
venían de todo el continente y de Europa, quienes aunados a la población
local llenábamos los teatros y las aulas universitarias para ver obras y
escuchar a grandes figuras como los Nobel Miguel Angel Asturias y Pablo
Neruda, Ernesto Sábato, el joven Mario Vargas Llosa y gente de teatro
como Jerzy Grotvosky, Enrique Buenaventura, Augusto Boal, Jorge Díaz y
decenas de dramaturgos y escenógrafos españoles y latinoamericanos.
En masa miles y miles de jóvenes abarrotamos el
Teatro Fundadores para escuchar al autor del Canto General y fue tal la
presión de los que no podían ingresar que se rompieron las puertas y
todo fue invadido hasta el escenario, donde algunos, entre ellos quien
esto escribe, de 14 años de edad, rodeamos al poeta que ya había venido
varias veces a la ciudad y la amaba por sus magníficos atardeceres. En
las primeras filas estaban por supuesto Hernando Salazar Patiño y
decenas de universitarios de gafas oscuras y poses filosóficas, que se
ven en las fotos en blanco y negro del evento publicadas en el
Suplemento literario junto a crónicas de José Naranjo, Beatriz Zuluaga y
Oscar Jurado.
La Patria, que ahora cumple cien años de existencia, cubría ampliamente todas esas actividades, ya que estaba dotada de una pléyade de columnistas y periodistas de primer nivel que amaban la cultura por sobre todas las cosas, como Oscar Jurado, Beatriz Zuluaga, Mario Escobar Ortiz, Jorge Santander Arias, Ebel Botero, Edgardo Salazar Santacoloma, y otros muchos, quienes bajo la jefatura de redacción de Héctor Moreno, convertían al diario en un espacio nacional de cultura y pensamiento.
Visitar la redacción de La Patria, guiado por Mario y
en compañía de su amigo Pablus Gallinazus, escuchar el tecleo de las
máquinas de escribir, el ruido de los teletipos de las agencias o el
sonido de la moderna imprenta offset recién adquirida, oler la tinta y
el papel, era algo parecido a la felicidad. El suplemento literario era
de primer nivel y en la sección Paradiso del nadaísta Mario Escobar
Ortiz aparecían cada semana novedades y textos provenientes de
colaboradores de todo el continente.
No nos eran extraños a todos los que vivimos casi
niños esa época los autores novedosos de México, Venezuela, Perú,
Argentina, Brasil y otros países del continente: Jorge Luis Borges,
Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Guillermo
Cabrera Infante, José Lezama Lima, Salvador Garmendia, Arturo Uslar
Pietri, Miguel Otero Silva, Alejo Carpentier, Jorge Zalamea, Germán
Arciniegas, eran mombres habituales que pasaban por esas páginas.
En ese contexto vi publicados mis primeros textos en
La Patria en 1969 a los 15 y 16 años, y aun guardo con emoción en su
orden los recortes de las apariciones de los ensayos José Asunción
Silva, mártir de la existencia, Walt Wihtman, estética de los cósmico, y
otro sobre Federico Gracía Lorca, entre otros, publicados con amplio
despliegue, así como los primeros cuentos La cuadra de la clepsidra y La
vigilia de los relojes, ilustrados con imágenes de Edward Munch,
detalle estético del nadaísta Escobar Ortiz que me los publicaba y quien
era además artista plástico y dramaturgo.
Porque además de las grandes firmas continentales,
en La Patria se abrían las puertas a los nuevos y muchos en la ciudad
tuvimos el excepcional privilegio de vernos publicados en letras de
molde desde tan temprana edad. Hasta llegué a tener una columna que
titulé Los viajes de Simbad, y que después enviaba desde Bogotá cuando
cursaba ya mi primer año en la Universidad Nacional de Colombia.
Con motivo del cincuentenario en 1971, La Patria
abrió un concurso de ensayo en el que obtuve el premio con un texto
sobre Bernardo Arias Trujillo y recibí una suma de dinero que para un
muchacho que terminaba el bachillerato era muy importante y de cuya
entrega por parte del gerente Rafael Lema hay testimonio fotográfico en
las páginas añejas del diario.
Ese fin de año mi familia se trasladó a Bogotá y
desde allá seguía colaborando y carteándome con Mario Escobar Ortiz, a
quien menciono por tercera vez en este texto, porque al lado de Beatriz
Zuluaga y Oscar Jurado es una de las figuras más modernas y
sorprendentes de la historia de Manizales y de este diario que ahora,
vigoroso, emprende su segundo siglo de existencia.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 27 de junio de 2021.
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