En
las barras de los bares populares europeos, a la hora de crepúsculo, se
oye todo tipo de conversaciones que reflejan el ambiente del continente
en estos tiempos difíciles, afectados por el retorno ineluctable de la guerra en territorios que no la conocían desde hace ocho décadas, salvo si exceptuamos el conflicto en la ex Yugoslavia balcánica de fines del siglo XX, que causó duras inquietudes en Occidente.
El
viernes por la tarde de este comienzo de marzo, antes de la noche,
cuando en el cielo ya oscuro se perciben muy cerca y brillantes Júpiter y
Venus en confluencia con la Luna, es bueno escuchar lo que dice la
gente o eso que llamamos en política el pueblo, la
muchedumbre, la plebe, la infame turba que opina pero poca influencia
tiene en las decisiones de las élites y los gobernantes.
En las noticias del día
a comienzos de marzo las cadenas televisivas han difundido en la tarde
por primera vez en muchos meses la noticia de la molestia creciente de
grandes sectores de la población europea que no acepta los
miles de millones de euros gastados a costa del contribuyente para
ayudar con dinero, armas y todo tipo de subsidios al proyecto de guerra
de Ucrania, cuyo dirigente, aliado con Estados Unidos y Polonia, quiere
llevar hasta las extremas consecuencias sin dar atisbos de querer
negociar.
Occidente, pero en primer lugar Estados Unidos, han inyectado decenas de miles de millones de dólares y varios países entregan euros, armas y municiones al actor cómico Zelenski que dirige su país
y ha causado con su intransigencia el exilio de millones de
compatriotas, la muerte de decenas de miles de civiles y soldados,
mientras él se pasea por las capitales haciendo propaganda para la
guerra.
Aunque la propaganda periodística
occidental pro-estadounidense favorable a los designios de la OTAN hace
creer con sus poderosos medios televisivos que toda Europa está
unida y compacta a favor de la guerra contra Rusia y el objetivo de
derrotarla y aplastarla como en otros tiempos quisieron Napoleón y Hitler, los medios empiezan a mostrar que amplias capas de la población
pacifista quiere que se presione a Ucrania a negociar y se haga el
juego de la diplomacia para evitar una grave escalada hacia la Tercera
guerra mundial. Ahora es claro que la guerra es entre dos imperios: una
Rusia renaciente amenazada por Occidente que se defiende y Estados Unidos
revigorizado con su brazo armado de la OTAN y deseoso de reducir la
esfera de influencia de su rival.
Antes censuradas y ocultas, se muestran ahora con timidez imágenes de manifestantes pacifistas que en Berlín y Múnich están en contra de que el gobierno alemán, encabezado por los socialdemócratas, en alianza con los liberales y Verdes, más papistas que el papa, envíen
tanques Leopard y pertrechos y dinero a Ucrania para encender la
guerra. Es un movimiento que crece en la sociedad alemana, presente en
la línea de frente del conflicto y que ya conoce por las
dos guerras mundiales experimentadas las consecuencias terribles de
tales conflagraciones.
Es un movimiento espontáneo de amas de casa, personas mayores y jóvenes,
trabajadores, obreros y funcionarios de diversas tendencias, tanto de
derecha, centro o izquierda, que se resisten a hacerle el juego a
Estados Unidos, país alejado geográficamente del conflicto y que no está poniendo los muertos ni corre peligros inmediatos, como sí ocurre con Alemania y otros países europeos. Es un fenómeno nuevo que une a gente de izquierda y de derecha en torno al objetivo de la paz.
En los bares la gente de estos países discute sobre las consecuencias graves y palpables de la guerra para la vida cotidiana: inflación
desbordada, aumento del costo de la energía e incremento vertiginoso de la pobreza en muchas capas de la
sociedad, como no ocurre desde la crisis financiera de 2008. El sabotaje probablemente occidental de los recientes y costosísimos oleoductos germano-rusos Nord Stream dio el mensaje claro de que Estados Unidos y la OTAN y sus aliados más radicales europeos desean entrampar a Europa y que ella sea la que pague el pato.
A lo que se agrega la carga presupuestal que representa para estos países la ayuda bélica y la atención de casi 10 millones de ucranianos refugiados que se agregan a los millones ya ingresados desde hace más
de una década a causa de las guerras en Asia, Medio Oriente y África,
causadas por Estados Unidos y las potencias occidentales.
La gente cuenta en sus coversaciones lo difícil que es llegar a final de mes y la presencia cada vez más palpable de familias con hambre, viejos y jóvenes, que deben recurrir a las distintas asociaciones caritativas para comer, como ocurrió en Estados Unidos en la crisis de 1929.
Muchas
de esas personas que hablan en las barras de los cafés son cultas y
formadas, trabajadores con experiencia ya jubilados que se asombran por
la irresponsabilidad de los líderes europeos actuales.
En muchos países
de este continente, pero ahora especialmente en Alemania, y pronto en
Francia, Bélgica, Austria e Italia crece un movimiento pacifista que
aboga por prontas negociaciones y el fin de la guerra, para que millones
de ucranianos retornen a su país y pare la muerte de miles
y miles de soldados rusos y ucranianos, instrumentos de un conflicto
bipolar de imperialismos en pugna irresponsable.
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