Por Eduardo García Aguilar
domingo, 28 de abril de 2024
VARGAS VILA: EL OFICIO DE RABIAR
Por Eduardo García Aguilar
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narrativa
LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES: MEDIO SIGLO
Por Eduardo García Aguilar
Hace medio siglo, el 25 de abril de 1974,
la Revolución de los claveles en Portugal causó una fenomenal
efervescencia en el continente europeo, pues fue una rebelión pacífica
animada por militares que llevaban flores en sus fusiles, muchos de los
cuales saltaron rápidamente a la fama por derribar la hegemónica y
larguísima dictadura del Estado Novo, vigente durante más de medio
siglo, y cuya principal figura fue Antonio de Oliveira Salazar.
Portugal,
el país de la saudade, es muy especial pues fue clave desde muy
temprano en la aventura viajera en los mares lejanos del sur, como lo
atestigua la aventura de Magallanes (1480-1521), cuya expedición de tres
años entre 1519 y 1522 logró por primera vez dar la vuelta al mundo al
atravesar la punta sur de América por el estrecho que lleva su nombre.
También la aventura mundial portuguesa en su camino a convertirse en
potencia se puede leer en la extraordinaria recopilación de memorias,
que bajo el título de Historias trágico-marítimas cuenta múltiples
naufragios ocurridos a viajeros portugueses en la ruta hacia Oriente,
pasando por el Cabo de Buena esperanza. Otra gran figura y emblema
nacional es la de Vasco de Gama, primero en realizar el viaje por ruta
marítima hasta la India, entre 1497 y 1499, inaugurando el imperio
portugués que monopolizó el comercio de las especias durante siglos,
antes de que otras potencias le disputaran la supremacía.
La
saudade es precisamente esa nostalgia o tristeza nacional anclada en
las glorias pasadas de un imperio que poco a poco fue perdiendo aquella
importancia global, hasta reducirse a una franja de la península ibérica
que mira hacia el Atlántico y hacia ese otro territorio de ultramar
también perdido y grande, el genial y exuberante Brasil amazónico.
Visitar en Lisboa los viejos palacios, el antiguo puerto, las magníficas
edificaciones oficiales y eclesiásticas de aquel tiempo nos impregna de
esa gloria pasada, especialmente en el convento de Los Jerónimos, donde
se encuentran las tumbas de Vasco da Gama y del gran poeta portugués de
la saudade, Fernando Pessoa, cuya obra vasta y variada resume todas
esas sensaciones a través de sus heterónimos, como en el poema Oda
Marítima.
Otra grande
gloria portuguesa es Luis de Camoens, el poeta nacional autor de Los
Lusíadas, quien viajó como los grandes marinos hacia el oriente, vivió
pobre en la lejanía de la colonia portuguesa de Goa, participó en
batallas, quedó pobre y perdido en Mozambique y regresó al fin a su
tierra para terminar sus días, olvidado, precario y tuerto sin saber que
en el futuro su imagen estaría en billetes, estatuas, plazas y
colegios.
El dictador
Antonio Oliveira de Salazar (1889-1970) había muerto cuatro años antes,
tras ser desde 1926 la figura prominente de la dictadura, en la que se
desempeñó como ministro de Finanzas, canciller, presidente y Primer
ministro. Economista de profesión, el personaje adusto y enigmático
logró encabezar la más longeva dictadura europea de entonces, superior
en tiempo a la del mismo dictador y caudillo español Francisco Franco.
Pues
bien, ese 25 de abril la rebelión pacífica de los capitanes derribó el
régimen en unas cuantas horas, y llevó al poder a Antonio de Spínola y
figuras como Otelo Saraiva de Carvalho o Melo Antunes que fueron
celebrados por la juventud europea,latinoamericana y africana. Desde las
capitales europeas los estudiantes tomaban buses o trenes para ir a
participar en las maniffestaciones y fiestas de júbilo en Lisboa, Oporto
y otras ciudades.
Como
pólvora las fotos de los soldados con claveles en los fusiles cruzaron
el Atlántico y fueron celebradas por estudiantes en ciudades de Estados
Unidos y América Latina. Y al interior de Portugal por un momento la
saudade dio lugar al júbilo. Desde el exilio regresaron líderes
opositores como el socialista Mario Soares, quien poco después sería el
presidente de la nueva democracia portuguesa. Y poco a poco los
centenares de miles de portugueses que emigraron para evitar la pobreza
en su país, autárquico durante la dictadura, empezaron a su vez a
retornar, aunque muchos se quedaron para siempre en los países de Europa
y América a donde se fueron, sin perder lazos con su tierra amada.
Todos
ellos saben de esa grandeza perdida y por eso la nostalgia invade las
calles de Lisboa, donde los viejos tranvías destartalados suben y bajan
las empinadas callejuelas frente al mar, en medio de los aromas del café
y los platos de la culinaria marina local. Medio siglo después de la
Revolución de los claveles, Portugal mira hacia el Atlántico cargado de
poesía e historia.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 28 de abril de 2024.
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sábado, 20 de abril de 2024
INOLVIDABLES LOCOS CITADINOS
Por Eduardo García Aguilar
Cuando
uno despunta a la literatura y el arte, empieza a descubrir el mundo con
ojos recurrentes que todo lo devoran. Al cumplir la primera década de
la existencia y emprender desde entonces el camino ineluctable hacia el
fin, las calles de la ciudad natal se convierten en el privilegiado
escenario de un teatro iniciático. Lo mejor de la pequeña urbe son las
intrincadas calles que suben y bajan y parecen tan empinadas y absurdas
que desafían la gravedad, vías por donde se deprende el agua de los
aguaceros o algún vehículo que ha perdido los frenos y baja loco a toda
velocidad hacia los abismos.
Hay
desde el inicio algunos recuerdos que uno cataloga en el fondo de la
memoria. Una gran escarabajo en una pared blanca, una botella con bellas
cerezas rojas en conserva traídas por el tío Migdonio, el padre
afeitándose frente al espejo mientras lo carga a uno con la otra mano,
las sirenas que resuenan y anuncian la caída de un gobierno, un inmenso
globo aerostático que tratan de inflar en la antigua estación de
ferrocarril y por supuesto los discursos airados de Leonardo Quijano, el
chaplinesco loco de las calles manizalitas que dirigía un periódico
llamado El Diablo.
Todas
las ciudades y pueblos tienen sus locos inolvidables y originales y
cuando hablo con amigos nacidos en otras urbes, suelen ellos contarme de
esas figuras que vieron en sus barrios y se quedaron para siempre en la
memoria. Mi amiga Luisa Futoransky me habla de uno que veía en Buenos
Aires y siempre está presente en lo que escribe. En México, durante
varios lustros me cruzaba en el centro con dos figuras increíbles.
Primero la gran poeta Guadalupe Amor, tía de Elena Poniatowska, que ya
anciana deambulaba por las calles vestida como una niña gigante,
maquillada y cubierta de prendas estrafalarias de muñeca. Ella llevaba
siempre un bastón o un paraguas con los que golpeaba a los adultos
impertinentes que trataran de abordarla, pero por el contrario siempre
se detenía cuando veía niñas o niños y empezaba con ellos diálogos
imposibles. El otro personaje era el liliputiense Margarito, el hombre
más pequeño del mundo, que recorría las calles cantando y tocando con su
mínima guitarra.
Guadalaupe
Amor (1918-2000) fue una estrella y diva de la poesía mexicana en los
años 40 y 50 y su obra publicada en las mejores editoriales españolas de
su tiempo, pero de ser aquella bella mujer admirada y adulada pasó el
tiempo y los años 70 y 80 la sumieron en el olvido, cuando otras
literaturas despuntaron y arrasaron con el pasado. Vivía por Bucareli en
el Vizcaya, un viejo edificio decimonónico frente al ministerio de
Gobierno, cerca de las calles y avenidas donde estaban situados en el
siglo XX los grandes diarios mexicanos, Novedades, Excélsior, El
Universal, entre otros.
La
ancianidad se le vino encima a finales de ese gran siglo y las élites
literarias le dieron la espalda, por lo que erraba como un personaje de
alguna película loca de Fellini, olvidada de todos, sobreviviendo en un
tiempo que ya no le correspondía, pero que ahora algunos estudiosos
rescatan con entusiasmo, como Michael Schuessler, estadounidense amante de México que publicó sobre ella el libro Guadalupe amor: La undécima musa.
Lo
mismo ocurrió con Leonardo Quijano, de quien se dice fue brillante
promesa de la política, el arte y la literatura, pero fue devorado por
los fantasmas de la demencia y la excentricidad. Uno lo veía siempre
deambular por las calles y viejos cafés cargando su cartapacio de
dibujos o vendiendo su periódico El Diablo, que traía publicidades de
negocios o bares citadinos y publicaba textos suyos escritos en un
idioma críptico e incomprensible cargado de extrañas musicalidades.
Su
periódico lo editaba en una imprenta del centro y cuando salía un nuevo
número sus admiradores, entre ellos estudiantes de bachillerato y
universidad, sindicalistas, abogados, políticos, lo compraban con gusto y
trataban de hablar con el inasible personaje que seguía su rumbo hacia
la guarida secreta donde vivía. A veces era presa de agitaciones
delirantes y en la Plaza de Bolívar, junto a la gobernación, pronunciaba
largos discursos en el galimatías incomprensible con que pensaba y
escribía.
Quijano tuvo
sus protectores y amigos como el nadaísta Mario Escobar Ortiz y el
filósofo Hernando Salazar Patiño y muchos más. El hacía parte del centro
histórico y como Guadalupe Amor en México, vivía allí en perfecta
conjunción con ese mundo ido donde eso era posible y tolerado. Al final
dicen que el poeta Wadys Echeverry lo rescató del manicomio de San
Cancio y lo entregó a unos familiares que se lo llevaron a otro lugar,
donde se esfumó para siempre.
Su
figura me impactó en la adolescencia y siempre escuché sus discursos
pantagruélicos y de tanto verlo y cruzarlo y comprarle su diario,
terminó aceptándome desde su silencio como a otros de sus jóvenes
admiradores. Por eso en mi primera novela Tierra de leones lo hice
personaje central, imaginándome otra vida paralela en una ciudad tan
extraña como la nuestra, dotada de un magnífico centro histórico
propicio para la ficción. También le dediqué un largo relato bajo el
título Una ciudad para Quijano, donde imaginaba otro destino para él y
que fue publicado en la revista La Palabra y el hombre de la Universidad
Veracruzana en 1981.
Los
locos citadinos siempre fueron personajes preferidos por los novelistas y
sin duda el más grande de todos es el ingenioso hidalgo don Quijote de
la Mancha, que era también un Quijano como el nuestro. Desde el margen
de sus locuras, Alonso y Leonardo Quijano y la mexicana Guadalupe Amor,
con sus airadas imprecaciones callejeras y sus silencios cargados de
miradas, nos interpelan y nos forman cuando despuntamos a la vida y por
eso sus leyendas respectivas perviven en el desván personal de los
prodigios.
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sábado, 13 de abril de 2024
UN MUNDO DE ÉXODOS
Por Eduardo García Aguilar
Uno
de los fenómenos que más se han acelerado en este primer cuarto del
siglo XXI es el desatado flujo migratorio que afecta todos los rincones
del planeta, cuando aumenta exponencialmente la población mundial y se
incrementan los conflictos de toda índole que los gobiernos parecen
incapaces de controlar.
Millones
de personas del sur global huyen de sus terruños empobrecidos y sumidos
en la violencia y arriesgan sus vidas para llegar a las naciones ricas
del norte donde se supone encontrarán trabajo, seguridad social y una
mejor vida, tal y como se promociona en los medios, la música popular y
las redes sociales.
Los
asiáticos huyen de los conflictos étnicos que afectan sus países como
en Birmania o Bangladés, del sureste asiático huyen de Afganistán o
Pakistán, como en otro tiempo huyeron de Camboya, Vietnam y Laos y así
sucesivamente todas las regiones se ven afectadas por un efecto dominó
que incluye genocidios, guerras religiosas, yihadismo y hambrunas
africanas, o la pobreza y la violencia narcotraficante que gangrena
norte, centro, sur y Caribe latinoamericanos.
La
primera causa de ese éxodo generalizado son las guerras cíclicas que
obligan a la mayoría de la población a huir de los bombardeos y la
muerte segura, como en Irak, Afganistán, Líbano o Siria, países
devastados y arrasados por guerras atroces, a lo que se agrega ahora el
éxodo de ucraniano, que se instaló en masa en Europa.
Hace
apenas unos años se apiñaban en las fronteras del este millones de
migrantes que huían de Asia y Oriente Medio hacia Europa y morían en
arriesgadas travesías por mar, o quedaban atrapados en campamentos en
países intermedios, hacinados, enfermos y rodeados por extremas medidas
de seguridad destinadas a disuadirlos de seguir el viaje.
En
la última década el flujo dramático proviene de África y se cuentan ya
por decenas de miles los migrantes muertos al naufragar sus precarias
embarcaciones en el Mediterráneo, frustrando su intento de tocar playas
griegas, españolas o italianas. Los que sobreviven y se cuelan por las
porosas fronteras siguen el camino hacia el norte, desde donde intentan
cruzar el canal de la Mancha hacia el Reino Unido o las costas belgas,
de los Países Bajos o Dinamarca, donde se quedan o tratan de llegar a El
Dorado de Suecia o Noruega.
Fui
testigo de ese lento proceso cuando en la década pasada en la estación
de trenes de la rica ciudad alemana de Múnich, ya de por sí atestada de
migrantes turcos y griegos, veía el flujo permanente de asiáticos y
mediorientales que llegaban desorientados por miles y eran recibidos por
asociaciones caritativas. Se veían muchas madres solas con hijos
menores que habían logrado superar los filtros fronterizos y eran solo
la ínfima parte del éxodo que ya se apeñuscaba en Turquía, Grecia,
Austria, los países balcánicos o del este europeo, como Hungría,
Rumania, Bulgaria, Polonia y República Checa.
El
fenómeno llegó a tales niveles, que la canciller alemana Angela Merkel
ordenó recibir a casi dos millones de inmigrantes, por lo que en
ciudades, suburbios y pueblos se veía como proliferaban las
instalaciones plásticas tecnificadas donde se alojaban esas personas.
Fue
una decisión estratégica, pues la natalidad alemana se había desplomado
a tales niveles que se ponía en riesgo el futuro del país. Muchos de
esos migrantes jóvenes del sur son de clase media que vienen educados y
formados en diversos oficios e incluso ostentan títulos universitarios.
Todos esos jóvenes obtuvieron empleo rápido en hospitales, fábricas,
obras públicas o restaurantes y comercios, impulsando de paso la
economía.
La mayoría de
esas personas vienen sedientas de vivir en paz y ponerse a trabajar de
inmediato, lo que el gobierno entendió y es un hecho palpable, pues la
industria, el agro y todas las actividades fueron irrigadas por esa
nueva fuerza laboral. Casi todos los países europeos desde Noruega,
Suecia y Dinamarca hasta los del este y el centro han experimentado
radicales cambios sociológicos visibles en el creciente mestizaje
palpable en escuelas, parques y calles.
En
París es tangible la filtración permanente de migrantes de todas la
nacionalidades que llenan plazas, bulevares y suburbios capitalinos
hasta que son trasladados en operativos especiales y distribuidos en
ciudades y pueblos del interior, en medio de las protestas de la
población, que adhiere a los partidos xenófobos de extrema derecha, lo
que es la tendencia generalizada en el continente y se verá reflejada en
las próximas elecciones europeas de junio.
Como toda la población mundial está
ahora conectada a través de los teléfonos celulares, las pantallas se
han convertido en un imán que llena de sueños a la juventud
dopada por las imágenes irreales del primer mundo agenciadas por la publicidad de las marcas de lujo y la música popular
del rap y el reggeaton, influida por el arribismo y la codicia de la
ideología narcotraficante y mafiosa.
En
el siglo XX este fenómeno fue visible en países como Estados Unidos,
Brasil y Argentina, que recibieron oleadas de inmigrantes europeos que
huían de la miseria o las guerras y venían de Oriente Medio, China, los
balcanes, Italia, Francia o España. Pero en ese entonces no había
televisión ni internet ni redes sociales y las noticias circulaban a
través de los tangos, las cartas o los cinematógrafos.
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Publicado en La patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de abril de 2024.
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