domingo, 28 de abril de 2024

VARGAS VILA: EL OFICIO DE RABIAR


Por Eduardo García Aguilar

Jose María de la Concepción Apolinar Vargas Bonilla (1860-1933) salió rabiando de su tumba barcelonesa y viajó a la tierra que lo vio nacer para descansar eternamente. Ministro plenipotenciario de dos países distintos al suyo, este enjuto y diminuto personaje de antiparras quevedianas, triste mirada de hipotético célibe, labios estrechos, grandes orejas y escaso cabello, considerado por Anatole France como el Victor Hugo de las Américas, fue incorruptible y terco liberal de prolífica pluma envenenada, iconoclasta y provocador profesional impugnador de la débil y mediocre burguesía colombiana, enemigo declarado del imperialismo yanqui (“estoy solo, casi  solo en mi campaña contra el imperialismo yanqui”) y del teatro, pues decía que Bernard Shaw era un “ejemplo de insanidad”: “Desprecio tanto al teatro que confundo en él al autor y a los auditores”.
El presidente Eloy Alfaro lo nombró representante diplomático de Ecuador en Roma, y Nicaragua, para protegerlo de los gringos, cónsul general en Madrid. De Colombia dijo que “nada tiene que darme y yo nada tengo que pedirle”. En una una de sus últimas entrevistas  expresó que “hace como diez años no leo un periódico del terruño. Es que no me queda tiempo sino para leer cosas grandes”. Admirado por liberales radicales y anticlericales, leído en muchos países de América Latina y en España, el panfletario logró instituir uno de los fenómenos editoriales más impresionantes de la época. Sus obras completas editadas por Sopena le posibilitaron vivir holgadamente de sus derechos de autor y al morir dejó una fortuna de setenta millones de pesetas.
Fue leído y lo es áun en capas populares, admiradas por una prosa que parecía contactarlas con profundos problemas filosóficos, enrevesados tejemanejes eróticos, además del misterio de un malditismo prohibido. Hasta hace unas décadas se decía en las escuelas a los niños que quien lo leyera vería su lengua convertida en sapo. Si bien es meritoria su actitud rebelde contra dictadores e injusticias y necesario reconocer su imagen de iconoclasta en medio de una cultura de agachadores de cerviz, Vargas Vila llevó a ultranza el tradicionalismo retórico, grandilocuente, retorcido y cornetudo que caracteriza a muchos prosistas colombianos (bastaría leer, con todo el perdón de sus admiradores, a Jorge Zalamea, por ejemplo), aplicándolo afortunadamete a fines más desinteresados que sus contemporáneos. 
Construyó así un castillo de palabras seudofilosóficas, manidos conceptos dulzones y rimbombantes; mañosos, caprichosos, rabiosos y ligeros fraseos como “son los epiciclos del Silencio y no los de la Soledad del pensador, los que causan la aflicción de los espíritus, habituados al reflejo misericordioso de esa constelación de su Palabra, iluminado hasta las esferas más ciegas de la más remota contemplación” (Elogio de los pensadores), logrando así deslumbrar a amplias capas de la sociedad, deseosa de leer en su “salsa” conceptos más elaborados por otros pensadores.
Sus ataques contra Dios, las mujeres, su idea de la muerte, la vida, lo eterno, la infinitud o la noche rayan a veces con la ingenuidad y el sentido común (Ars verba). Si en lo que respecta a la literatura sólo tuvo, según Borges, un contacto en una frase afortunada sobre un fatigador de infamias, que el patíbulo no quiso admitir, sobreviría tal vez su obra panfletaria: Los Césares de la decadencia (París, 1907), sobre déspotas colombianos y venezolanos de diversa calaña o Ante los bárbaros (París, 1902), visionario texto sobre el futuro y sanguinario poder americano. “Es necesario abrir los ojos del mundo, sobre esta gran noche profunda, que es la tiranía de América” -decía-.
Al final de sus días el fogoso anciano se encerró en una odiosa melgalomanía y pensaba que cada una de sus frases y opiniones podían y debían conmover al mundo. Se cubrió con los laureles del incorruptible y es sabido de todos que los incorruptibles son hacedores de guillotinas y patíbulos. Vargas Vila, trastornado por la gloria, deseaba incienso, se solazaba en su soledad, en ese desprecio de los otros humanos, porque él se consideraba el profeta, el sabio, el verdadero, el único, el carente de pecado, el perfecto, inasible demiurgo.
 Con Vargas Vila los huevos fríos de la razón terca encontraron su nido y sólo la insensibilidad (“todo amor y toda ambición han muerto en mi corazón”) podía ser la partera de esa neurótica y abstracta defensa de la libertad con mayúsculas. Un hombre que decía que “de todos los animales, el más peligroso para ser dejado en libertad es la mujer. La mujer podrá llegar a ser libertina, no llegará nunca a ser libre. La mujer no debe tener derecho sino a un voto: el del macho con el cual va a propagar la especie”, no puede arrogarse el derecho de la incorruptibilidad.
Leyendo a ese solitario engreído renacen las lengüetas suicidas de la nueva inquisición. Un extraño halo de “intolerancia progresista” exhudan sus textos: soberbia injusta, sus declaraciones. En el cementerio literario colombiano reposan desde un 23 de mayo (fecha de su fallecimiento), los huesos de un profesional de la rabia, las cenizas de un constructor frustrado de guillotinas.
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Excélsior, Ciudad de México, 1981

LA REVOLUCIÓN DE LOS CLAVELES: MEDIO SIGLO

Por Eduardo García Aguilar

Hace medio siglo, el 25 de abril de 1974, la Revolución de los claveles en Portugal causó una fenomenal efervescencia en el continente europeo, pues fue una rebelión pacífica animada por militares que llevaban flores en sus fusiles, muchos de los cuales saltaron rápidamente a la fama por derribar la hegemónica y larguísima dictadura del Estado Novo, vigente durante más de medio siglo, y cuya principal figura fue Antonio de Oliveira Salazar.

Portugal, el país de la saudade, es muy especial pues fue clave desde muy temprano en la aventura viajera en los mares lejanos del sur, como lo atestigua la aventura de Magallanes (1480-1521), cuya expedición de tres años entre 1519 y 1522 logró por primera vez dar la vuelta al mundo al atravesar la punta sur de América por el estrecho que lleva su nombre. También la aventura mundial portuguesa en su camino a convertirse en potencia se puede leer en la extraordinaria recopilación de memorias, que bajo el título de Historias trágico-marítimas cuenta múltiples naufragios ocurridos a viajeros portugueses en la ruta hacia Oriente, pasando por el Cabo de Buena esperanza. Otra gran figura y emblema nacional es la de Vasco de Gama, primero en realizar el viaje por ruta marítima hasta la India, entre 1497 y 1499, inaugurando el imperio portugués que monopolizó el comercio de las especias durante siglos, antes de que otras potencias le disputaran la supremacía.

La saudade es precisamente esa nostalgia o tristeza nacional anclada en las glorias pasadas de un imperio que poco a poco fue perdiendo aquella importancia global, hasta reducirse a una franja de la península ibérica que mira hacia el Atlántico y hacia ese otro territorio de ultramar también perdido y grande, el genial y exuberante Brasil amazónico. Visitar en Lisboa los viejos palacios, el antiguo puerto, las magníficas edificaciones oficiales y eclesiásticas de aquel tiempo nos impregna de esa gloria pasada, especialmente en el convento de Los Jerónimos, donde se encuentran las tumbas de Vasco da Gama y del gran poeta portugués de la saudade, Fernando Pessoa, cuya obra vasta y variada resume todas esas sensaciones a través de sus heterónimos, como en el poema Oda Marítima. 

Otra grande gloria portuguesa es Luis de Camoens, el poeta nacional autor de Los Lusíadas, quien viajó como los grandes marinos hacia el oriente, vivió pobre en la lejanía de la colonia portuguesa de Goa, participó en batallas, quedó pobre y perdido en Mozambique y regresó al fin a su tierra para terminar sus días, olvidado, precario y tuerto sin saber que en el futuro su imagen estaría en billetes, estatuas, plazas y colegios.

El dictador Antonio Oliveira de Salazar (1889-1970) había muerto cuatro años antes, tras ser desde 1926 la figura prominente de la dictadura, en la que se desempeñó como ministro de Finanzas, canciller, presidente y Primer ministro. Economista de profesión, el personaje adusto y enigmático logró encabezar la más longeva dictadura europea de entonces, superior en tiempo a la del mismo dictador y caudillo español Francisco Franco.

Pues bien, ese 25 de abril la rebelión pacífica de los capitanes derribó el régimen en unas cuantas horas, y llevó al poder a Antonio de Spínola y figuras como Otelo Saraiva de Carvalho o Melo Antunes que fueron celebrados por la juventud europea,latinoamericana y africana. Desde las capitales europeas los estudiantes tomaban buses o trenes para ir a participar en las maniffestaciones y fiestas de júbilo en Lisboa, Oporto y otras ciudades.

Como pólvora las fotos de los soldados con claveles en los fusiles cruzaron el Atlántico y fueron celebradas por estudiantes en ciudades de Estados Unidos y América Latina. Y al interior de Portugal por un momento la saudade dio lugar al júbilo. Desde el exilio regresaron líderes opositores como el socialista Mario Soares, quien poco después sería el presidente de la nueva democracia portuguesa. Y poco a poco los centenares de miles de portugueses que emigraron para evitar la pobreza en su país, autárquico durante la dictadura, empezaron a su vez a retornar, aunque muchos se quedaron para siempre en los países de Europa y América a donde se fueron, sin perder lazos con su tierra amada.

Todos ellos saben de esa grandeza perdida y por eso la nostalgia invade las calles de Lisboa, donde los viejos tranvías destartalados suben y bajan las empinadas callejuelas frente al mar, en medio de los aromas del café y los platos de la culinaria marina local. Medio siglo después de la Revolución de los claveles, Portugal mira hacia el Atlántico cargado de poesía e historia.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 28 de abril de 2024.
  
   


sábado, 20 de abril de 2024

INOLVIDABLES LOCOS CITADINOS


Por Eduardo García Aguilar

Cuando uno despunta a la literatura y el arte, empieza a descubrir el mundo con ojos recurrentes que todo lo devoran. Al cumplir la primera década de la existencia y emprender desde entonces el camino ineluctable hacia el fin, las calles de la ciudad natal se convierten en el privilegiado escenario de un teatro iniciático. Lo mejor de la pequeña urbe son las intrincadas calles que suben y bajan y parecen tan empinadas y absurdas que desafían la gravedad, vías por donde se deprende el agua de los aguaceros o algún vehículo que ha perdido los frenos y baja loco a toda velocidad hacia los abismos.

Hay desde el inicio algunos recuerdos que uno cataloga en el fondo de la memoria. Una gran escarabajo en una pared blanca, una botella con bellas cerezas rojas en conserva traídas por el tío Migdonio, el padre afeitándose frente al espejo mientras lo carga a uno con la otra mano, las sirenas que resuenan y anuncian la caída de un gobierno, un inmenso globo aerostático que tratan de inflar en la antigua estación de ferrocarril y por supuesto los discursos airados de Leonardo Quijano, el chaplinesco loco de las calles manizalitas que dirigía un periódico llamado El Diablo.

Todas las ciudades y pueblos tienen sus locos inolvidables y originales y cuando hablo con amigos nacidos en otras urbes, suelen ellos contarme de esas figuras que vieron en sus barrios y se quedaron para siempre en la memoria. Mi amiga Luisa Futoransky me habla de uno que veía en Buenos Aires y siempre está presente en lo que escribe. En México, durante varios lustros me cruzaba en el centro con dos figuras increíbles. Primero la gran poeta Guadalupe Amor, tía de Elena Poniatowska, que ya anciana deambulaba por las calles vestida como una niña gigante, maquillada y cubierta de prendas estrafalarias de muñeca. Ella llevaba siempre un bastón o un paraguas con los que golpeaba a los adultos impertinentes que trataran de abordarla, pero por el contrario siempre se detenía cuando veía niñas o niños y empezaba con ellos diálogos imposibles. El otro personaje era el liliputiense Margarito, el hombre más pequeño del mundo, que recorría las calles cantando y tocando con su mínima guitarra.

Guadalaupe Amor (1918-2000) fue una estrella y diva de la poesía mexicana en los años 40 y 50 y su obra publicada en las mejores editoriales españolas de su tiempo, pero de ser aquella bella mujer admirada y adulada pasó el tiempo y los años 70 y 80 la sumieron en el olvido, cuando otras literaturas despuntaron y arrasaron con el pasado. Vivía por Bucareli en el Vizcaya, un viejo edificio decimonónico frente al ministerio de Gobierno, cerca de las calles y avenidas donde estaban situados en el siglo XX los grandes diarios mexicanos, Novedades, Excélsior, El Universal, entre otros. 

La ancianidad se le vino encima a finales de ese gran siglo y las élites literarias le dieron la espalda, por lo que erraba como un personaje de alguna película loca de Fellini, olvidada de todos, sobreviviendo en un tiempo que ya no le correspondía, pero que ahora algunos estudiosos rescatan con entusiasmo, como Michael Schuessler, estadounidense amante de México que publicó sobre ella el libro Guadalupe amor: La undécima musa.

Lo mismo ocurrió con Leonardo Quijano, de quien se dice fue brillante promesa de la política, el arte y la literatura, pero fue devorado por los fantasmas de la demencia y la excentricidad. Uno lo veía siempre deambular por las calles y viejos cafés cargando su cartapacio de dibujos o vendiendo su periódico El Diablo, que traía publicidades de negocios o bares citadinos y publicaba textos suyos escritos en un idioma críptico e incomprensible cargado de extrañas musicalidades. 

Su periódico lo editaba en una imprenta del centro y cuando salía un nuevo número sus admiradores, entre ellos estudiantes de bachillerato y universidad, sindicalistas, abogados, políticos, lo compraban con gusto y trataban de hablar con el inasible personaje que seguía su rumbo hacia la guarida secreta donde vivía. A veces era presa de agitaciones delirantes y en la Plaza de Bolívar, junto a la gobernación, pronunciaba largos discursos en el galimatías incomprensible con que pensaba y escribía.

Quijano tuvo sus protectores y amigos como el nadaísta Mario Escobar Ortiz y el filósofo Hernando Salazar Patiño y muchos más. El hacía parte del centro histórico y como Guadalupe Amor en México, vivía allí en perfecta conjunción con ese mundo ido donde eso era posible y tolerado. Al final dicen que el poeta Wadys Echeverry lo rescató del manicomio de San Cancio y lo entregó a unos familiares que se lo llevaron a otro lugar, donde se esfumó para siempre.

Su figura me impactó en la adolescencia y siempre escuché sus discursos pantagruélicos y de tanto verlo y cruzarlo y comprarle su diario, terminó aceptándome desde su silencio como a otros de sus jóvenes admiradores. Por eso en mi primera novela Tierra de leones lo hice personaje central, imaginándome otra vida paralela en una ciudad tan extraña como la nuestra, dotada de un magnífico centro histórico propicio para la ficción. También le dediqué un largo relato bajo el título Una ciudad para Quijano, donde imaginaba otro destino para él y que fue publicado en la revista La Palabra y el hombre de la Universidad Veracruzana en 1981.

Los locos citadinos siempre fueron personajes preferidos por los novelistas y sin duda el más grande de todos es el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que era también un Quijano como el nuestro. Desde el margen de sus locuras, Alonso y Leonardo Quijano y la mexicana Guadalupe Amor, con sus airadas imprecaciones callejeras y sus silencios cargados de miradas, nos interpelan y nos forman cuando despuntamos a la vida y por eso sus leyendas respectivas perviven en el desván personal de los prodigios.    





sábado, 13 de abril de 2024

UN MUNDO DE ÉXODOS

Por Eduardo García Aguilar

Uno de los fenómenos que más se han acelerado en este primer cuarto del siglo XXI es el desatado flujo migratorio que afecta todos los rincones del planeta, cuando aumenta exponencialmente la población mundial y se incrementan los conflictos de toda índole que los gobiernos parecen incapaces de controlar.

Millones de personas del sur global huyen de sus terruños empobrecidos y sumidos en la violencia y arriesgan sus vidas para llegar a las naciones ricas del norte donde se supone encontrarán trabajo, seguridad social y una mejor vida, tal y como se promociona en los medios, la música popular y las redes sociales.

Los asiáticos huyen de los conflictos étnicos que afectan sus países como en Birmania o Bangladés, del sureste asiático huyen de Afganistán o Pakistán, como en otro tiempo huyeron de Camboya, Vietnam y Laos y así sucesivamente todas las regiones se ven afectadas por un efecto dominó que incluye genocidios, guerras religiosas, yihadismo y hambrunas africanas, o la pobreza y la violencia narcotraficante que gangrena norte, centro, sur y Caribe latinoamericanos.

La primera causa de ese éxodo generalizado son las guerras cíclicas que obligan a la mayoría de la población a huir de los bombardeos y la muerte segura, como en Irak, Afganistán, Líbano o Siria, países devastados y arrasados por guerras atroces, a lo que se agrega ahora el éxodo de ucraniano, que se instaló en masa en Europa.

Hace apenas unos años se apiñaban en las fronteras del este millones de migrantes que huían de Asia y Oriente Medio hacia Europa y morían en arriesgadas travesías por mar, o quedaban atrapados en campamentos en países intermedios, hacinados, enfermos y rodeados por extremas medidas de seguridad destinadas a disuadirlos de seguir el viaje.

En la última década el flujo dramático proviene de África y se cuentan ya por decenas de miles los migrantes muertos al naufragar sus precarias embarcaciones en el Mediterráneo, frustrando su intento de tocar playas griegas, españolas o italianas. Los que sobreviven y se cuelan por las porosas fronteras siguen el camino hacia el norte, desde donde intentan cruzar el canal de la Mancha hacia el Reino Unido o las costas belgas, de los Países Bajos o Dinamarca, donde se quedan o tratan de llegar a El Dorado de Suecia o Noruega.

Fui testigo de ese lento proceso cuando en la década pasada en la estación de trenes de la rica ciudad alemana de Múnich, ya de por sí atestada de migrantes turcos y griegos,  veía el flujo permanente de asiáticos y mediorientales que llegaban desorientados por miles y eran recibidos por asociaciones caritativas. Se veían muchas madres solas con hijos menores que habían logrado superar los filtros fronterizos y eran solo la ínfima parte del éxodo que ya se apeñuscaba en Turquía, Grecia, Austria, los países balcánicos o del este europeo, como Hungría, Rumania, Bulgaria, Polonia y República Checa.

El fenómeno llegó a tales niveles, que la canciller alemana Angela Merkel ordenó recibir a casi dos millones de inmigrantes, por lo que en ciudades, suburbios y pueblos se veía como proliferaban las instalaciones plásticas tecnificadas donde se alojaban esas personas.

Fue una decisión estratégica, pues la natalidad alemana se había desplomado a tales niveles que se ponía en riesgo el futuro del país. Muchos de esos migrantes jóvenes del sur son de clase media que vienen educados y formados en diversos oficios e incluso ostentan títulos universitarios. Todos esos jóvenes obtuvieron empleo rápido en hospitales, fábricas, obras públicas o restaurantes y comercios, impulsando de paso la economía.

La mayoría de esas personas vienen sedientas de vivir en paz y ponerse a trabajar de inmediato, lo que el gobierno entendió y es un hecho palpable, pues la industria, el agro y todas las actividades fueron irrigadas por esa nueva fuerza laboral. Casi todos los países europeos desde Noruega, Suecia y Dinamarca hasta los del este y el centro han experimentado radicales cambios sociológicos visibles en el creciente mestizaje palpable en escuelas, parques y calles.

En París es tangible la filtración permanente de migrantes de todas la nacionalidades que llenan plazas, bulevares y suburbios capitalinos hasta que son trasladados en operativos especiales y distribuidos en ciudades y pueblos del interior, en medio de las protestas de la población, que adhiere a los partidos xenófobos de extrema derecha, lo que es la tendencia generalizada en el continente y se verá reflejada en las próximas elecciones europeas de junio.

Como toda la población mundial está ahora conectada a través de los teléfonos celulares, las pantallas se han convertido en un imán que llena de sueños a la juventud dopada por las imágenes irreales del primer mundo agenciadas por la publicidad de las marcas de lujo y la música popular del rap y el reggeaton, influida por el arribismo y la codicia de la ideología narcotraficante y mafiosa.  

En el siglo XX este fenómeno fue visible en países como Estados Unidos, Brasil y Argentina, que recibieron oleadas de inmigrantes europeos que huían de la miseria o las guerras y venían de Oriente Medio, China, los balcanes, Italia, Francia o España. Pero en ese entonces no había televisión ni internet ni redes sociales y las noticias circulaban a través de los tangos, las cartas o los cinematógrafos. 
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Publicado en La patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de abril de 2024.