Por Eduardo García Aguilar
Siempre sueño con la calle de Belleville cuando me
alejo de esta ciudad donde he vivido el mayor tiempo de mi vida. Es un
sueño recurrente en el que regreso y encuentro el viejo apartamento
donde viví cuando estudiante y en las aceras donde venden objetos usados hallo las cosas que alguna vez fueron mías, como una vieja cafetera
italiana florida, cuadros, libros, cartas, cuadernos, fotografías y las
prendas que usaba en aquellos tiempos felices.
Tal vez porque es una calle empinada que sube y
baja como las de mi ciudad natal Manizales, siempre me ha gustado
deambular por allí para fortalecer mis pantorrillas y de paso celebrar
la alegría que se se siente en cada una de sus esquinas y rincones,
donde desembocan otras calles y callejuelas tan exóticas y populares
como la arteria principal que da nombre al barrio de Belleville. En el
número 72 de esta calle nació en la miseria el 19 de diciembre de 1915
la grandiosa Edith Piaf.
Tres cuadras más arriba, cuando íbamos rumbo al
Bistrot literario Les Cascades, le dije una vez a mi coterránea Beatriz
Gómez que la iglesia junto al metro Jourdain me evocaba la de los Los
Agustinos de mi ciudad natal, y que bajando y subiendo por callejones y
escalinatas, entre árboles iluminados, queserías, panaderías,
vinaterías, librerías, carnicerías, creperías y bares llenos de vida,
vuelvo a sentirme como el niño que alguna vez fui y suelo ser.
Belleville es la parte más alta de la ciudad y
arriba, en la cumbre de la Place de Fêtes, Telegraph, o la Porte de
Lilas, suele cruzar un viento frío que a veces se desprende por las
callejuelas como el soplo de un dragón desconocido. La cumbre rivaliza
con las de Montmartre, Santa Genoveva y la Place D'Italie, colinas más
bajas que se dominan desde estas alturas que en otros siglos albergaron a
un pueblecito de la periferia de París.
En una de las novelas de Balzac, el joven héroe
provinciano Rastignac observa desde el famoso cementerio Père Lachaise
la ciudad cruzada por el Sena y la reta gritándole desde las alturas "a
nosotros dos ahora" deseando vencerla y conquistarla a toda costa, como
ocurrió en la ficción. El cementerio es uno de los
más famosos del mundo y en él reposan Jim Morrison y Balzac, Chopin y
Oscar Wilde, Rufino J. Cuervo y Miguel Angel Asturias, Proust y Colette,
entre otras mil celebridades que suelen visitar los turistas. Allí en
sus intrincadas calzadas el filósofo Hernando Salazar Patiño, quien vino
en 2019 antes de la pandemia, perdió una bufanda de seda florentina que
tal vez recuperó esa misma noche el fantasma de Oscar Wilde.
La de Belleville es una calle llena de vida. El
miércoles, cuando al fin nos desconfinaron, lo primero que hice fue
recorrerla como en los sueños, aunque todos los bares y restaurantes
están cerrados hasta nueva orden. Las tristes cortinas metálicas
pintadas de grafittis es lo que resta de El Zorba, visitado en los
buenos tiempos por noctámbulos excéntricos hasta altas horas de la
madrugada. Inspirado en el personaje de la novela de Nikos Kazantzakis,
El Zorba acoge acoge artistas, poetas, músicos y pensadores perdidos que
alzan la copa a la hora de cerrar mientras suena la campana del fin y
se agota la última melodía de The Doors, Riders on the stone, con la voz
de Jim Morrison, quien duerme para siempre no lejos de ahí.
Están cerrados también a medida que subo por la
calle el Folies, el Cabaret Populaire, el Relais de Belleville, el
Bariolé, Le Metro y tantos otros bares donde hasta 2019 departían hasta
el delirio centenares de jóvenes ataviados de todas las formas posibles,
según la estación del momento, entre los que se cuelan mujeres y
hombres mayores, canosos muchos de ellos, que se resisten a dejar atrás
la adolescencia y cuentan con la copa en alto que han vivido en
Belleville la mayor parte de sus vidas.
En
la esquina del Cabaret Populaire, asociaciones de benévolos del barrio
instalaron un intrincado laberinto de casetas ecológicas de madera
adornadas de flores, donde puede llegar cualquiera a tomar gratis una
sopa caliente o comer alguna delicia preparada por manos amorosas. Tanta
gente se ha quedado sin empleo y sufre de soledad en estos días
terribles, que proliferan sitios como estos donde hay buena música de
rock y comida gratis. Me emociono. Así ha sido siempre la calle de
Belleville: popular, humana, cosmopolita y solidaria.
Todos sabemos que aquí al lado
vino al mundo la inovidable Edith Piaf, quien de niña cantaba en estas
calles junto a un padre alcohólico y viudo que tocaba el acordeón. La
grandiosa Piaf protegía a los amantes de Belleville antes de la
pandemia y está lista a protegerlos con sus bondades cuando termine la
pesadilla y la vida retome la normalidad. Llego a la puerta y me inclino
ante la placa que dice: "En las escaleras de esta casa nació el 19 de
diciembre de 1915 en la mayor pobreza Edith Piaf, cuya voz, más tarde,
conmovería al mundo entero".
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 20 de diciembre de 2020.