Por Eduardo García Aguilar
A Lourdes y Jay
El sol se aventura ya en las nórdicas tierras de Minneapolis y Saint Paul, ciuidades gemelas y vecinas que presiden el estado norteamericano de Minnessota, donde se origina el río Mississippi, arteria vital de Estados Unidos junto a la que ha transcurrido la vida a través de milenios desde los aborígenes que llegaron por el estrecho de Behring hasta los modernos de hoy que estudian, beben, juegan béisbol, votan por Obama y asisten a conciertos de Britney Spears y de todas las estrellas del rock, rap o pop provenientes desde todos los rincones del mundo.
Hasta hace
unos días apenas caía la nieve y todavía se puede ver en algunos lugares
sombreados de Minneapolis, junto a molinos de trigo o depósitos de materiales,
los restos del hielo que los cubrió durante una buena parte del año. Hace mucho
frío en invierno, pero la vida transcurre con intensidad y las actividades
siguen su curso en universidades, colegios, cafés y pubs irlandeses que como
The Dublinners que se encuentran a lo largo de las avenidas o junto al naciente
río que ha sido personaje de miles de relatos, canciones, dramas y leyendas.
En estas
tierras nacieron el novelista Francis Scott Fitzgerald, el cantante Bob Dylan,
el poeta John Ashbery, e hizo política el demócrata Hubert Humphrey, entre
otras figuras populares de Estados Unidos. A su Universidad de Minessota
asisten más de 60.000 estudiantes e investigadores que han hecho famoso el
lugar por el alto nivel de las ciencias, en especial la medicina y la amplia
actividad académica en todas las áreas. Todo eso dentro de un espíritu laico
que atestigua la presencia de muchos estudiantes musulmanes con sus chadores y
bonetes al lado de católicos, judíos y protestantes que viven en paz y acuden
de manera conjunta a las aulas del Minneapolis City College.
Minessota
es un estado pleno de agua y naturaleza y delimita al norte con los grandes
lagos que son un amplio mar interior en la frontera con Canadá, convirtiendo a
los paisajes y los amplios espacios en lugares húmedos y vitales, a veces
despoblados, donde pululan búfalos, aves, zorros, lobos, osos y todo tipo de
animales silvestres amantes de estas tierras tan distintas a las tropicales,
que llevan con frecuencia nombres franceses puestos por los colonizadores
discípulos de Jacques Cartier, que se aventuraron a la conquista de las zonas
heladas del norte y fundaron Quebec y Montreal. Más al norte del estado están
los resguardos indígenas, donde al parecer los habitantes, cuando no tienen
permisos de operar casinos, viven entre la pobreza y la marginalidad, lo que
muestra la deuda que todavía tiene este país con sus comunidades indígenas.
Desde la la
llamada Torre del sombrero de la bruja, construcción puntiaguda que sirvió de
depósito de agua desde 1913, se puede observar el horizonte poblado por
edificios modernos construidos por los más famosos arquitectos del mundo, que
con su aire futurista impecable contrasta con los tranquilos barrios de casitas
de madera donde viven los habitantes de esta tierra pacífica de las
profundidades del medio oeste del país. Entre los rascacielos del centro de la
ciudad sobresalen de vez en cuando otras construcciones enormes realizadas con
bloques de piedra de color ocre en el siglo XIX, como un extraño edificio
construido en honor de las cofradías masónicas que pulularon aquí en otros
tiempos y dieron probablemente al estado la profunda tradición demócrata y
laica que lo caracteriza.
Son miles
los inmigrantes y estudiantes llegados en las últimas décadas de África y Asia:
bellas chicas de Somalia y Nepal que acuden a las aulas del City College junto
a los hispanos y los afroamericanos que hoy se sienten orgullosos de su
presidente. Las calles del centro, junto a la enorme Universidad de Minessota y
las oficinas de bancos, están pobladas por gente de todas partes que se agitan
con la llegada del sol y la explosión de la vegetación y la verdura. En medio
de las avenidas surge ahora un gigantesco estadio que será la sede del equipo
local de fútbol americano y atraerá a miles y miles de fanáticos a gozar de los
placeres del deporte y del circo romano de tradición latina. El estadio está
casi a medio terminar y es una bella obra de la nueva ciudad que muestra el
poder del fútbol entre los universitarios. Junto a esta obra impresionante
están los otros estadios de béisbol y hockey.
En el Pub
irlandés The Dublinners, hacia la tarde, acude la gente a practicar danzas
irlandesas de sus lejanos ancestros dirigidos por una maestra que da
indicaciones a personas de todas las edades, desde encorvados alumnos de ocho
décadas bien vividas hasta adolescentes y jóvenes obesas, mientras los maduros
aferrados a la barra aprovechan la cerveza en tiempos de la hora feliz. En las
paredes se ven banderas y fotos de John y Robert Kennedy, irlandeses ilustres
como pocos, mientras al otro lado se ve un afiche que celebra a glorias de la
literatura irlandesa como Bernard Shaw, Samuel Becket, Óscar Wilde, entre otros
muchos.
Estos días
ha hecho un sol radiante sobre la ciudad y parece que desde las sombras del
frío helado emergiera otra vez la vida en esta jaula de oro de la modernidad y
de la vida serena, lejos de los ajetreos de las grandes capitales costeras y
las grandes urbes industriales y de otros países en guerra permanente. Pero
sólo basta franquear las puertas para que aparezca la música de los nuevos
grupos, se exprese el teatro, que es una de las artes preferidas y vibre la
nueva vida en el Uptown muiscal y bohemio, en el barrio mexicano, junto a los
lagos rodeados de mansiones elegantes o en los amplios suburbios de la clmase
media, en estos primeros meses de la era de Obama.
He venido a
charlar de literatura con universitarios y estudiantes de Minneapolis, por lo
que he estado muy atento a lo que dicen sobre la situación del país en este
momento de cambios indudables. Y he abierto los ojos a este mundo lejano de los
Estados Unidos del Medio Oeste para tratar de comprender las probables
tensiones y resquebrajaduras que subyacen detrás de una calma aparente. La
literatura me ha traído aquí a esta ciudad y la literatura me hace observar con
ojos del viajero la riqueza vital que se da en cualquier lugar del planeta.
Minneapolis
es una ciudad sorpresiva. Y como toda ciudad sorpresiva está llena de arte,
moda, riqueza, lujo, modernidad y pasado en la confluencia de los vientos y los
ríos que vienen del hielo. Pero lo más apasionante para mí es estar en las
extensiones donde se dan los primeros pasos infantiles del río Mississippi, que
figura en las obras de Mark Twain y otros autores fundamentales del país.
Ver
sus heladas aguas serenas al dar su primeros pasos como arteria central de la
Nación americana, es atestiguar un momento geológico básico del continente
americano. Y al ver esas aguas uno piensa que en el fondo estamos muy cerca,
que Estados Unidos Unidos de América y el resto de América Latina están
llamados un día a trabajar juntos sin imposiciones y respetando la libertad de
pensar y el espíritu laico por sobre todas las cosas.
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* Escrito durante mi visita a Minneapolis, después de la presentación de The Triumphant Voyage.
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