Por Eduardo García Aguilar
Nada más admirable que los autores y artistas
excéntricos que caminan por senderos desconocidos y abren ventanas a
mundos imaginarios nunca vistos. Ellos son los más libres e irreverentes
y cumplen con autenticidad la misión que debe cumplir todo artista:
molestar, irritar, incomodar, desenmascarar lo pomposo, servil,
ceremonial y taimado. Todo artista joven en sus inicios sigue los
caminos de esos rebeldes que parecen salidos de un cuento infantil
alemán de la época romántica lleno de gnomos, brujas, enanos y fuerzas
absurdas.
Son muchos los que hacen honor a esa rareza, como es
el caso de Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas o
el genial pintor británico Turner que asombraba con sus telas aunque
personalmente no era refinado y parecía un torvo campesino malhablado y
gruñón que huía de las mundanidades y los salones de la lagartería. Y
como ellos, también cabe mencionar a Hyeronimus Bosch, El Bosco, autor
de El jardín de las delicias, y otros artistas holandeses que imaginaron
mundos inimaginables.
En el grupo de excéntricos del orbe hispánico pienso
en el loco Salvador Dalí, quien escandalizó al mundo con sus
declaraciones, imágenes y comportamientos al lado de su amada Gala, y
antes de él figuras como Ramón del Vallé Inclán, el manco autor de
Tirano Banderas o Ramón Gómez de la Serna, el autor de las Greguerías. En
América Latina pienso en el genial colombiano León de Greiff, cuya obra
poética delirante y vasta concordaba con sus actitudes de descendiente
de nórdicos extraviados en un país tan conservador como Colombia. Y no
hay que olvidar a su predecesor Julio Flórez, quien solía leer poemas en
los cementerios mientras libaba en cuencos de calaveras, según cuenta
la leyenda.
Entre los contemporáneos pienso en los creadores del
Grupo Pánico, compuesto por el chileno Alejandro Jodorowsky (1929), el
español Fernando Arrabal (1932) y el francés de origen polaco Roland
Topor (1938-1997), quienes en la segunda mitad del siglo XX crearon
desorden en teatro, cine, novela, pintura, dibujo, relato, poesía,
ejerciendo actividades múltiples en la radio y la televisión y en los
escenarios.
Del trío aun sobreviven en plena actividad Arrabal y
Jodorowsky, molestando aquí o allá con la frente en alto, y Roland
Topor, quien murió a causa de una hemorragia cerebral en abril de 1997
sigue vivo y coleando, pues sus imágenes y cuentos son inolvidables y
absurdos y con el tiempo se hacen cada vez más modernos e inquietantes.
Cada nueva pieza de teatro de Arrabal causa escándalo en España o
Francia y sus entrevistas son divertidísimas, pues desestabilizan a los
presentadores televisivos de este siglo XXI, más conservador y temeroso
que las décadas artísticas más revolucionarias del agitado siglo XX, en
los tiempos del dadaísmo, el surrealismo, el rock y el pop art.
De Jodorowsky vi su increíble película mexicana
Santa Sangre y varios amigos y amigas solían acudir a que les leyera el
Tarot en un secreto bar de París y me relataron la experiencia. A
Arrabal lo vi una vez en un homenaje que la embajada chilena le hacía al
gran director de cine Raúl Ruiz, cuya obra tiene similitudes con el
movimiento Pánico. Pero tengo la fortuna de haber conocido y hablado con
Roland Topor dos años antes de su muerte y haber bebido con él algunas
copas de vino en un cine de la calle Champollion, en el barrio latino.
El rostro de Topor era tan extraño como las figuras
que reinan en sus imágenes expresionistas más absurdas y su conversación
era impredecible, siempre dispuesta al buen sarcasmo y la ironía. Unas
amigas mías gemelas de origen armenio, Ani y Aida Kedabian, lo conocían,
y me llevaron a ese acto, pues yo quería llevarle un mensaje del
amigo mexicano Héctor Trillo que realizó su tesis universitaria sobre su obra
pictórica y gráfica. Lo recordaba muy bien y brindamos por los que le
seguían los pasos al movimiento Pánico y a Topor, designado a título
póstumo Sátrapa del Colegio de patafísica, que es la ciencia del
absurdo.
Al despedirme de él, los vinos que bebí de su
botella mágica, tal vez un excelente Burdeos, habían producido un
extraño efecto que recuerdo como si fuera ayer. Me regaló un grabado suyo, que firmó. Pero lo increíble es
que dos años después, cuando volví a Francia, las mismas amigas gemelas
me informaron del repentino fallecimiento de su amigo y me invitaron al
sepelio, que ocurrió en el cementerio de Montparnase.
Decenas de personas, amigos, admiradores y
familiares, hicimos la cola por largos minutos para depositar cada quien
en su tumba y sobre su ataúd una rosa roja. No había ambiente de
tristeza sino de exaltación y su mirada y palabra grotescas de fumador y
humorista resonaban y planeaban esa tarde de abril en el lugar donde
reposan para siempre Charles Baudelaire, Tristan Tzara, César Vallejo,
Sartre y Beauvoir, Julio Cortázar y tantos otros miembros del club.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de julio de 2022.
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