Por Eduardo García Aguilar
Siempre hay una atmósfera de eternidad en Roma, la ciudad a la que
el gran poeta francés Joachim du Bellay dedicó un largo poema de 35
partes donde celebra los misterios de su antiquísima existencia,
palpable en las ruinas que maravillaron desde hace siglos a los viajeros
que la visitaron desde los tiempos bíblicos, como ese trotamundos de
Paulo de Tarso o los principales autores del romanticismo, el alemán
Goethe, el francés Chateaubriand y el británico Lord Byron y por
supuesto el héroe latinoamericano por excelencia, Simón Bolívar, que
inspiró a su vez a varias generaciones de románticos.
Podría decirse que Roma era la Nueva York del universo conocido en
ese entonces para los contemporáneos del Imperio, quienes al llegar
desde territorios lejanos no podían creer lo que veían, como ese magno
Mausoleo de Augusto, o las construcciones de Adriano o Nerón, cuyas
ruinas aun perviven junto al río Tíber y desde donde se veía el trazado
de la urbe con su intrincado laberinto de callejuelas y edificios de
varios pisos, mercados, plazas, foros, escuelas, coliseos, estadios,
templos, comercios, baños termales, puentes, acueductos, construidos
todos con pericia por arquitectos que impusieron su estilo y talento en
todas las provincias y capitales.
Esos mismos constructores trazaron cientos de miles de kilómetros
de carreteras empedradas que llegaron a los confines más lejanos del
Imperio, así como murallas, faros y torres vigías desde donde vigilaban
la seguridad de los territorios. Los rastros de esas construcciones
perviven como ruinas en toda la extensión de aquella gran aventura
inolvidable que nos recuerda que nada nuevo hay bajo el sol.
Pero en Roma la magnitud de ese poder llegó a niveles insospechados
que el transeúnte actual de la ciudad ve en las murallas ocres
esparcidas entre la urbe moderna y en las columnatas, obeliscos y
edificaciones de ladrillo que aun siguen en pie venciendo tiempo, catástrofes, guerras, preparados para vivir futuros milenios.
Joachim du Bellay (1522-1560) dedica ese largo poemario al rey para
recordarle la grandeza de aquel pueblo y recomendarle se inspire en esa
obra para dejar huellas. El poemario de este gran bardo francés
renacentista es en cierta forma la versión escrita de los grandes
monumentos y un monumento en sí mismo. Porque la literatura, la poesía,
el ensayo, pueden convertirse en monumentos inmateriales.
He
llegado a la Plaza del Pueblo y en medio de esa atmósfera vegetal y una
caída del sol crepuscular color fucsia y naranja que dio paso más tarde a
la emergencia de la luna llena, acompañada por un brillante lucero
planetario, he girado hacia el Mausoleo de Augusto, en cuyo entorno
desde hace más de un siglo se realizan trabajos para destacarlo como uno
de los centros ceremoniales más impresionantes de la ciudad.
En
pancartas alusivas a las obras se muestran los diferentes trabajos
realizados a lo largo del siglo XX y se ve una foto donde Mussolini, con
pico y pala, contribuye a la demolición del barrio que se había
incrustado alrededor del monumento a través de los tiempos. En breve,
cuando terminen los trabajos, el Mausoleo donde están enterradas las
cenizas de muchos emperadores, quedará despejado como en sus viejos
tiempos.
A un
lado, en una vieja iglesia que hace parte del proyecto urbano en torno
al Mausoleo de Augusto, una misa solemne pronunciada por varios
sacerdotes en medio de magníficos cánticos, nos recuerda que no estamos
lejos del Vaticano y del papa Francisco, y que esta ciudad ha sido
centro de los más grandes rituales del ya antiguo cristianismo
milenario. Más adelante llego por fin de nuevo al río Tiber y cruzo el
puente hacia el barrio Trastévere, agitado este jueves por la alegría de
un puente vacacional, el avance raudo de diciembre y la celebración de
la fiesta de la Befana, encabezada por esa pequeña brujilla que trae los
regalos.
Cada vez
que vengo a Roma pienso en esos viajeros gloriosos o anónimos que han
sentido la misma atmósfera y percibido los cipreses y los pinos y la
naturaleza peculiar que son bañados por los aires del Mediterráneo,
entornos y paisajes que atrajeron en su tiempo a los primeros pobladores
y que a través de los milenios siguen haciendo de este lugar el reino de
una Dolce Vita imaginaria a veces rota por las guerras, los incendios
neronianos, los magnicidios y las sombras oscuras de la peste.
¿Cómo no
pensar en el gran cine italiano de la posguerra, en Vitorio de Sica,
Michelangelo Antonioni, Roberto Rossellini, Federico Fellini, en el gran
Pier Paolo Pasolini y las divas de siempre Monica Viti, Gina
Lollobrigida, Ana Magnani, Sofía Loren, Claudia Cardinale y Ornella
Muti? ¿Cómo no pensar en Leopardi, Garibaldi, Gabrielle D'Annunzio,
Alberto Moravia, y los poetas Cesare Pavese, Giussepe Ungaretti y Mario
Luzi? En Roma se respira arte, poesía y literatura y la sombra de Miguel
Angel o Leonardo da Vinci salen a nuestro paso, mientras flota en el
aire el aroma inconfundible del café.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 11 de diciembre de 2022.
* Foto del Mausoleo de Augusto de Eduardo García Aguilar.
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