Ella
tiene sin embargo un mérito en su atroz vejez: ama a los animales por
sobre todas cosas y es una luchadora denodada por sus derechos.
Aunque
ahora es una anciana descuidada y de extrema derecha, y su
marido actual es un líder local del neofascista Frente Nacional en la
Costa Azul francesa, frente al mar Mediterráneo, Brigitte Bardot fue el
símbolo sexual moderno del siglo XX, ante quien palidecen todas las
divas contemporáneas del cine y el modelaje. Uno puede admirar a Kate
Mosss y Claudia Shiffer, sentirse maravillado por Ornella Mutti, Sharon
Stone, Sophie Marceau, Emmanuelle Béart o la brasileña Sonia Braga o
celebrar el surgimiento de las nuevas Scarlett Johanson, Isild le Besco,
Julia Roberts, Nicole Kidman o Ludivine Seigner, pero nada destrona a
esta mujer que creó los más grandes tumultos en los años 60 y 70 del
siglo pasado.
Más
de medio siglo después de su consagración en el filme “Y dios creó a la
mujer”, la Bardot es una leyenda tal vez sólo comparable a la italiana
Sofía Loren, quien a diferencia suya ha sabido envejecer en la grandeza y
la discreción de las grandes leyendas como Greta Garbo y Marlene
Dietrich.
¿Qué
tenía esa mujer? Un cuerpo y una gestualidad únicas para romper con las
tradiciones en boga en los años 50, cuando emergió en las pantallas del
mundo. Poseía un rostro inolvidable y perverso, una sonrisa tierna y
pulposa como ninguna otra y una gracia de gestualidades que la hacía
brillar aunque fuera pésima actriz y cantante. Todos los hombres y las
lesbianas del mundo soñaron con ella, pues era sexo y deseo puros, ángel
total independiente y rebelde de cuyos labios y ojos emanaba la
fertilidad hormonal nunca soñada por el Marqués de Sade, Georges
Bataille, Alain Robe-Grillet y Charles Bukowski juntos. Tenía los labios
más carnosos de la historia, ventosas del mal y el bien y su rostro
realzado por el rímel, el maquillaje y el lápiz labial era tentación y
ejemplo para las Lolitas de su tiempo. Ninguna, ni Marylin Monroe, a
quien admiraba, o Catherine Deneuve, que pretendió emularla
infructuosamente, lograron superarla en la leyenda del ser oscuro objeto
del deseo mundial de mujeres y hombres.
Nació
en 1934 en el seno de una familia burguesa tradicional parisina y desde
muy niña dio muestras de una belleza excepcional, como lo muestra la
foto en que aparece vestida de organdí blanco en su primera comunión en
1945 y sus iniciales fotos de bailarina, donde se destacaban sus
inmejorables y deseables piernas. Su primer esposo y descubridor fue
Roger Vadim, una de esas típicas leyendas del donjuanismo francés, que
más tarde corroboró sus méritos al llevar a la cama y al altar, entre
sólo algunas de sus conquistas, a Catherine Deneuve y Jane Fonda.
En
1956, Bardot, al interpretar la danza de mambo en Y dios creó a la
mujer dio el paso hacia la fama mundial bajo la mirada de Jean-Luis
Trintignan, quien la robaría a Vadim, e iniciaría la vasta lista de sus
múltiples amantes, entre quienes figuraron el apuesto cantante Sacha
Distel, Jacques Charrier, Sami Frey, el playboy alemán Gunter Sachs, el
cantante Serge Gainsbourg y otros con nombres triviales como Patrick y
Christian y decenas y decenas de hombres que la convirtieron en una de
las más deliciosas libertinas de su época. Pero al llegar a la madurez
rechazó operaciones y maquillajes inútiles y dejó que la fealdad
aflorara poco a poco de las tersuras de su rostro, hasta convertirla en
la odiada bruja derechista que hoy es, con sus declaraciones xenófobas y
sus discursos más reaccionarios.
Brigitte
Bardot tiene sin embargo un mérito en su atroz vejez: ama a los
animales por sobre todas cosas y es una luchadora denodada por sus
derechos. Perros, caballos, martas, gatos, conejos, gatos, manatíes,
ballenas, caballos, monos, gorilas, chimpancés, leones, tigres,
panteras, jaguares, aves, reptiles, quelonios: todos ellos tienen en
ella a una defensora irreductible frente a la depredación de la
humanidad. Aunque odie a los hombres de supuestas razas inferiores, a
los extranjeros árabes, negros o asiáticos que según ella le quitan el
pan a los franceses, tiene ternura por todas las bestias y criaturas que
sufren torturas en laboratorios o son objeto de abandono, maltrato,
caza y pesca exageradas.
Como
depredadora sexual que fue amó y devoró gozosa y sin límites y como
pocas a su vecino animal el hombre, que a su vez la gozó, la poseyó y la
deseó en todas las pantallas del orbe. Brigitte Bardot fue la diosa del
siglo XX, y su cabellera y su cuerpo perfumados pasarán a la historia
como en su tiempo las más bellas esculturas griegas o las Venus de
Boticelli u otros maestros italianos. Por eso triunfó con un filme
llamado Y dios creó a la mujer. Cada día en el mito los dioses la
crean y Francia con ella alcanza las alturas sublimes de Juana de Arco,
incendiada en la hoguera de la intolerancia. Su horror crepuscular es
nada frente a su lúbrica leyenda.
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Texto escrito en 2006, incluido en el libro París exprés, Crónicas parisinas del siglo XXI. Publicado en Madrid, en 2016, por la Editorial VErbum.
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