Por Eduardo García Aguilar
Más poderoso y legítimo que nunca, el Emperador Trump tomará posesión de su cargo como presidente de Estados Unidos en enero, iniciando un cuatrienio que será un espectáculo permanente para el mundo. Después de su espectacular y arrasadora victoria, el magnate casi octogenario apareció ante sus partidarios fresco y enérgico, al lado de su esposa Melanie, sus hijos, y del hombre más rico del mundo, el innovador Elon Musk, que aspira entre otras cosas a llevar al hombre al planeta rojo Marte y superar la gravedad y la velocidad de la luz.
Ni
las acusaciones ni los juicios ni las condenas ni el atentado que por
un pelo casi le cuesta la vida, pudieron detener su irrefrenable carrera
hacia la victoria imperial, que lo convierte en un Emperador como en
los mejores tiempos del Imperio Romano. Uno tras otro los mandatarios
del mundo saludaron su triunfo y se mostraron dispuestos a trabajar con
él por el bien de la humnidad. Y la derrotada Kamala Harris y su mentor
el presidente Joe Biden, de manera caballerosa, se mostraron dispuestos a
una transición pacífica, reconociendo en franca lid su estruendosa y humillante derrota.
Donald
Trump, como pocas veces en la historia de Estados Unidos, encarna el
ideal americano que reposa en cada uno de los corazones de los gringos
de todos los orígenes e inmigrantes que llegan hambrientos y sin un un peso e imaginan volverse algun día millonarios como él, con mansión en Florida, propiedades en el mundo, campo de golf en su patio y avión privado para desplazarse por el globo, rodeados por un séquito de serviles colaboradores y domésticos.
La
esencia del sistema norteamericano reposa en esa quimera de los cientos
de millones de habitantes que pueblan ese inmenso territorio
conquistado por sus ancestros en el siglo XVII y XIX a punta de guerras y
violencia sin límite, basados en la esclavitud de los negros y el exterminio de los indios. De esa fabulosa conquista del oeste surgieron las más increíbles
fortunas y destinos de centenares de magnates, terratenientes,
propietarios, comerciantes, inventores, innovadores e inventores que
como Elon Musk impulsaron nuevas industrias como la automotriz, la
ferroviarria, la aviación, la nuclear, la armamentística y de las comunicaciones, entre otras muchas.
Lo raro no es que Donald Trump lograra su más
grande victoria después de estar desprestigiado y hundido en la
ignominia, salvado como el Rey Midas por millones de norteamericanos,
mujeres y hombres, que hicieron caso omiso de sus defectos y lo
limpiaron con sus votos de toda sospecha. Lo curioso es que antes no
hubiera habido un presidente que encarnara a la perfección como él la esencia del sistema gringo, cuyos dioses máximos son
el poder, la guerra, el dinero, la fama y el derroche encarnado por las
grandes estrellas de Hollywood, deportistas y cantantes míticos como Elvis Presley y Michael Jackson y los raperos populares de hoy que predican ante los jóvenes del mundo el objetivo final de andar en limusinas, cargados de joyas y rodeados de las chicas más bellas a las que celebran con gigantescas botellas de champán, antes de llevarlas a la cama como hacía Trump.
Los pobres y desclasados estadounidenses de todos los orígenes, blancos, negros, latinos, deben estar celebrando la fiesta aupados en una nube quimérica, en un éxtasis místico, religioso, como nunca antes visto. En suburbios, barriadas, campo profundo, fábricas, supermercados, pizzerías, hamburgueserías, la población celebra la consagración ineluctable de su líder,
que sin duda al retornar al poder después de un interregno infame
adquiere el brillo del oro verdadero y no el del patético maquillaje
naranja que cubre su rostro y pinta su cabello.
Todos lo ven ahora patriarcal, benévolo, divertido, protector, padre de la patria que con su adarga hundió hasta lo más profundo a sus rivales. Es el triunfo de la televisión, el triunfo de las estrellas de farándula que reinan en las pantallas chicas vistas por la población en las noches después de sus largas y extenuantes jornadas de trabajo. Alienados y manipulados por siempre.
En la era de celulares, redes sociales, pantallas de televisión, interconexión
permanente e histérica, la humanidadad se ha convertido ya en un
conglomerado de miles y miles de millones de zombies hambrientos desde
Alaska hasta la Patagonia, desde Australia a la tierra de los
esquimales, desde El Cabo a Calcuta, Pekín y San Petersburgo, pasando por Bogotá, El Cairo, Jerusalén, Berlín, Estocolmo y Estambul. Y su nuevo dios es Donald Trump, un payaso loco salido de las películas de Batman. Un engendro mezcla de Rey Midas, Nerón, Calígula y Atila. Ave César, gritan todos al unísono en el mundo, enloquecidos por la victoria de un triunfador insaciable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario