lunes, 7 de enero de 2019

LA JUVENTUD PERMANENTE DE HÉCTOR SÁNCHEZ

Por Eduardo García Aguilar
Después del fallecimiento reciente de Alonso Aristizábal y Roberto Burgos Cantor, se ha ido en la pasada Navidad otro gran autor colombiano de la generación postmacondiana de los nacidos en la década de los 40 del siglo pasado, el tolimense Héctor Sánchez (1940-2018), oriundo del Guamo y quien residió largas temporadas en México, Argentina y España, lugares donde publicó la mayor parte de su obra. Tuve la fortuna de verlo y conversar largo con él en la Feria del libro de Bogotá en abril del 2017. El reencuentro se dio con toda la naturalidad y nos escapamos del bullicio de la feria con otro amigo suyo a almorzar en un amplio restaurante situado en uno de los edificios de Corferias. Al calor del vino y la buena mesa, Sánchez desplegó esa cordialidad impar que lo caracterizaba e hicimos un recorrido amplio de las cosas vividas y leídas. 
A él lo vi por primera vez en Barcelona en 1976, ciudad donde trabajaba en el próspero mundo editorial e incluso televisivo, cuando la llamada ciudad condal era el centro literario de Hispanoamérica. En ella residían otros autores colombianos de su generación también ya desaparecidos como Óscar Collazos, Miguel de Francisco y R.H Moreno-Durán, así como Luis Fayad y Ricardo Cano Gaviria, y otros más jóvenes de la generación posterior como Sonia Truque y Manuel Giraldo Magil. Y en la calle Caponeta del lujoso barrio de Sarria vivía Gabriel García Márquez, que se había trasladado allí para escribir El otoño del patriarca y tomar distancia de México, a donde regresó después para quedarse hasta siempre.Los escritores jóvenes acudíamos a Barcelona para sentir la efervescencia del boom latinoamericano lanzado por la agente literaria Carmen Balcells y estar cerca de muchas de las glorias literarias de la literatura escrita en castellano y degustar en las librerías de las Ramblas la aparición incesante de novedades. García Márquez en plena gloria era una especie de demiurgo celestial al que pocos tenían acceso, salvo Collazos y Sánchez, y los que apenas estábamos en nuestros primeros veintes y emprendíamos la aventura literaria antes de publicar nuestros primeros libros, no nos quedaba más remedio que imaginar al maestro en su olimpo de gloria, rodeado de las exquisitas estrellas mediáticas de la llamada izquierda divina catalana. 
Collazos y Sánchez eran las dos estrellas colombianas jóvenes del momento. Óscar vivió en París el mayo del 68 y con su prestigio de seductor proveniente del Valle y de Cali, era ya famoso por sus aventuras o relaciones con escritoras y editoras famosas, entre ellas una que llegó a obtener el Premio Nobel en este siglo XXI. Collazos había polemizado por lo alto con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa y desempeñado ya un importante papel editorial en Casas de Las Américas de la Cuba revolucionaria que estaba de moda y aun no se había convertido en una larga y gris dictadura.
Por su lado Sánchez ya había vivido y publicado en México en la prestigiosa editorial Joaquín Mortiz y a su vez tenía la aureola de haber tenido aventuras y amoríos famosos, entre ellos uno con una diva en cuya casa el Che Guevara y Fidel Castro fraguaron los primeros pasos de la revolución, antes de viajar en el famoso barco Granma. En el México de los 60 Sánchez fue muy cercano a Álvaro Mutis y a García Márquez, o sea que junto con Óscar Collazos pertenecían al club de los cercanos al olimpo. Ambos por fortuna nunca perdieron la cabeza y a lo largo de sus vidas fueron generosos amigos y nunca olvidaron sus orígenes populares.

Héctor Sánchez se inició con Cada viga en su ojo en 1967, ganó luego el Premio Esso de novela en 1969 con Las causas supremas y publicó entre otras obras Las maniobras (1969), Los desheredados (1973), Entre ruinas (1987), finalista del Premio Rómulo Gallegos, y Mis noches en casa de María Antonia (2017). 

Veo a Héctor Sánchez en esos veranos barceloneses sentado a la mesa, bronceado, con las vestimentas modernas que siempre lo caracterizaron, departiendo con escritores más jóvenes a quienes ayudaba a buscar trabajo e incluso hospedaba cuando se quedaban sin casa, tal y como lo relata Magil. A él lo veíamos siempre como a un hermano mayor en esta aventura literaria, cuando aun no sabíamos que Colombia se hundiría poco a poco en oleadas cíclicas de horrores sin nombre que borraron poco a poco la luz artística que reinó en aquellos tiempos de esperanza y fervor cultural marcados por la revista Eco y la emergencia de una generación apasionada de escritores conectados con las letras modernas del mundo. 

Todo ese escenario prodigioso de los escritores colombianos de Barcelona se desmoronó poco a poco. Las puertas editoriales se fueron cerrando y casi todos regresaron a la boca del lobo de Colombia, donde terminaron sus días olvidados por un país donde la cultura de los narcos y los paramilitares terminó por devorarlo todo e incluso hasta la literatura. 

En nuestra conversación bogotana lo expresaba con total lucidez y sentido del humor. Tanto él como otros muchos excelentes autores colombianos de su generación vivieron sus últimos años en un exilio interior, pero a diferencia de otros que pudieron o pueden sentir decepción, rabia o amargura por el hielo de la patria colombiana madrastra donde la vulgaridad y la ignorancia arrasan con todos los poderes y las instituciones, donde solo se intercambian anatemas e insultos proferidos por fanáticos de uno u otro bando, donde el arribismo y el bling blig del oro corrupto es el objetivo nacional, Héctor estuvo hasta el final animado por una cálida luz interior, como si fuera un santo iluminado con su sonrisa a flor de piel y un sentido del humor a toda prueba. Un caballero, diría su amiga la cantante tolimense Olga Valkyria. 

Héctor Sánchez se ha ido, pero sus obras están para leer en las bellas ediciones de la editorial Pijao, encabezada desde hace medio siglo por los quijotescos hermanos Pardo, Carlos Orlando y Jorge Eliécer, quienes fueron con Benhur Sánchez y otros allegados sus más cercanos amigos en el retiro de Ibagué y quienes crearon para él un pequeño olimpo literario activo y caluroso en su tierra natal. El gentleman Héctor Sánchez seguía siendo el exitoso joven de siempre y nadie al verlo hace poco podía imaginar que ya se estaba acercando a la venerable edad de los 80, cuando los más sabios saben que se encuentran más allá del bien y del mal.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de enero de 2018.


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