domingo, 26 de septiembre de 2021

EL MENSAJE DE LAS HUELLAS HUMANAS


Por Eduardo García Aguilar

El espectacular hallazgo de huellas humanas con antigüedad de 23.000 años en Nuevo México, anunciado el jueves, lleva a replantear la historia del poblamiento del continente americano que hasta ahora, según las pruebas recabadas, se remontaba máximo a dieciséis milenios. Los pies impresos en el pantano fosilizado pertenecen en su mayoría a adolescentes y son tan claros que toda la comunidad científica ha celebrado el descubrimiento, calificado por The New York Times como el más importante en un siglo en la materia.

La fotografía a color de las huellas nos lleva a imaginar a esa horda de humanos que cazaban y jugaban junto a un antiguo lago visitado por perezosos gigantes y mamuts, a donde habían llegado tal vez en larga expedición después de cruzar zonas liberadas más al norte por el deshielo de la corteza polar en tiempo de glaciaciones. 

Todos sabíamos desde que tuvimos el primer contacto con los libros de prehistoria en el colegio que los primeros humanos cruzaron por el estrecho de Behring provenientes de Asia y se instalaron poco a poco en el continente y que las pruebas más claras y antiguas hasta ahora de una cultura asentada y activa en el mismo territorio de este hallazgo reciente, denominada Clovis, se remontaban a unos 13.500 años.

Significa esto que la humanidad ya estaba asentada en el territorio 10.000 años antes de lo previsto y es probable que nuevos descubrimientos en las próximas décadas o siglos retrocedan su presencia aun más. Sabido es que el Homo sapiens salió hace unos 70.000 años desde su cuna africana, explorando las rutas de Medio Oriente, Asia y Europa hasta llegar a Australia hace 45.000 años.

Para los estudiantes de palentología, arqueología, biología, antropología y otras disciplinas se anuncian décadas de nuevas exploraciones y descubrimientos para llenar de relatos concretos esos diez milenios de aventura humana en el continente. Bajo tierra o en cavernas deben estar aun sepultados los vestigios dejados por esos homo sapiens en su irrefrenable éxodo por el continente americano.

Las huellas fosilizadas son pruebas contundentes e irrefutables del paso de seres vivientes por un territorio, ya que otros elementos como tejidos, viviendas o alimentos no resisten el paso de los milenios, pero si esa tribu estaba ahí donde sus rastros acaban de ser descubiertos, es natural pensar que sus ancestros estaban presentes en esos lugares mucho tiempo antes.         

Diversas variantes del homínido dejaron en todos esos territorios huellas de su presencia no solo a través de sus instrumentos, megalitos y entierros sino también de su arte, como las famosas figuras de las llamadas Venus de piedra o marfil, o el arte parietal en cuevas que se remontan en conjunto hasta más allá de los 30.000 años. Algunas de esas Venus estaban representadas con tocados y prendas que muestran que el tejido y la hechura de prendas es mucho más antiguo de lo sabido, así como los instrumentos de hueso o piedra para coser cuero hallados hace poco demuestran el trabajo artesanal muy remoto de la humanidad. 

En América, además de los rastros descubiertos en el norte, en lo que hoy es Estados Unidos, también hay huellas muy antiguas de la presencia humana en el sur de Chile y en Brasil. Después de cruzar todo el continente y poblarlo en unos milenios, la humanidad creó culturas y civilizaciones en diversas partes, las más florecientes y magníficas en el occidente de Suramérica y en México y Centroamérica, sede de grandes civilizaciones estatales dotadas de complejas culturas.

A medida que pasa el tiempo las poblaciones latinoamericanas adquieren un mayor conciencia de ese pasado borrado por las intemperies y en diversos países movimientos de las poblaciones ancestrales, así como estudiantes y universitarios, reclaman una mayor visibilidad y reconocimiento a esos pobladores originarios.

Poco a poco van siendo desmontadas las estatuas de conquistadores o colonizadores y antiguos gobiernos colonialistas y esclavistas reconocen con claridad los errores cometidos en otras épocas terribles de la humanidad. En muchas partes se crean museos que relatan lo que fue el floreciente comercio de esclavos, como una forma de escuchar la voz de los ancestros de amplias poblaciones actuales hasta hace poco marginadas y despreciadas.

Muchos países también reclaman grandes piezas de su cultura antigua, saquedas por las potencias durante sus crueles guerras de invasión. Nada de eso debe extrañarnos, pues es el paso ineluctable del tiempo y la historia. Al mismo tiempo que se descubrían estas huellas ancestrales, los mexicanos retiraban del paseo de Reforma la estatua de Cristóbal Colón para reemplazarla por la escultura monumental de una mujer olmeca, perteneciente a una de las más antiguas civilizaciones amerindias. Las huellas de la humanidad emergen del barro, las rocas y el polvo, dejando así su mensaje a los lejanos descendientes del siglo XXI.
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Publicado en La Patria. manizales. Colombia. 26 de septiembre de 2021.

sábado, 11 de septiembre de 2021

LA GRANDEZA DE X-504


Por Eduardo García Aguilar

El nadaísta Jaime Jaramillo Escobar (1932-2021), conocido en sus inicios como X-504, estaba ahí entre nosotros pero pocos, solo los más entendidos, se daban cuenta porque en Colombia se cree en estos tiempos de narcos y arribistas que la gran literatura del país es la que más vende y produce best sellers o algarabía de lagartos y aspavientos comerciales de egos hinchados de machos alfa. Él, fiel a los pueblos donde nació y creció como hijo de maestro de escuela, y a su pasión por la naturaleza y la vida, no estaba buscando homenajes ni invitaciones ni reconocimientos porque su obra estaba ahí, viva, luminosa y palpitante.

El gran poeta Alvaro Mutis era uno de sus principales admiradores y recomendaba siempre libros suyos como Los poemas de la ofensa (1968) y Sombrero de ahogado (1991), porque la poesía suya era libre y un gran océano de palabras ciertas. Mutis había recibido antes de que se volviera famoso en México y en el mundo el premio Cassius Clay que otorgaban los nadaístas, porque ellos a su vez detectaron en la poesía del creador de Maqroll el Gaviero a otro de los suyos, en cuya obra circulaba la vida y el oxígeno del universo en conexión con el deseo, la podredumbre y la muerte.

Por eso Mutis no perdía oportunidad de recomendarnos en los años 80 a los poetas jóvenes que agotábamos las calles de la Ciudad de México la poesía de este libertario que como él había sido publicista, vendedor viajero, empleado puntual y amante de la tierra caliente, los ríos, la vegetación y el ambiente de los pueblos y las carreteras del país donde se encuentran nómadas, marginados, locos, expresidiarios, maleantes o iluminados de ambos sexos.

Ya en los 70, los adolescentes de los colegios conocimos su poesía o queríamos escribir como él. Como un Matuselén este gran líder de los nadaístas al lado de Gonzalo Arango y Jotamario, entre otros, que nunca renegó del nadaísmo, nos soprprendía cada año con nuevos libros o declaraciones irreverentes que diferían del mundo pomposo y melifluo donde siempre ha preferido estar presa la literatura oficial. Su obra estaba caracterizada por poemas río que fluían caudalosamente por los paisajes de la cordillera, las habitaciones de modestos hoteles o las calles locas de las urbes o los pueblos.

A diferencia de una tradición muy apegada a los cánones decimonónicos y al buen decir del maloliente casticismo de las Academias, o sea el escribir bonito y respetar de manera juiciosa y servil reglas y modelos, la obra de Jaramillo Escobar era rebelde y se salía del cauce para conectarse con las mejores poéticas latinoamericanas libres, que por lo regular se han ejercido en Brasil, Chile, Perú y Centroamerica, abriéndole ventanas al poema para liberarlo de los cinturones de castidad, los corsés, las cadenas de espinas de la tradición. 

Cada poema de Jaramillo Escobar nos invitaba a seguir con él por el camino practicado por los viajeros que de pueblo en pueblo son vigías errantes que todo lo ven y lo captan, el llanto y la alegría, el deseo y la podredumbre, la voz de los de abajo y los sacolevas infectos de los de arriba, las catástrofes y los carnavales. Al leerlo nos invitaba a convertirnos en ermitaños risueños como Diógenes. 

Gonzalo Arango dijo:  “de X-504 se dice que es el mejor poeta de nuestra tradición nadaísta (con perdón de los otros mejores). Es silencioso como un secreto; misterioso como una cita de amor; solitario y profundo como un río profundo. Su seudónimo de placa de carro se debe a su deprecio por la popularidad, y también para que su patrón no lo echara del puesto al enterarse de que era poeta, y además nadaísta”. (*)

Así era el poeta, lejos de la codicia de la fama y de la gloria, lejos de las intrigas literarias, la competencia, gestor durante tres décadas de un taller poético de la Biblioteca Piloto de Medellín, un "raro" que era una de las voces vivas más grandes de la literatura colombiana, al lado de tantos autores de su generación y de otras posteriores que nadie ve porque están ahí firmes viviendo la literatura sin aspavientos ni amarguras, con una sonrisa generosa al aire frente al paisaje y el misterio y la maravilla de vivir. Por eso decía que "la errancia es la única forma de despistar al tiempo. Meter al tiempo en el laberinto de nuestra errancia". 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 12 de septiembre de 2021. Y en La Otra revista. México. 1 de octubre de 2021.
* El poeta X-504 nunca renegó del nadaísmo y la frase definitoria es del profeta Gonzalo Arango (Jotamario dixit).
- Foto tomada de El Espectador.

EL SILENCIO DE LOS QUIMBAYAS



Por Eduardo García Aguilar

Así como en las sagas futuristas de la ciencia ficción, que exploran con la imaginación lo que podría deparar el universo dentro de muchos milenios en planetas desconocidos, uno podría aventurarse a traducir en palabras el atroz silencio dejado por las poblaciones indígenas que fueron exterminadas de tajo o poco a poco en los parajes donde después nacimos nosotros en los Andes. Ya lo han hecho algunos escritores de otros rincones y cordilleras del mundo que han tratado de imaginar la vida de quienes existieron a lo largo de decenas de milenios antes de la Revolución agrícola y el invento de las ciudades, la escritura, las leyes, los dioses y los archivos.  

Los ancestros humanos ya se se habían extendido por todo el planeta, hasta llegar hace 45.000 años a la ignota Australia rodeada por el mar para descubrir un universo desconocido de enormes canguros, serpientes y avestruces y criaturas y vegetaciones nunca vistas por ellos en los enormes espacios donde habían vivido hasta entonces, yendo de un lado para otro entre África, Oriente Medio, Asia y Europa. Ya estaban ellos dotados de las mismas cualidades cognitivas e imaginativas que nosotros poseemos, de modo que ya podemos imaginar lo que sintieron al llegar a aquellos lugares después de cruzar el océano en naves que maniobraban y perfeccionaban desde hacía milenios.

Al final de una larga carrera de éxodos, los humanos llegaron al continente americano aproximadamente hace 16.000 años y como lo cuentan los expertos en solo dos milenios ya se habían extendido por todo el continente desde el estrecho de Behring y Alaska hasta la punta de la Patagonia y Brasil, en una marcha vertiginosa que superaba en velocidad el lento camino de exploración y dominio de los continentes antes conquistados por el inteligente Homo Sapiens. 

Alguna vez  leía con atención el libro de Juan Friede Los quimbayas bajo al dominación española, publicado por el Banco de la República en los años 60, donde se relataba con minuciosos detalles, cuadros e ilustraciones como poco a poco aquellos habitantes prehispánicos fueron extinguiéndose hasta quedar solo unas decenas de  familias y entonces, desbordado de imaginación, el lector adolescente trataba desde las alturas de las cordilleras y el balcón de la ciudad natal de imaginar aquel territorio poblado por ese pueblo increíble que se vestía de oro y brillaba desde lejos con sorberbia magnificencia poética.

Cómo debían de brillar desde lejos los cascos, máscaras, narigueras, collares, pulseras, pectorales y tobillleras áureas de aquellos hombres que sin duda vivían en un paraíso de abundancia, como podemos hoy comprobar al viajar, caminar, marchar por todas esas cumbres, montañas, volcanes y colinas llenas de riachuelos cristalinos y una vegetación deslumbrante como en los largos valles y los cañones del río Cauca, que aun hoy nos sorprenden, pero que entonces debían ser aun más exagerados y mágicos. Los quimbayas fueron solo uno de tantos pueblos que a lo largo y ancho de estas tierras trabajaban y se vestían de oro. 

Todo eso se me viene a la mente ahora que se conoce la noticia de los innumerables entierros, huellas, objetos y rastros de este pueblo hallados por los arqueólogos después de la remoción de la tierra en el marco de extensos proyectos viales y de obras públicas. Se anuncia que todos esos vestigios serán catalogados y expuestos para las nuevas generaciones en la Universidad de Caldas, o sea que no correrán la suerte que tuvieron durante casi medio milenio todos esos hallazgos desaparecidos y dispersos por la codicia de conquistadores, colonizadores y guaqueros posteriores. 

A partir de esos restos salvados habría que traducir ese enorme vacío, ese enorme silencio de los exterminados, que aun por fortuna perviven en los pueblos indígenas de nuestro país. Pues esos pueblos hablaban, reían, sufrían, amaban, hacían fiestas, guerras, tenían mitos, dioses, caciques, sacerdotes, chamanes, músicos y leyendas. Esa gente viajaba, cultivaba, cazaba, comía al calor del fuego, dormía arrullada bajo el sonido de la lluvia y los aguaceros y se maravillaba por la luna, las estrellas, la salida y la caída del sol, los arcoíris y el paso fugaz de metoritos y cometas cósmicos. 

Por donde pasó la humanidad en sus decenas de milenios de avance fue exterminando la fauna que devoraba con avidez a medida que aumentaba la población, aunque había tanto territorio baldío en el mundo que era imposible agotarlo, si creemos a los antropólogos, demógrafos y paleontólogos exploradores de aquellos lejanos tiempos de los que casi todo ignoramos, porque no había aun escritura ni memoria concreta ni archivos ni relatos ni pirámides de quienes vivieron entonces, salvo los frescos de las cuevas de Altamira, Lascaux, Chauvet y otras que se están descubriendo en el sudeste asiático.

Traducir el silencio milenario dejado por esos pueblos siempre ha sido el reto de los científicos que se esfuerzan por encontrar huesos, esqueletos, figuras, rastros, huellas de viviendas y a través de los fósiles de los animales extinguidos que fueron devorados por ellos o por los cambios en la superficie intuir sus actividades y sus modos de vida. Es casi imposible, pero más allá de los científicos que trabajan en los yacimientos bajo la canícula para salvar la memoria, puede desatarse también la imaginación de los creadores de ficción o de los poetas para viajar hacia ese mundo incógnito del que solo nos quedan vestigios materiales sin carne ni voz. 

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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 5 de septiembre de 2021.