domingo, 15 de mayo de 2022

LA MUERTE DEL PADRE CAMILO TORRES

Por Eduardo García Aguilar

Durante todos esos años los diarios dominicales fueron ventanas al mundo. Los voceadores pasaban temprano por la calle y anunciaban las ediciones llenas de imágenes, fotos, propaganda y el infaltable y esperado suplemento de dibujos animados que traía las historietas de Tarzán, Mandrake el Mago, Supermán, Benitín y Eneas, Pancho y Ramona, Snoopy, y por supuesto mi querido Dick Tracy, detective de sombrero y reloj de pantalla por donde se comunicaba en directo y al instante a todas partes y podía ver las imágenes de los interlocutores. Yo quería tener un reloj así y saber todo, comunicarme con otras ciudades, países, capitales, planetas, poder estar en contacto con astronautas o extraterrestres. Por eso los amigos me apodaban Dick Tracy. 

Iba directo a los dibujos animados, Tarzán, Pedro Picapiedra, pero en especial a Dick Tracy, a quien deseaba imitar. Envuelto en el olor fresco de la tinta impregnada en el papel periódico, con las manos manchadas, recorría las historias y así pasaron semanas, meses y años de infancia hasta que aparecieron las noticias duras de muertes y guerra, reales, concretas, emanaciones de viejas conflagraciones recurrentes, cuyas heridas seguían vivas en forajidos y guerrilleros que desde niños sólo vieron descuartizamientos, lágrimas, bombardeos, incursiones del ejército, desplazamientos, éxodos, pobreza, miseria, maltrato, exclusión y el sonido permanente de las armas. 


A un lado estaban los dibujos animados y al otro las hienas sangrientas de la política, asesinos, matones del ejército y la policía, bandoleros, guerrilleros y forajidos apodados Desquite, Sangrenegra, Veneno, Chispas, Venganza, verdaderas series animadas de carne y hueso, con malos muy malos e implacables perseguidores. Pero un día el mundo colorido infantil en que vivíamos sumidos cambió y en vez de la inocente diversión irrumpió la realidad, de frente, con su cara de muerte o al menos así lo tengo registrado en la memoria con el rostro de un mártir.


Años antes regresaba de ver otra vez el El ladrón de Bagdad en el Teatro Manizales, cuando vi que había más gente de lo acostumbrado en casa en torno a mi padre. Se pasaban unos a otros los diarios en
medio de una agitada conversación. 

La foto del padre Camilo Torres en la primera plana de los periódicos me impactó y me desvió de las aventuras cinematográficas y de las tiras cómicas ese lejano 18 febrero de 1966, cuando papá comentaba que lo habían matado a los 37 años de edad, tres días antes, en un combate en Patiocemento, en las montañas de San Vicente de Chucurí, al noreste del país. Esa fecha antidiluviana del siglo pasado marcó a varias generaciones y no sería yo la excepción.


Papá tenía los diarios abiertos en la sala y leía en silencio con los ojos rojos, como si fuera a llorar. El cura muerto tenía los ojos semiabiertos, opacos, de pez ido, ciego, hacia la nada, se veía la boca entrabierta, los dientes aparentes y el rostro inexpresivo en la paz de la inercia y el cabello ensortijado negro y la barba desordenada aferrándose a su cara de ángel caído, Lucifer defenestrado desde las alturas. Diablo. Ángel. Diablo. Ángel.


Otra foto de lado, con los brazos abiertos de crucificado, dejaba ver la sangre mezclada a su barba y cabello ensortijados y el perfil de un muchacho perdido, lejos de su mamá, sin el aura que le daba el traje clergyman o las poses oratorias de líder nacional.


Papá veía la foto en la sala sentado en el sofá más grande color naranja de nuevo diseño marca Muebles Metálicos de Palmira, esa mañana de febrero de 1966, mientras Diana, la perra collie, brincaba y ponía sus patas en sus piernas y ladraba corriendo como una loca por los corredores. 


Por Camilo el país se estremeció y por eso viví la efervescencia provocada por esa figura, la agitación de los mayores, los comentarios de los estudiantes de los cursos superiores al mío y así, de la mudez observatoria del niño la voz personal emergió en ese corto lapso de tiempo, cuando percibí de manera intuitiva las fuerzas tectónicas del cambio en ciernes que, como siempre ocurrió en Colombia, fueron aplastadas en sangre. El cambio es prohibido en Colombia.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 15 de mayo de 2022.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Recuerdo claramente el día en que se difundió la noticia del asesinato del padre Camilo. Estaba en mi último año de bachillerato en Cali. Durante los años inmediatamente anteriores había notado la ambivalencia de mi padre (extranjero pero nacionalizado colombia) y mi madre cundinamarquesa que a veces elogiaban el valor del padre y otras veces manifestaban su incomprensión. ¿Cómo puede un tipo tan inteligente y educado coger pal monte? Creo que hubiera sido un buen líder pues tenía buenos principios, buenos valores y convicción.Tanta que se fue a conseguir el bien para el país fusil en mano. Todos en un momento de nuestra juventud hemos sido guerrilleros. Unos más activos que otros pero ser rebelde es parte de la juventud. Creo que le conviene al país en este momento dejar que un exguerrillero — que en lugar de armas siempre empuñó un libro— trate de cambiar nuestro rumbo. Si es que lo dejan. Pero sea como sea, si seguimos por este camino solo iremos de mal en peor.